Iryney Bilyk, de 75 años, es un obispo emérito ucraniano que vive en Roma, donde representa a su país y a la Iglesia Católica de rito griego ante diplomáticos, embajadas, asociaciones y en la búsqueda de recursos humanitarios por la guerra. Colabora con el Hospital Bambino Gesu en la acogida y tratamiento de niños ucranianos heridos por las bombas rusas y busca ayudas, como ambulancias para el frente.

Pero durante más de 20 años fue un clérigo clandestino, con una doble vida. Primero fue estudiante universitario, luego ingeniero en una fábrica, pero a la vez, y en secreto, era religioso basiliano desde los 18 años, sacerdote clandestino desde los 28 y obispo clandestino desde los 39.

Fue el último obispo ordenado en la clandestinidad, a escondidas, en Ucrania, y probablemente en Europa.

Lo consagraron obispo el 15 de agosto de 1989, ante un único testigo. El régimen comunista se había hundido meses antes en Polonia y en Hungría, pero en Ucrania sabían poco de lo que sucedía en el resto del mundo. Ucrania era parte de la Unión Soviética (la URSS), se dirigía desde Moscú. La URSS parecía capaz de durar para siempre y el comunismo parecía dominar un tercio de la población mundial.

Cuando ordenaron obispo a Bilyk en verano de 1989, él esperaba muchos años más de clandestinidad, persecución, quizá cárcel... Pero dos años después, el 25 de diciembre de 1991, como un regalo de Navidad, la todopoderosa URSS dejaba de existir oficialmente, sustituida por un conjunto de 15 países independientes, incluyendo el suyo, Ucrania. Bilyk fue el último obispo de la clandestinidad. 

La Iglesia grecocatólica dejaba atrás la clandestinidad y persecución... hasta hoy, con la guerra ruso-ucraniana, que no queda ni un clérigo grecocatólico en la zona ucraniana ocupada por Rusia, expulsados todos (excepto, quizá, alguno que haya retomado la clandestinidad).

En la web de la Iglesia Grecocatólica de Ucrania, el obispo habla con la periodista Victoria Mazur de cómo fue su experiencia de 20 años de clérigo clandestino.

Una familia devota

"Los principales educadores de la conciencia religiosa y nacional en las condiciones del entonces régimen ateo totalitario fueron mi abuela y mis padres. Mi abuela me contó mucho de la vida de Jesucristo. Nuestra familia celebraba las fiestas religiosas, conservaba las tradiciones y ritos y me criaron con ese espíritu", explica Bilyk de su infancia en los años 50 y su adolescencia en los 60.

"Los domingos mi abuela preparaba la comida y me pedía que leyera textos litúrgicos. Le leía el texto de la liturgia, mientras ella cocinaba albóndigas o preparaba algún otro plato. Ni siquiera había radio entonces", recuerda.

La familia tenía dos tías que eran monjas clandestinas. "Pertenecían a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Eucaristía y conocían a nuestros sacerdotes clandestinos. De vez en cuando nos visitaban. Antes de Pascua, mi tía trajo un huevo bendito, que fue bendecido por un sacerdote clandestino, y lo compartimos durante la celebración. El día de Reyes, mi tía trajo agua bendita", añade el anciano obispo.

"Nuestros padres conocían la historia de nuestra Iglesia y nos la contaron. Por la noche teníamos oración conjunta, rosario, vía crucis... Así era el ambiente de oración".

Vocación a un servicio prohibido por el Estado

Al joven Bilyk le gustaban las matemáticas, la física y la ciencia. Por un lado, tenía ganas de "descubrir" o inventar algo útil. Por otro lado, sospechaba que la mayoría de descubrimientos científicos en los años 60 ya estaban hechos.

Y, sobre todo, se le ocurrió que la mejor forma de ayudar al pueblo era hacer como los sacerdotes y monjas clandestinos que conocía: ser un mentor espiritual, un sacerdote.

Unos curas clandestinos pasaron por su casa al conocer sus inclinaciones. Uno le enseñaba inglés. Otro era Josaphat Fedorik (1897-1979). Nadie en la casa sabía que, secretamente, Fedorik era obispo. En 1968, con 18 años, mientras en Francia muchos jóvenes hablaban de revolución sexual y en California de drogas, flores y rock & roll, el joven Bilyk ingresaba en la comunidad monástica clandestina de los religiosos basilianos para llegar a ser algo que el estado prohibía: sacerdote católico.

Las misas en época de clandestinidad

¿Cómo era "ir a misa" en esa época? Los templos católicos habían sido confiscados por el régimen soviético: muchos los entregaron a la Iglesia Ortodoxa, que en Ucrania estaba plagada de sacerdotes llegados de Moscú que colaboraban con el régimen. Otros templos se usaban como almacenes, oficinas...

Por eso, las misas eran clandestinas y se hacían en casas, con familias anfitrionas, y a escondidas.

