Bajando por las Ramblas de Barcelona, poco antes de llegar a la plaza de Colón, junto al puerto y las Atarazanas, a mano derecha, se puede ver un edificio moderno que es una iglesia dedicada a Santa Mónica. Ante su puerta, en ese mismo lugar (aunque el edificio era otro), derramaron su sangre en 1936 el Fernando Molins Orra y su vicario don Javier Nogueras.
Según escribió Ramón Rucabado en 1959, fueron los primeros clérigos seculares de la ciudad de Barcelona asesinados esos días, es decir, los protomártires de esa persecución. Durante la Guerra Civil fueron asesinados 898 miembros del clero secular de la diócesis de Barcelona (o 930, según otro cómputo).
Edificio actual de la parroquia de Santa Mónica, al final de La Rambla,
con su fachada de los años 80
De familia humilde, y del campo a las Ramblas
Fernando Molins Orra nació en Sant Celoni el 3 de agosto de 1875 en el seno de una humilde familia cristiana. Poco se sabe de su temprana infancia ni de su adolescencia. Fue ordenado presbítero. Ejerció en Fontrubí (Alt Penedés) como párroco rural y, posteriormente, fue destinado a la parroquia de San José - Santa Mónica de la Rambla (Barcelona). Allí pasó quince años en una vida plenamente apostólica.
La parroquia de San José era también conocida como Santa Mónica, nombre heredado de la anterior congregación de agustinos, situada en el distrito de Atarazanas. Cuando llegó don Fernando (1921) la situación de los habitantes de las Ramblas era muy desfavorecida. Era un barrio marginal, habitado mayoritariamente por inmigrantes de todo el mundo, donde reinaba la pobreza y la corrupción moral. “Hay gentes de todas las partes del mundo”, “todo el bajo fondo social de Barcelona vive en estos barrios”- describe un documento del archivo diocesano.
Era lugar de encuentro de comités obreros, de revolucionarios y hasta de grupos de pistoleros. En estos grupos se promovía, de manera organizada, la doctrina marxista.
Según el dietario, unas 16.000 almas estaban asignadas a la parroquia, de las cuales unas 600 frecuentaban los sacramentos. Nada más llegar, don Fernando se puso a trabajar ardientemente por todas ellas, dispuesto a amarlas a todas, sin despreciar ni una.
Caritativo y cercano, se ganó muchos corazones
Según un gran número de testigos era una persona bondadosa y cariñosa que se ganó el corazón de sus fieles y también el de los más alejados de la fe católica. Ejercía su ministerio con gran celo y se dedicaba a practicar las obras de misericordia con los más desfavorecidos del barrio. Su magnanimidad para con los necesitados alcanzó fama y muchos católicos de las clases altas barcelonesas acudían a apoyarle con limosnas.
Un colaborador suyo dejó escritas las siguientes palabras: «Fue divulgándose la fama que en el Padre Fernando hallaban acogimiento los humildes, los náufragos morales… Cuando peligraban los hijos, o la miseria incitaba al pecado, o los enfermos quedaban sin asistencia, o las carnes desnudas temblaban de frío y no había ni pan en la casa, la negrura del cielo dejaba siempre un claro a la esperanza, se consolaban diciendo: “Iremos a ver al Padre Fernando”».
La propaganda marxista acusaba a los empresarios de explotar a los obreros y acusaba a la Iglesia de ser su cómplice. El distrito de Atarazanas contaba con un gran número de peones obreros que sufrían esta situación. Estos obreros ignoraban a menudo las denuncias públicas que desde la Iglesia se realizaban contra los abusos.
Pero la entrega ejemplar de don Fernando y su amor a los pobres desmentía las difamaciones que los grupos marxistas del barrio se esforzaban por difundir. Les molestaba su gran popularidad: millares sentían un profundo agradecimiento hacia él.
La violencia que promovía la propaganda marxista, unida a la situación de hambre y descontento popular, fueron preparando el terreno.
Martirio a las puertas de la parroquia
Al empezar la guerra, sus enemigos calumniaron al sacerdote diciendo haberlo visto, desde el Sindicato Metalúrgico, disparando contra los obreros desde el campanario. Después de organizar un comité, fueron a buscarlo.
Santa Mónica en 1936; el edificio fue destruido en 1937
durante la persecución anticatólica
El 19 de julio de 1936, lo prendieron a él y a su vicario, don Javier Nogueras. Fue por la tarde, después de la siesta. Un grupo armado asaltó la iglesia.
Estaba todo preparado: al entrar, algunos dispararon, para simular una ficticia resistencia.
Tomaron a don Fernando y a don Javier afirmando que tenían que declarar ante el Comité del Sindicato de Transportes, que estaba frente a la parroquia. Dócilmente los siguieron y los sacaron afuera.
En este punto las fuentes divergen: algunos dicen que a la salida una muchedumbre les aguardaba y que allí dispararon a los sacerdotes. El reverendo don Juan Guilera Solé, por otro lado, testificó bajo juramento que don Fernando fue apuñalado. Sea como sea, don Fernando y su vicario se desangraron ante la iglesia en la que habían consagrado su vida.
La parroquia fue asaltada y demolida; no quedó piedra sobre piedra. En su mismo distrito parroquial fueron asesinados también el sacerdote Eugenio Carcavilla y don Rafael Ferran y otros dos laicos.
Más tarde, algunos vieron a don Fernando, ya muerto, con el brazo desgarrado y la mano ensangrentada, con el crucifijo en la mano. El mismo crucifijo que él daba a besar en sus visitas a enfermos. Ese crucifijo revela el modo admirable como había muerto el buen sacerdote.
Técnicamente, don Fernando no era párroco sino ecónomo de Santa Mónica,
como señala su estampa funeral
Memoria del mártir
«Pasó por el mundo haciendo bien, tuvo gran celo por la gloria de Dios y gran amor por los pobres. Destacó por el sacrificio y la abnegación y por sus obras de misericordia, buscando consolar los afligidos y menesterosos. Su casa y su corazón siempre estuvieron abiertos para todos, a él acudían buscando consuelo en los momentos de tribulación. Enfermos, inválidos, huérfanos, viudas, almas en peligro, obreros sin trabajo conocieron la inagotable bondad de aquel a quien filialmente llamaban “Padre Fernando”. Gran amigo de los obreros y de los pobres». Así reza la esquela de su funeral.
Don Fernando destacó por su vida ejemplar, por su carácter amable y pacífico, por su caridad incansable y su empeño por practicar las obras de misericordia, porque ante las contrariedades supo mantenerse firme en la fe hasta el postrer instante, dando un heroico testimonio para la Iglesia. ¿Podría llegar a ser un santo patrono para las Ramblas?
“Las víctimas más predilectas de la revolución satánica fueron los sacerdotes más amigos del pueblo y que más cerca de él estaban”, explicaba en 1939 el Papa Pío XII.
[Como comenta el autor, el antiguo edificio de Santa Mónica fue derruido por la persecución anticatólica en 1937; tras la guerra se edificó una parroquia austera. En los años 80, la Generalitat adquirió el espacio del convento para instalar el actual Centro de Arte Santa Mónica y a la vez añadió la fachada moderna que hoy se ve. Desde hace unos años, el templo es parroquia personal de los católicos ucranianos de rito bizantino -bien conocedores de la persecución comunista- y ya no celebra por el rito latino. Nota de ReL]