Hook ha estado alejado de la fe la mayor parte de su vida adulta, pero este último año ha vuelto a los sacramentos: pidió confesarse en el hospital, ahora intenta ir a misa diaria y anima a todos los que se hayan alejado de la práctica religiosa a volver a ella.
Después de toda una vida distraído de la religión, propone lo siguiente: "Si tomas una hoja de papel y escribes todo lo que volver a la iglesia te podría aportar como persona, a ti, a tus hijos, a tus nietos, verás que la columna de cosas positivas será mucho mayor que la negativa".
Por eso anima a los alejados a sentarse y repensarlo: ¿por qué no volver a la Iglesia, qué puedes perder?
Piensa también que la fe cristiana es la mejor guía para manejarse moralmente en el mundo. "La idea de amar a tu prójimo como a ti mismo sigue siendo una idea realmente buena como camino de vida. Y la idea de fe, esperanza y caridad. La idea de no dar falso testimonio. Honrar a tu padre y a tu madre, no matar... ¡Una forma de vivir! No hay mejor forma de enseñar a tus hijos a vivir su vida".
"Los ateos dicen que creen en todo eso también, pero creo que no resuena en ellos de la misma forma", matiza.
George Hook nació en el condado irlandés de Cork en 1941 en un hogar humilde y en su casa no hubo agua corriente hasta que cumplió los 14 años. Su padre trabajaba de oficinista de día y de músico en una banda de bailes de noche, para financiar los estudios de George, que acudió a la prestigiosa escuela de pago de los Hermanos de la Presentación. Esta escuela rivalizaba con su equipo de rugby contra la otra escuela de pago de Cork, los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Los padres de George habían dejado de estudiar siendo niños, pero eran ávidos lectores, usuarios incansables de la biblioteca pública y querían educar a su hijo. De su padre adquirió amor por la historia y la cultura. De su madre, gran capacidad de comunicación.
De sus maestros en la escuela católica Hook sólo tiene buenos recuerdos y siempre los ha alabado. "Les recuerdo a todos, esos tipos me dieron una magnífica educación, aprendí aritmética mental, puntuación, pronunciación, todas esas cosas que ahora son desconocidas...", proclama.
En 2010, estando aún alejado de los sacramentos, George participó en un DVD vocacional hablando bien de la vida religiosa y sacerdotal. De hecho, al acercarse a su edad adulta, tanteó la posibilidad de hacerse dominico, porque su confesor -"un gran confesor"- era dominico y a él le gustaba la idea de ganarse la vida hablando y predicando. Incluso habló con el responsable de vocaciones de los dominicos. Pero dice que aunque el voto de pobreza y el de obediencia no le preocupaban nada, el voto de castidad le impidió dar el paso.
Trabajó primero en una empresa de seguros, luego en una de ventas, ganó dinero y creó su propia empresa de catering: durante 3 décadas se volcó en esa empresa que nunca despegó del todo y de hecho no le gustaba. Estuvo deprimido y gruñón años y años, y su esposa Ingrid -de la que habla a menudo en su programa de radio- llevaba el peso de la familia. Él se retraía: "cometí muchos y graves pecados de omisión", dice respecto a su esposa y su vida familiar. Él, que tenía dotes de comunicador de masas, no sabía ni podía expresar su amor a su familia, oculto bajo una capa de hosquedad. Todos estos años estuvo alejado de la fe.
A mediados de los 90, con 56 años, le salió un trabajo como comentarista deportivo de rugby en televisión, y de ahí pasó a los periódicos y a la radio, donde ha triunfado.
Él había sido entrenador profesional de rugby unos años, y seguía entrenando equipos infantiles, pero sobre todo tenía un don para "volar" en las ondas radiofónicas, comentar partidos y la actualidad y conectar con el público. Su vida cambió y se hizo famoso en Irlanda.
Habiendo sido niño pobre, siempre tuvo fuerte conciencia social. Desde 1991 fue patrono de una fundación que trabaja en Rumanía con adultos discapacitados que han crecido en orfanatos, una tarea a cargo de su hija Michelle McGill. Y a finales de 2009 visitó Haití para preparar una iniciativa con voluntarios para construir casas... ¡poco antes del terrible terremoto de 2010! Desde su radio animaría a los oyentes a colaborar en la reconstrucción del país. En 2005 incluso publicó una autobiografía que encantó a sus seguidores.
En 2014, con 72 años, tres hijos, siete nietos y una buena vida laboral y familiar, George acudió al hospital a que le operaran de una rodilla. Y, de manera inexplicable, una idea le invadió: que si le anestesiaban podía no despertar más, no ver nunca más a su familia.
Era una idea de radicalidad poco racional... pero le hizo pensar en las cosas importantes, y en que la muerte existe, está ahí.
Y la noche antes de la operación hizo llamar al capellán de la clínica Blackrock en Dublín para confesarse.
- Quiero confesarme, y puede que tardemos un rato –dijo George.
- No hace falta que sea detallado –dijo el cura.
- Mire, he sido un chico malo, no puedo decirle cuánto hace que no me confieso…
Pero recordaba perfectamente la oración del Acto de Contrición que había aprendido en la escuela. La rezó con sinceridad.
“Y me impusieron una penitencia más bien ligera, he de decir, quizá en base a que prometí enmendarme. Y entonces empecé a comulgar cada día”.
George admite que la comunión diaria es más fácil en el hospital, cuando te la traen a la cama, que ahora que ha de madrugar con frío para ir a la iglesia. Pero esos días la comunión le aportó mucha paz, fuerza y consuelo. “Una paz extraña”, detalla. “Me sentí lleno de paz, me sentí bien. Es algo que vino a mí, una oportunidad, y me encanta”, afirma.
Cuando ha hablado de cómo se ha “re-convertido” hay muchos que le han mandado mensajes ridiculizando su fe, pero él tiene ideas claras. “Su propuesta es que no existe nada tras la muerte. La mía, la que he elegido, la que siempre creí en secreto, es que hay algo. No sé si Dios tiene una barba blanca o un carro de fuego o si Pedro me espera en la puerta, pero lo que me ayuda es la idea abrumadora del Cielo”.
Y ahora, a punto de jubilarse, dice que le gustaría poder hablar de Dios a los jóvenes, en las escuelas, pero con un lenguaje comprensible, más allá de “eso de la serpiente parlanchina”.
Él, un comunicador incansable, que sabe conectar, desearía encontrar ese lenguaje. Quizá lo consiga.