"Las familias conocidas sabían e informaban cuándo vendría el sacerdote. Luego empezaba a llegar gente, a intervalos de una hora para no llamar demasiado la atención", explica Bilyk. No lo detalla, pero se entiende que en esas misas normalmente había poca gente, entre 10 y 20 personas.

"El sacerdote solía ir vestido de civil. La confesión duraba hasta tarde y luego se hacía la Divina Liturgia", es decir, la Eucaristía mediante el rito griego. "Las ventanas estaban cerradas y alguien fuera vigilaba por si acercaba gente. Generalmente había mucho miedo: siempre podían denunciarte. Había peligro, registros y detenciones".

A veces, en zonas rurales, más religiosas, los vecinos ortodoxos eran los que miraban mal a sus vecinos grecocatólicos. Sabían que eran personas de fe pero que se empeñaban en no ir a la parroquia ortodoxa. "A veces nos llamaban sectarios", recuerda. En los países eslavos, esa palabra era muy dura: hace alusiones a sectas peligrosas, muy locas, incluso capaces de matar gente. "Tuve que experimentar una actitud muy hostil por parte de algunos vecinos. Algunos incluso informaron a la KGB", recuerda Bilyk.

"Nuestros padres nos enseñaban a no contar a nadie lo que pasaba en casa. Especialmente, era importante callar en la escuela". Era una doble vida.

A la universidad del régimen... y al seminario clandestino, a la vez

Al mismo tiempo entró en la Universidad estatal de Lvov y en el monasterio clandestino (que no era un lugar, sino una comunidad, y en la que pocos se conocían entre sí.

Las clases del seminario clandestino eran de cinco seminaristas, que entre ellos no se conocían de nombre ni origen, para que no pudieran delatar o informar en caso de ser interrogados. "De todos modos, había un informante entre nosotros, porque más tarde, cuando me llamó la KGB, me dijeron el nombre de mi monje y quién me visitaba".

Primero le expulsaron de la universidad de Lvov, el primer año, y de la de Uzhgorod el cuarto año. "El decano me llamó y me dijo que la KGB le ordenó expulsarme porque yo no era una persona soviética. A pesar de que era un estudiante ejemplar y jefe del grupo, me expulsaron de la universidad". Al parecer, había demostrado demasiado sus sentimiento religiosos o nacionales y algún estudiante le había delatado.

Como seminarista clandestino, a veces realizaba retiros en Lvov (Leópolis) o en los Montes Cárpatos. Buena parte de su estudio individual consistía en hacer copias a mano de apuntes que recibía por escrito, apuntes realizados por sacerdotes u obispos clandestinos y que había que devolver después de copiarlos.

"Nuestro sacerdote clandestino Sevastyan Voytovych enseñaba latín en la Universidad de Uzhgorod y yo asistía a sus clases por las tardes. Tenían lugar en un apartamento privado, yo siempre comprobaba si me seguían. En Lvov teníamos un piso clandestino donde nadie más tenía derecho a entrar durante las reuniones, sólo mi maestro y yo. En otros lugares también había apartamentos donde nos reuníamos uno con uno".

Algunos de sus maestros eran teólogos, otros historiadores; algunos eran auténticos eruditos. "Me gustaba estar con sacerdotes clandestinos, los veía como personas muy educadas, espirituales, cultas, cultas, conscientes. Yo quería imitarlos y ser como ellos", explica. Él mismo llegó a ser sacerdote y maestro clandestino de la siguiente hornada de clérigos.

Ordenado en secreto: su madre nunca lo supo

"Éramos cinco candidatos y teníamos ejercicios espirituales dirigidos por el padre Sofron Dmyterko. Un día vino a vernos el superior espiritual, el padre Damyan Bohun. Me dijo en un susurro que mi ordenación tendría lugar esta noche. Teníamos varias habitaciones allí, yo dormía en una separada. También había una pequeña capilla. No sabía quién me ordenaría. Me despertaron por la noche, el abad me llevó a la capilla. Vi que el padre Sofron Dmyterko sacó el omoforio [el ornamento que señala la dignidad de obispo sobre las vestiduras] y me di cuenta de que ¡él era un obispo clandestino y sería mi consagrante. Esa noche fui ordenado diácono y al día siguiente fui ordenado sacerdote. Ocurrió el 14 de octubre de 1978".

"Ninguno de los cuatro que estaban conmigo supo que yo ya era sacerdote y que el padre Sofron Dmyterko era obispo. Antes de la ordenación, juré sobre las Sagradas Escrituras no contarle a nadie sobre la ordenación, ni siquiera a mi madre, para que ella no se preocupara demasiado. Ella sabía que yo estaba estudiando en secreto para ser sacerdote. Mi padre no regresó del hospital de Dobromil en 1972; desapareció cuando a mí me llevaron al ejército. Mi madre me dijo que no me apresurara con los sacerdotes, porque los comunistas, cuando se enteraran del sacerdocio, nos destruirán a mí y a ellos. Temía sobre todo por mis hermanos y hermanas, parientes y primos que estudiaban, ellos podrían sufrir represalias".

"Mi difunta madre no supo que yo era sacerdote durante 6 años y murió así, desafortunadamente. El ambiente era muy peligroso", recuerda.

