Cuando Carolina Muñoz pisó un dojang por primera vez solo pudo llorar… durante días.
Era solo una niña, también relativamente nueva en Estados Unidos tras su llegada de Ecuador tres años antes. Su baja estatura no ayudaba a la hora de enfrentarse a grandes rivales.
Un rápido crecimiento mental y espiritual le llevaría a alcanzar la cúspide mundial de las artes marciales, pero también a superar todas las barreras en la fe hasta convertirse en una convencida evangelizadora… y en "campeona de Cristo".
Fue precisamente su inseguridad por su baja estatura (hoy no supera el metro y medio) la que llevó a que su madre la apuntase a artes marciales, tras ver los buenos resultados en su hermano mayor.
"Me empujó a la habitación, yo me agarraba a ella. Lloré la primera semana de clases, pero luego me di cuenta de lo divertido que era y del bien que me hacía. Descubrí que era una atleta nata en artes marciales", relató recientemente a Joe Jordan, en el Jersey Catholic.
No tardó en aprender y superar todas las pruebas y competiciones a las que se presentaba. Con cada victoria, su confianza aumentaba.
Pasados los años, Carolina comenzó a ser ella la que impartía las clases. Sin saberlo, halló en la enseñanza una de sus principales vocaciones de vida.
Sin espacio para amigos, familia ni fe
Ya en plena adolescencia, con 16 años, Muñoz estaba participando en competiciones nacionales. En su vida, no había espacio para nada más que el taekwondo. Su fe, su familia, sus amistades... todo eso iba quedando arrinconado.
"Toda mi identidad eran las artes marciales. Antes del campeonato del mundo, sacrifiqué mucho. Mucho tiempo con la familia, con amigos, no salía… El domingo, cuando mi familia se veía, yo me iba a entrenar durante horas y horas. Sabía cuál era mi camino en ese momento, y tenía mucha hambre de alcanzarlo", relata.
Cuanto más se dedicaba al deporte, más relegaba la fe a un segundo plano. Pero su familia, de fuertes convicciones católicas, le recordaban día tras día a Dios y la fe en medio del éxito. Especialmente su madre.
Muñoz, en uno de sus entrenamientos.
"En cualquier conversación que tengo con mi madre menciona a Jesús y su fe. Mi fe no era tan fuerte como lo es hoy, ella plantaba la semilla y la regaba. Había sabiduría en el enfoque que tenían mis padres, porque si fuerzas a alguien, no serás bien recibido", explica.
Una perseverancia probada hasta la cima del mundo
Pero entonces, Carolina solo tenía un objetivo: ser la campeona del mundo. De hecho, persiguió el título "durante años, desde que era muy joven", aunque hubiese momentos en los que pensaba que "no era posible.
Sus últimos años de adolescencia fueron dedicados por entero a alcanzar el primer puesto. Viajó por todo el país para asistir a los campeonatos, hasta que en 2013 llegó su primera oportunidad real de conseguirlo. En vísperas del campeonato del mundo, en plena clasificación, se lesionó los músculos isquiotibiales durante un combate. Inmóvil, concluyó la competición llorando, llena de golpes y viendo impotente cómo se alejaba su sueño.
Un año después, volvió a intentarlo… y reapareció la misma lesión.
"Fue como si Dios estuviese poniendo a prueba mi perseverancia", afirmó.
Pero esta vez, la lesión tuvo lugar con un amplio margen antes de la competición. Logró clasificarse para su primer mundial en Little Rock (Arkansas), donde tuvo que probar en primer lugar sus aptitudes técnicas.
La competición fue frenética. La adrenalina hizo prácticamente imperceptible el dolor de sus tendones mientras duró. Concluyó en empate con la entonces tricampeona del mundo, quedando emplazadas para una segunda vuelta. Pero Muñoz dudaba de que su pierna pudiera aguantar otra acometida. "Solo quería terminar", recuerda.
Campeona del mundo, pero ¿a qué precio?
Nada más concluir, un juez señaló a su rival como vencedora… Y otros dos, a Muñoz. Lo había logrado.
"Me llevé las manos a la cabeza, no podía creerlo. Sentí que todo había valido la pena, las lesiones, las noches sin dormir, las faltas a reuniones en familia… Inmediatamente después, sentí el dolor. Fue increíble", recuerda.
Pasados nueve años, Muñoz continúa visitando y practicando el taekwondo en el antiguo dojang , que ahora es su gimnasio de boxeo. Abandonó la competición activa desde que en 2020 se enfrentó a un hombre que la superaba en tamaño y fuerza. Él terminó cayendo sobre la joven, provocando un desgarro del ligamento cruzado anterior, un dolor como nunca había sentido y varios meses de recuperación y rehabilitación.
Para Muñoz, las artes marciales lo eran todo. Ahora, dice, "quizá ocupan el décimo lugar en mi lista. Primero va ser hija de Dios".
De la noche a la mañana, Carolina Muñoz pasó de ser la campeona del mundo a no poder caminar o darle una patada a una caja. "Fue una locura. Como ya no tenía artes marciales tuve que preguntarme quién era realmente y fue un momento maravilloso, aunque doloroso. Estaba mentalmente agotada, destrozada".
Del enfado con Dios ¡a evangelizar!
Al principio, la joven descargó toda su ira y frustración contra Dios.
Pero poco a poco esa rabia se transformó en preguntas.
Y las preguntas, en oración.
Ahora Carolina sabía lo que era "la entrega en oración". Encontró "paz". "Soy el tipo de persona al que le gusta tener el control, pero eso me hizo darme cuenta de que era mucho más que artes marciales".
Separarse por un tiempo del dojang le permitió reordenar sus prioridades. Antes, recuerda, "todo lo que aprendí en la vida se debía a las artes marciales. Ahora quizá ocupan el décimo lugar en mi lista. Primero va el ser hija de Dios", relata.
Junto con la fe, en la que profundiza con su madre mediante la oración, las catequesis o la práctica de la Lectio Divina, Muñoz también se dedica al boxeo. Una disciplina que la joven compara a la oración y la vida espiritual, pues "el oponente que tienes delante no es realmente a quien tienes que derrotar, sino todo lo demás".
Para Carolina, los primeros indicios de vida religiosa autónoma comenzaron a los 13 años, cuando le pidió a su párroco que comenzase un grupo de jóvenes en su iglesia, y que ella ayudó a dirigir durante un tiempo.
Años después, durante la pandemia, le ofrecieron participar en otro grupo parroquial de jóvenes, en Nueva Jersey. Ese grupo hoy es como su "segunda familia".
Su objetivo es "acercarlos a Dios cada día, retándoles y haciéndoles descubrir lo que Dios les ha dado. Se necesita valentía para presentarse, subir al ring o hablar ante cientos de personas. Así que hablamos de tener coraje y ser valientes", concluye.
Tiene más de 110.000 seguidores en su cuenta de Instagram (StickYourKick) que, aunque dedicada a las Artes Marciales, ocasionalmente también comparte contenidos relacionados a su fe.