Vestida de blanco, engalanada como una novia, pues lo era, el pasado 11 de febrero la joven de 30 años Simi Sahu se convertía en “virgen consagrada” realizando los votos para esta vocación que llegó a desaparecer durante siglos y que recuperó San Pablo VI en 1970.
La fecha elegida no era casual. Se celebraba la fiesta de la Virgen de Lourdes, y desde ese día ella se comprometía a llevar una vida de virginidad llevando una vida en medio del mundo.
“¿Estás dispuesta a perseverar hasta el final de tus días en el santo estado de virginidad y en el servicio de Dios y de su Iglesia? ¿Está dispuesta a seguir a Cristo en el espíritu del Evangelio para que toda tu vida sea un testimonio fiel del amor de Dios y una señal convincente del reino de los cielos? ¿Estás dispuesta a aceptar la consagración solemne como esposa de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios?”. Estas fueron las tres preguntas que el obispo de Palm Beach (Florida), monseñor Gerald M. Barbarito, dirigió a la joven.
“Sí, estoy dispuesta”, dijo Simi con convicción y su voz dulce pasando a formar parte así a la orden de las vírgenes de la diócesis de Palm Beach, donde otras mujeres como ella han optado por esta vocación tan concreta. El aumento de chicas dispuestas a ser vírgenes consagradas provocó que la Santa Sede publicara en 2018 la instrucción «Ecclesiae Sponsae Imago» para dar respuesta a este rápido crecimiento. En todo el mundo se calcula que superan las 4.000, de las que unas 200 estarían en EEUU y más de 100 en España.
En el Florida Catholic, esta joven habla de su vocación pero también de la vida de fe que la ha llevado hasta aquí. Simi Sahu nació y creció en la India hasta los 14 años. “Provengo de una familia de fe mixta: mi madre es católica y mi padre hindú. Íbamos al templo hindú con mi padre los domingos por la mañana y por la tarde a misa en familia”, cuenta esta joven. Su madre les enseñaba a ella y a su hermana sobre Jesús y la Iglesia y por las noches antes de dormir les leía la Biblia.
Entonces llegó el traslado a Estados Unidos, un cambio cultural enorme para esta adolescente. Fue un vendedor de seguros que visitó su casa el que les anunció un retiro de un grupo católico para adolescentes, y sus padres las animaron a asistir. “Fue la primera vez que conocí a Jesús personalmente. Mientras estuve allí, tuve una experiencia en la que vi a Cristo en la Cruz momentos antes de que muriera”, relata.
Los años fueron pasando y se acabó graduando en Contabilidad en la universidad. Recuerda que le “encantaban los negocios, disfrutaba de la contabilidad, me encantaba ver los detalles del funcionamiento de las empresas. Pero todo este tiempo mi corazón también ardía de amor por el Señor: pequeños viajes misioneros, orar en grupos pequeños y el ministerio en el campus significaron mucho para mí. Hacía todo lo que hacía un joven típico, pero sabía que había mucho más”.
Ante este fuego en su interior decidió tomarse un año sabático tras la universidad para irse como misionera a Haití. Entre los pobres y los desplazados por el gran terremoto de 2010 –afirma Simi- “fue cuando todo lo que aprendí del Catecismo tuvo sentido, realmente lo pude ver”.
Allí conoció y trabajó con monjas a las que admiraba y se sintió atraída por esa vida, esperando quizás una “llamada” a ser religiosa. Pero tras regresar de Haití consiguió un gran trabajo en una importante empresa en Chicago.
Su llamada a estar con Cristo
“Me vino a la mente la idea de que si dejo este trabajo habría 200 personas que podrían tener mi puesto pero ninguno podía ocupar mi lugar en la casa de mi Padre. Si pierdo mi lugar en el plan de Dios, me perderé a mí mismo”, aseguraba.
Así fue como decidió dejar Chicago y viajar a Florida para estudiar Teología mientras se mantenía con un pequeño trabajo de contabilidad. Y fue aquí donde empezó a conocer qué era una virgen consagrada.
“No tenía ni idea de que había mujeres consagradas que vivían en el mundo y vestían normalmente y finalmente conocí a algunas. Son personas normales, con vidas normales. Algunas son incluso profesionales de negocios, que incluso están en lo alto de la escala corporativa. No se podría adivinar de inmediato que eran vírgenes consagradas”, relata.
Al hablar con ellas, le explicaron que “necesitamos signos visibles de Cristo, como las hermanas que llevan hábitos, pero también necesitamos levadura oculta que se mezcle con lo ordinario, como las vírgenes consagradas”.
Al principio era un poco crítica con esta vocación, porque aunque le atraía mucho pensaba que “la vida de una virgen consagrada es demasiado libre. Aunque las vírgenes consagradas son obedientes al Obispo, rezan la Liturgia de las Horas y deben vivir una vida de castidad, oración y buenas obras, sentí que faltaba una regla de vida, apostolado y espiritualidad. Soy humana, sé lo pecadora que soy y esta vida sonaba demasiado libre para ser una receta para la santidad. Afortunadamente, muchas de mis preguntas fueron respondidas por Ecclesiae Imago Sponsae que aclaró que todas las vocaciones, especialmente la virginidad consagrada, son un diálogo entre la libertad humana y la voluntad divina. Nuestra libertad no es algo a lo que temer. No es una licencia para complacernos a nosotras mismos, sino una aventura y una responsabilidad para elegir cómo podemos amar a Dios y a los demás”.
Una pregunta que ha respondido en muchas ocasiones es por qué no se decidió por la vida religiosa. Simi Sahu responde con mucha naturalidad: “Me di cuenta de que toda vocación consagrada es muy particular. Así como una mujer llamada a casarse no puede simplemente casarse con cualquier hombre y tener cualquier tipo de familia, una mujer llamada a la vida consagrada no puede simplemente unirse a cualquier congregación; su llamada ya tiene sus propios contornos. Mi discernimiento no fue tanto lo que me gusta o no me gusta de la vida religiosa. Sentía que Dios me estaba guiando hacia otra cosa. La dirección espiritual, la vida cotidiana y los amigos cercanos en la fe también ayudaron al discernimiento”.
Ella vio esta llamada como un “regalo” no como un “sacrificio”. “Elijo vivir el don de la virginidad por el bien del Reino de Dios, de buena gana y de todo corazón. Como mujer de 30 años me he encontrado con hombres buenos, santos y guapos. Después de salir un poco, supe que el matrimonio no era algo que quisiera perseguir. No es que no encuentre atractivos a los hombres o que carezca del deseo de tener hijos propios; es que hay algo más que deseo mucho más intensa e inmediatamente. La felicidad que esperaría del matrimonio ya me fue dada en Jesús a través de la oración. Tengo la posibilidad de ser ‘libre’ para dar más de mí”, concluye esta feliz joven.
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