Ser cura clandestino: listas de sitios a visitar

"Después de la ordenación sacerdotal, me dieron una lista de direcciones donde podría servir", explica. Fue a celebrar misas y confesiones a sitios muy distantes, de Leópolis a Kiev, de Transcarpatia a Boryslav. Sus "feligreses" no sabían casi nada de él, ni de dónde venía ni dónde iba ni dónde residía.

Desde 1980 vivió con una familia grecocatólica clandestina en Boryslav. "Conseguí un trabajo en la ciudad de Truskavets como ingeniero, sin que nadie supiera que era sacerdote. Durante mi estancia con esta familia, por razones de seguridad, no se me permitió reunirme con los sacerdotes clandestinos que la visitaban".

Detalla cómo le indicaban que tenía que ir a un sitio a hacer misa con 5 seminaristas desconocidos: "Me dijeron que llegara a la estación de tren en la ciudad de Stryi, saliera de la estación, caminara por la vía del tren, luego debía haber un puente, cruzarlo al otro lado, ir nuevamente a la izquierda, donde habrá cinco edificios del mismo tipo, en la tercera casa habría cinco estudiantes. Yo debía celebrar la liturgia, quedarme con ellos ese día y desaparecer por la noche. 'No digas tu nombre ni de dónde vienes, no les preguntes cómo se llaman y de dónde vienen'".

La última consagración episcopal clandestina

En 1989 su superior le dijo que había una gran necesidad de obispos, que era necesario tener un obispo por si se destruía la actual estructura, para ordenar nuevos sacerdotes. Era 1989 pero les parecía un riesgo perfectamente probable. Iryney Bilyk se lo pensó unos meses, lo rezó y aceptó "con temor".

Le citaron en una casa a las ocho de la tarde. Allí estaba otro religioso-ingeniero, Ivan Maikovych, que también querían ordenar sacerdote. "Luego llegó el obispo Sofron Dmyterko, dos hombres de Transcarpatia, que no conocía, vestidos de civil y con sombrero. Eran los obispos Ioan Semediy e Ivan Margitych. Cenamos y al amanecer, en una sala-capilla separada, durante la Divina Liturgia, tres obispos me dieron la ordenación episcopal". El único testigo fue Ivan Maikovych, que antes juró por las Sagradas Escrituras que nunca diría a nadie que había sido ordenado ni por quién. Cada uno de aquellos hombres salió de la casa en una dirección distinta.

El obispo Bilyk muestra un icono a Benedicto XVI en Roma.

La caída de la URSS: levantar una Iglesia

La Unión Soviética se hundió en la Navidad latina de 1991. "No esperábamos que todo sucediera tan rápido. Por supuesto, había euforia, alegría y, al mismo tiempo, ansiedad e incertidumbre, porque la vida de la Iglesia clandestina era distinta, ahora era posible reunirse libremente para los servicios religiosos".

Bilyk dejó su trabajo de ingeniero y acudió a la diócesis de Ivano-Frankivsk como obispo auxiliar, creando la estructura de una diócesis tras muchas décadas de persecución y clandestinidad. Había pocos sacerdotes y pocos templos... pero muchos jóvenes con ganas de ser seminaristas. Ya en 1990 él era el rector del nuevo seminario. "No teníamos locales propios, alquilamos aulas para la formación en diferentes puntos de la ciudad; fue un período muy difícil desde el punto de vista organizativo. ¡En ese momento aceptamos casi 400 estudiantes!"

En 1992 el seminario ya estaba inscrito en el Ministerio de Educación como Instituto Teológico Catequético y Teológico, con acreditación estatal. Era un mundo completamente nuevo.

Descubrieron que los coros eclesiásticos, de estudiantes, eran muy importantes. El canto eclesiástico había estado prohibido por décadas, el culto se había susurrado en voz baja. Ahora los fieles querían cantar a Dios y los coros atraían a la gente. "Hubo entusiasmo, un estallido de energía y nos acompañó el canto de alabanza a Dios", recuerda.

El obispo Bylik con miembros de las órdenes nobiliarias pontificias e italianas; él busca fondos para ayudar a los que sufren en la guerra: niños heridos, enviar ambulancias al frente, etc...

Servicio desde Italia

Desde 2007, por invitación de Benedicto XVI es el representante de la Iglesia grecocatólica ucraniana en Roma, haciendo acompañamiento, por ejemplo, a los peregrinos que acuden a Santa María la Mayor.

Otra de sus funciones en enviar reliquias de distintos santos desde Roma a parroquias o monasterios de toda Ucrania: ha enviado más de cien.

También acude a muchos encuentros de diplomáticos, representando a la Iglesia ucraniana en estos tiempos de guerra. Lleva muchos trámites para que los hospitales pontificios, como la clínica infantil Bambino Gesu o la de adultos, Augustino Gemelli, reciban niños heridos en la guerra.

Ha conseguido organizar el envío de miles de rosarios a los soldados y comprar varios vehículos sanitarios para el frente.