Ildefonso López es el canónigo penitenciario de la catedral de Málaga y, de su mano, nos sumergimos en la misericordia y la reconciliación en el día de la inauguración del Año de la Misericordia. Después de 61 años de sacerdocio, sigue afirmando que «toda persona que se acerca al confesionario, normalmente sale totalmente distinta».
-Claro que sí. Yo creo que no hay que enseñar a confesar. Nos hemos estado confesando durante toda la vida y lo que hacemos ahora es, en nombre del Señor, perdonar a los hermanos, lo mismo que nuestros pecados son perdonados por otro sacerdote. La misma experiencia que tenemos de ser perdonados la aplicamos a perdonar. Cada persona tiene su problemática, su edad y hay que darle un consejo distinto. No sirve que a todos los jóvenes se les diga lo mismo y se les ponga la misma penitencia. Hay que hacer un poco de discernimiento, siempre en beneficio del penitente. Yo creo que el confesonario es una gran escuela para los sacerdotes.
-Es primordial, la prisa no va bien en ninguno de los sacramentos que administramos.
-Yo creo que es un sacramento poco valorado. Tenemos tantos maestros y recibimos tantos mensajes, que muchas veces estamos más bien confundidos que orientados. También nos ocurre que consideramos que ya sabemos todo y no necesitamos consejo de nadie, mucho menos de los curas.
-Yo creo que son tres. En primer lugar, reconocerse pecador y, desde ahí, pedir al Señor la gracia del arrepentimiento. Sabemos que Dios es el que nos perdona, pero a través del sacerdote. Yo creo que es momento para contemplar la misericordia de Dios, meditar en ella, agradecerla y no perder de vista las palabras de Jesús: tenemos que ser misericordiosos como el padre es con nosotros. Ése sería el segundo punto, somos sujetos de misericordia. Y el tercer punto sería que tenemos que ser testigos y transmisores de la misericordia del Señor, individual y colectivamente, como Iglesia, la madre de la misericordia, maestra y ejemplo de misericordia.
-Claro que sana. No sólo sana, sino que alegra y sobre todo, tras mi experiencia de tantos años de sacerdote, creo que toda persona que se acerca al confesonario sale totalmente distinta. Es más, con un buen propósito y el deseo de ir avanzando, todos mejoramos. También ayuda estar abiertos a la esperanza de reconocer que hemos caído, pero que puede ser la última vez. En definitiva, que sí.