Hace pocos años escribió junto con Robert Spencer el libro en inglés "Dentro del Islam: Una guía para católicos". Asegura que cuando los cristianos se tratan con musulmanes "no hay que ocultar la figura de Jesús para llevarse bien con quienes profesan la fe islámica. A ellos no les gusta la gente debilucha. Respetan más a quien defiende sus convicciones", indica Alí.
La juventud de Alí fue un ejemplo de lo que espanta más a Estado Islámico: un musulmán que crece en un país islámico tratándose con vecinos cristianos, abierto a conocer.
Alí nació en 1959, el quinto hijo de una familia numerosa, de lengua y cultura kurda. No empezó a estudiar en árabe formalmente hasta los 12 años, aunque con facilidad para ese idioma, incluso para la poesía. (El kurdo y el árabe no se parecen en nada: el kurdo está emparentado con el persa, es una lengua indo-iránica, mientras que el árabe es una lengua semítica, como el hebreo).
Con 16 años, Alí cobró conciencia de los crímenes de Saddam Hussein contra el pueblo kurdo, sus deportaciones y matanzas, y empezó su activismo político contra el régimen. Sufrió cárcel y tortura por ello.
“Numerosas veces Dios me salvó de la muerte cuando ésta se acercaba en forma de decretos judiciales, de bombas químicas que llovían sobre nosotros, de ahogarme, de sufrir heridas graves… Pero en ese entonces yo pensaba que era mera suerte, no veía la mano de Dios”.
Pasó meses en las montañas sufriendo frío y hambre, miedo y persecución, lamentando que al mundo no le importase la suerte de los kurdos.
“En 1988 vi a mis amigos más queridos morir horriblemente por un ataque químico en el pueblo de Halabja. Entonces entendí la fragilidad de cada hombre bajo el pecado y la desesperación radical de la vida sin la protección e intervención de Dios”.
Alí siempre tuvo buena opinión de los cristianos, desde niño, porque había tenido vecinos cristianos “que eran hermosos ejemplos del amor de Cristo”.
Un día un cristiano armenio le dejó un libro de vidas de mártires de la Iglesia antigua. “Lo leí y me inspiró para vivir y morir por la libertad de mi pueblo kurdo”, recuerda.
Alí tenía facilidad con los idiomas: aprendió ya de joven a leer en inglés y en esa lengua devoró libros de Voltaire, Hegel y Dickens. Interesado en teología, filosofía e historia, leyó también cosas de Tomás de Aquino y otros pensadores cristianos.
En 1982, con 23 años, se convenció intelectualmente que los cristianos tenían razón: Jesús era el Mesías, el Ungido de Dios. Los textos y argumentos lo mostraban.
Pero Alí aún no tenía un trato personal con Jesucristo ni lo había tomado como su Señor.
En 1991, tras la Guerra del Golfo Pérsico, se casó con Sara, una norteamericana protestante. Alí estableció que ella no intentaría “cristianizarle”: él creía en Jesús como Mesías “a su manera”.
Era un matrimonio complicado por venir de orígenes tan distintos, pero “me di cuenta de que ella continuamente me perdonaba, me amaba y me quería más a mí que a su forma de hacer las cosas. Yo aún no lo sabía, pero ella me daba testimonio viviente de la Persona de Cristo en nuestras dificultades maritales”.
A partir de cierto momento, él empezó a levantarse de noche para leer el Nuevo Testamento en secreto. “Me acerqué al Señor más que nunca gracias a que me encontraba con él en secreto en Su Palabra, la Biblia”.
En 1993 se mudaron a Estados Unidos. Allí estudió la Biblia con más atención y Alí entendió que Jesús no era sólo el Ungido de Dios, sino que tenía que ser su Señor y su Salvador.
Sin embargo, no dio el paso a bautizarse hasta 1995, gracias a que su dentista, un cristiano convencido, cierto día le animó a orar con él a Cristo. Ese fue un paso clave.
Ahora Alí era Daniel, un cristiano evangélico entusiasta, que hablaba de Cristo a otros musulmanes, clientes de su negocio, a cristianos tibios, a ateos y alejados de la fe… Se le daba bien, lo hacía con alegría y a la gente le intrigaba conocer su historia. Dedicaba horas cada día a entender mejor la fe cristiana y a estudiarse de memoria muchos fragmentos de la Biblia. Durante ese tiempo logró acercar a bastantes personas a Cristo.
También en esa época, Daniel Alí y su esposa organizaron una serie de reuniones de estudio de la Biblia para personas de cualquier confesión religiosa. Resultó que acudía un niño católico de 9 años, un vecino suyo, que llevaba consigo el clásico catecismo norteamericano, el Catecismo de Baltimore, con un formato muy sencillo de preguntas y respuestas. Cuando se planteaba una pregunta sobre tal o cual asunto bíblico, aquel niño enseguida localizaba la explicación católica en el Catecismo. Esto tenía intrigados a Daniel Alí y Sara.
Más adelante, el matrimonio estaba viendo la TV cuando por casualidad conectaron con el canal católico EWTN, la televisión de Madre Angélica, mientras retransmitían una misa. Era justo el momento de la Elevación de la Hostia, y después la del Cáliz.
Les pareció hermoso: había allí simplicidad en el gesto, y hermosura en el Cáliz adornado, las vestiduras, la reverencia de los movimientos…
“Sara y yo entendimos de repente que esa belleza estaba en la Iglesia Católica porque verdaderamente era Casa de Dios”.
En 1996 el matrimonio conoció al padre William G. Most que durante un año y medio cada domingo les dedicó un buen rato para explicarles las enseñanzas católicas. El 13 de julio de 1998 ambos esposos entraron en la plena comunión con la Iglesia Católica.
Daniel Alí siguió presentando la figura de Cristo a los musulmanes siempre que pudo.
Pero en 2001, con los atentados contra las Torres Gemelas, entendió que esta misión era cada vez más importante y más urgente. El Islam se radicalizaba y proclamaba formas violentas de yihad. La única respuesta de verdad eficaz debía ser el anuncio del Evangelio a los musulmanes, darles la Buena Noticia de Jesús, Señor y Salvador de cada hombre.
Daniel Alí señala que las tácticas habituales de evangelizadores protestantes de citar la Biblia a musulmanes una y otra vez siempre serán ineficaces, puesto que todos los musulmanes han sido educados en la idea de que la Biblia cristiana es una escritura manipulada y falsa y no tiene ninguna autoridad.
Él siempre propone empezar por lo que dice el Corán y las tradiciones sobre Jesús y Mahoma y eso significa que el evangelizador de musulmanes ha de conocer el Islam. ¿Cómo es que Jesús hace milagros y Mahoma no? ¿Cómo es que Jesús no es guerrero, y Mahoma sí lo es? ¿Cómo es que Jesús tiene títulos en el Corán que parecen mucho más elevados que el de Mahoma? Con este tipo de preguntas se acerca a la persona a Jesucristo.
“Es urgente realizar esta tarea de evangelización a musulmanes, y si la ignoramos, nos pondremos en peligro”, afirmaba en un testimonio que escribía en 2011 para Coming Home Network.
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