Anthony Kote-Witah fue ordenado fraile capuchino en Estados Unidos el pasado mes de abril, y en estos momentos centra su ministerio en ayudar a la gran cantidad de personas pobres que pasan por el Centro Solanus Casey, cuyo nombre lleva el del beato capuchino estadounidense conocido por su infatigable labor con los más necesitados.
Él mismo sabe lo que es pasar necesidad y ser perseguido. Años antes de sentir la llamada a la vida religiosa, Anthony fue un activista a favor de los derechos humanos. Pero al final tras visitar un monasterio capuchino de Detroit en 2013 supo encaminar su vocación de servicio en una entrega total a Dios.
El sufrimiento de los ogoni
Este nuevo sacerdote nació en Nigeria y desde que nació su vida estuvo envuelta en una lucha por la justicia social. Perteneciente a la tribu Ogoni, de religión cristiana, sabe lo que es el sufrimiento, la violencia y la persecución.
Durante las protestas que se produjeron en la década de 1990 en esta zona de Nigeria y que encontraron eco internacional, un entonces muy joven Anthony se unió al Movimiento para la Supervivencia del Pueblo Ogoni. Este grupo escribió una carta de derechos para esta tribu y pidió mejoras en su tierra pidiendo que el gobierno controlara a las petroleras que explotaban su territorio.
La quema de sus pueblos y asesinatos de su gente
Sin embargo, la respuesta fue una represión brutal contra esta tribu, con numerosos arrestos y la ejecución de sus líderes. “Los militares llegaron de noche y destruyeron los pueblos. La mayoría de nuestras casas eran de materiales reciclados por lo que vertían gasolina (del petróleo de nuestra propia tierra) e incendiaban el lugar quemando a las personas que se encontraban dentro. Tras esto, unos intensificamos nuestras propuestas y otros tratamos de escapar, pero sin un pasaporte es difícil dejar el país”, cuenta a Catholic News.
Finalmente, Naciones Unidas intervino ante la situación que vivían los ogoni y les permitieron trasladarse a Benín. “Las condiciones en el campo de refugiados en Benín eran desastrosas”, recuerda. Entre tres y cuatro familias compartían una pequeña carpa, y un tazón de arroz era la ración mensual de alimentos. Las enfermedades eran comunes, pero aún así los cristianos ogoni no perdían la fe ni la esperanza.
Tres años en un campo de refugiados
“Había muchos católicos en Benín, e invitamos al obispo a celebrar la misa. Justo en medio de esta lucha era ahí donde más alabamos a Dios. De noche y de día cantábamos como locos. Teníamos tanta energía como San Pablo en la cárcel”, cuenta este capuchino.
Hasta tres años pasó Anthony en este campo de refugiados. Cuando un tío suyo sacerdote volvió a Nigeria este joven empezó a plantearse por primera vez su vocación religiosa. Finalmente, gracias a una ONG católica estadounidense pudo trasladarse a Nebraska donde trabajó mientras estudiaba en Secundaria. Luego se matriculó en la Universidad y trabajó en una parroquia de Omaha.
Una vocación en Estados Unidos
La llamada a la vida religiosa seguía resonando en él hasta que finalmente en 2013 se unió a los capuchinos realizando los votos perpetuos en 2018, pasando la mayor parte de su tiempo de formación en Detroit, una de las ciudades más deprimidas de Estados Unidos tras el cierre de gran parte de su industria.
Allí pudo compaginar su labor evangelizadora con su experiencia en el ámbito social sirviendo en el comedor comunitario y liderando grupos de ayuda de personas con adicciones al alcohol y a la droga, así como dirigiendo retiros espirituales en el centro Solanus Casey.
El pasado 27 de abril fue ordenado sacerdote en Chicago de manos de monseñor Paul Schmitz, obispo de Bluefields (Nicaragua), que también es capuchino.
Una ayuda para personas que sufren
En este momento utiliza la experiencia de sufrimiento y esperanza para así ayudar a personas que están pasando por momentos difíciles y que se plantean el suicidio. Predicarles a Cristo y de la esperanza que ofrece ayuda a muchas personas.
“Para mí, hablar de todo lo que me ha sucedido es una bendición, porque son herramientas, una fuente compartir. En el programa de los 12 pasos (para adicciones), y en el comedor me encuentro con personas deprimidas, muchas de las cuales quieren suicidarse. Pero cuando escuchan mi historia viendo que sobreviví sienten que ellos también pueden sobrevivir. Y me quedo con ellos caminando como un hermano”, cuenta fray Anthony.
Además, añade que “cuando comparto mi historia estoy diciendo que si puedo estar aquí hoy, puedes estar aquí mañana. Comparto lo que tengo en mi corazón para que las personas puedan acercarse más a Dios. Les digo que las situaciones a las que se enfrentan son parte de un proceso, una forma de acercarse más a Dios. Al igual que las vidas de Solanus Casey o del Padre Pío, Dios nos da la vida y el amor para compartirlo con otros”.