Nunca fue una mala persona, al contrario, desde pequeño profesó veneración a una imagen del Sagrado Corazón en su parroquia: “Me impresionaba ver su corazón y a Cristo con su dedo señalándolo. No entendía qué quería decir ese gesto pero en mi mente de niño imaginaba que quizás Dios quería que estuviésemos en su corazón pues él es quien nos guía y nos cuida”. Es más, desde pequeño con su mejor amigo hizo una promesa: cuando fueran mayores, los dos se harían sacerdotes. Pero la vida les llevó por diferentes caminos, hasta que doce compañeros militares muertos en combate comenzaron a enderezar su vida.

“Soy el P Juan Carlos Quintero, nací en un lindo municipio del Oriente de Antioquia, Colombia, llamado El Carmen de Viboral –explica quien hoy, 12 de diciembre, está siendo ordenado sacerdote en Roma junto a otros 43 religiosos legionarios de Cristo-. Soy el mayor de cuatro hermanos. Mi madre Carmen siempre nos inculcó el amor a Dios y a los demás, y de ella aprendí mucho. Fue una mujer que se entregó sin medida por darnos lo mejor y enseñarnos a vivir según Dios. ¿Mi padre? Un hombre trabajador, incansable, justo y coherente con su vida. Una familia, en definitiva, unida y llena de bendiciones”.



En un ambiente así, no es de extrañar que naciera una amistad como la que tuvo con ese otro joven con el que se comprometió a hacerse sacerdote. Sin embargo, con la adolescencia, “mi vida tomó otro rumbo: fiestas, amigos, motos, paseos, etc. Me sentía bien así y no quería cambiar mi modo de vivir”. Cuando cumplieron 16 años, ambos se volvieron a encontrar y su amigo le recordó la promesa olvidada. Ya nada quedaba de ella. Poco después, su amigo volvió a presentarse en su vida para avisarle que ingresaba en el seminario: “Yo no supe qué decir, sólo le di mi mano y le dije: ‘¡Buena suerte!”.


Después de su graduación y debido a la situación de violencia en Colombia, Juan Carlos fue llamado a filas. Una experiencia fuerte e intensa para un muchacho de apenas 18 años. Su religiosidad en aquella época era mínima, su fe nula. Pero en medio de esa tibieza y búsqueda de emociones fuertes algo ocurrió: fue su bautismo de fuego y sangre. Un día las alarmas del cuartel militar sonaron: varias poblaciones cercanas a la guarnición fueron tomadas por la guerrilla y bombardeadas: “De inmediato –explica el antiguo soldado colombiano- salimos todos y embarcamos en los helicópteros para prestar apoyo al ejército. De la patrulla que fuimos partimos 22 soldados pero sólo regresamos vivos 10”.

La experiencia nunca la olvidó: “Tener la muerte tan cerca, y más cuando son amigos tuyos, es terrible. No sabía qué hacer, sólo rezaba. No sabía cómo ayudarles a bien morir. Pensaba que en momentos como esos la asistencia de un sacerdote era esencial, pero no había uno –explica aquel tibio soldado-. Eso me hizo pensar mucho. Pensé en la muerte que llega y no avisa, en el sentido de la vida, en el sentido de mi vida. Fue ahí donde vino a mi mente la promesa hecha de niño. ¿No sería esa la oportunidad para cumplirla? Tal vez siendo sacerdote mi vida tendría un sentido más profundo”.


El Señor no dejó de llamar a su puerta. En alguna ocasión fue el reencuentro con el amigo de su infancia que sí cumplió su promesa de hacerse sacerdote. En otras, como el propio Quintero explica, sucedió estando junto a su novia en Misa: “No sé por qué comencé a pensar que quien celebraba la misa era justamente yo. Me veía predicando, detrás del altar teniendo en mis manos el sagrado cuerpo de Cristo. Sentí miedo, cerré los ojos y dentro de mí pensé: ‘Esto no es posible, ¿qué me pasa?’. Miré a mi novia y le di un fuerte abrazo. Mis planes eran otros y ella era con quien los quería compartir. Pienso que tal vez Dios se rio de mí pues no sabía lo que venía”.

Poco después sucedió algo aún más extraño: “Saliendo de clase en la universidad, una señora me llamó y me preguntó si era seminarista. Asombrado por la pregunta le dije inmediatamente que no y continué mi camino. Tomé un taxi y pedí que me llevaran a mi casa. Sentía un poco de rabia por lo sucedido y el taxista, muy amable, me dijo: ‘Amigo, ¿estás bien?’. Le dije que sí y después de un largo rato de silencio me preguntó: ‘¿Eres sacerdote?’. Lo miré con impaciencia y le dije que no, pero quise preguntarle el porqué de su pregunta. Me respondió contándome que de joven él también sintió que Dios le llamaba a ser sacerdote pero nunca dedicó un espacio para saber si ese era el camino que Dios quería para él. Ahora, era padre de dos hijos, estaba felizmente casado, pero cada vez que veía un seminarista o a un sacerdote le venía el pensamiento: ‘¿Y si Dios me hubiese llamado al sacerdocio? Tal vez sería más feliz”. El providencial taxista no acabó ahí de sembrar en la vida de Juan Carlos: “Amigo, si alguna vez sientes que Dios te llama, antes de tomar cualquier decisión, dedica un tiempo para saber si tal vez ese es el camino que Dios quiere para ti y no te quedes con la duda”.




A estas alturas estaba claro que su promesa de niño tenía que retomarla, aunque fuera para analizarla un poco más detenidamente como le había pedido el taxista. Así que fue a hablar con su párroco. Don Adolfo Duque era su nombre, y hay una frase y un gesto que nunca olvidará de su primer encuentro: “Después de una larga conversación me tomó del brazo, me invitó a hacer una oración delante del Sagrario y me dijo: ‘Es aquí donde debes pasar mucho tiempo. Si Dios te está llamando, aquí encontrarás la respuesta. Y si Él te quiere como sacerdote, el sagrario debe ser para ti el lugar preferido. Aquí encontrarás la fortaleza, y recuerda: el tiempo que se pasa delante de Dios jamás será tiempo perdido’. Se levantó, saludo al Señor y se fue”.

El inicio del camino ya estaba hecho, ahora faltaba el destino. “Busqué en internet información al respecto y encontré la página http://www.vocacion.org/. Con agrado comencé a leer y me topé con una imagen de Cristo que nunca había visto y que me impactó de modo especial pues me mostraba el lado humano de Dios. Entré a otros espacios de la web donde hablaban del Regnum Christi, de la Legión de Cristo. Quise saber más de ellos, así que decidí escribir y ponerme en contacto con un legionario llamado P. Ricardo Sada, L.C., quien muy amable me puso en contacto con un religioso que estaba trabajando en Medellín: el ahora P. Juan Manuel Puente, L.C. Fue él quien durante un año me acompañó y ayudó a discernir y a descubrir la manera tan entusiasta, joven y alegre como presentaba la fe y el modo como invitaba a realizar una experiencia viva y personal con Dios”.

El pasado 12 de diciembre de 2015 se ordenó sacerdote en Roma junto a otros 43 religiosos más. Y después de sus años de formación y de pastoral, explica el antiguo soldado, “deseo inmensamente servir como un sacerdote según el corazón de Cristo, como un instrumento de su misericordia y de su amor”.