La religiosa suiza Lorena Jenal ha sido galardonada con el Premio a los Derechos Humanos de Weimar 2018 por su entregada, peligrosa y también fructífera labor en Papúa Nueva Guinea en la lucha contra la “caza de brujas”, literalmente, y por lograr la paz entre tribus rivales de este país del Pacífico.
Durante casi 40 años esta misionera franciscana se ha jugado la vida en numerosas ocasiones para defender a muchas mujeres que han sido acusadas de brujería, basándose en la creencia tradicional de aquella tierra de que los males son causados por espíritus y maldiciones. Y por tanto, las “culpables” deben ser castigadas.
Casi 40 años en la exótica Papúa Nueva Guinea
El Ayuntamiento de la ciudad alemana que dio nombre a la conocida como República de Weimar justifica dicho reconocimiento asegurando que “la hermana Lorena ha intentado identificar las causas de la nueva y brutal oleada de caza de brujas, y hacer una labor de educación al respecto. Al mismo tiempo, no ha dejado de hablar con los verdugos y actuar ante la inacción de las autoridades locales”.
Papúa Nueva Guinea es un país complejo. Con una superficie similar a la de España, pero con numerosas islas, su territorio es bastante montañoso y está compuesto en casi totalidad por bosques, lo que provoca que los 7 millones de habitantes vivan muy dispersos y en zonas rurales. Hay más de 1.000 tribus y 800 lenguas en un país donde más del 60% es cristiano, pero en el que las tradiciones tribales y la superstición están todavía muy presentes.
Esto es lo que se encontró esta religiosa cuando dejó hace casi 40 años su convento en Suiza cumpliendo su sueño de “conocer tierras lejanas” e intentar “hacer un mundo más justo”. Pronto vio la realidad en su misión: en las montañas se encontraba con hombres en taparrabos con arcos, flechas y hachas, mujeres con faldas de hierba, y todos ellos dispuestos a atacar y matar a la tribu enemiga. Recuerda que era como volver a la edad de piedra.
Por un lado, el país avanzaba a un ritmo mucho más rápido de lo que la población de este país podía asimilar El ‘progreso’ trajo consigo el que muchos hombres jóvenes se dieran al alcohol, las drogas y la violencia ante la falta de trabajo.
Lucha contra la superstición y la "caza de brujas"
Sin embargo, las supersticiones tradicionales se han quedado ancladas en la sociedad. De ahí que cuando hay una mala cosecha, una desgracia o muere alguien se sigue buscando una cabeza de turco. En este caso son mujeres a las que acusan de brujería, que son agredidas y asesinadas. Este fenómeno ha desatado la alarma internacional ante el número de casos.
La hermana Lorena se dedica a rescatar a estas mujeres y a intentar cambiar la mentalidad de la población, una parte de ella cristiana. Muestra el verdadero cristianismo y sensibiliza a la población sobre los riesgos de dejarse llevar por estas supersticiones.
Esta monja, junto a otras dos religiosas, un catequista, un policía, un representante del pueblo y dos víctimas visita familias, comunidades, escuelas y parroquias. Y sus frutos son visibles, aunque aún se siguen dando casos, como el de una amiga suya que fue acusada y torturada hasta que acabó muriendo debido a la gravedad de las heridas.
Tras casi cuatro décadas en Papúa Nueva Guinea, ella asegura que “se siente en casa” y que “encontré el trabajo de mi vida”.
"Actuar en lugar de hablar"
Recuerda que la modernidad ha llegado a estas tierras con sus ventajas e inconvenientes. La droga, las armas, la corrupción, el SIDA están ahora presentes y haciendo estragos. Rescata a las mujeres violadas, maltratadas y también a las que están obligadas a prostituirse. Hace pruebas de VIH, cuida niños enfermos y acoge a adolescentes en riesgo.
La vida de Lorena se mueve entre la escuela, el hospital, el cuartel de Policía, la cárcel y los tribunales. “Mi lema es: actuar en lugar de hablar”, afirma. Y a tenor de su actividad y de sus frutos debe ser bastante efectivo.
Confiesa esta monja que “a menudo me parece que tengo dos alas que me transportan y hacen mi trabajo más fácil”.
Pero no sólo lucha contra la “caza de brujas”, sino que esta misionera franciscana se ha convertido en una efectiva mediadora entre los pueblos enfrentados y en guerra en la selva de la provincia de Southern Highlands. Enfrentamientos con arcos, hachas, machetes y armas de fuego que han dejado numerosos muertos, mujeres y niños incluidos.
La conversión de un guerrillero
Gracias a su mediación, algunas veces estando entre ambos grupos, ha logrado que consigan la paz tras años de guerra. Esta monja relata la historia de conversión de uno de estos guerrilleros y de la que ella fue testigo en primera persona.
Lorena cuenta que un día iba conduciendo cuando se encontró con un grupo de hombres armados que esperaban a que se hiciera de noche para atacar al clan enemigo. Reconoció una cara familiar y sin pensárselo dos veces paró el coche, se bajó y fue hacia ellos.
“Como suele pasar en estos casos, la incertidumbre y el miedo se apoderaron de mí. Ya era demasiado tarde para darme la vuelta. ‘¿Cómo están usted y su familia?’, pregunté al hombre. Su rostro mostró una profunda angustia. Las lágrimas secretamente borradas por él tampoco permanecieron ocultas para mí”, relata ella, que vio que en realidad este hombre no quería seguir adelante con lo que hacía.
"¡Ayúdame a recibir el perdón de Dios!"
A la mañana siguiente, aquel guerrillero se presentó en la puerta de la casa de Lorena Jenal. Apenas conseguía hablar, necesitaba abrir su corazón. “Entonces comenzó a suspirar, gemir y casi a gritar confesando: ¡He matado!”, recuerda. Entonces su lengua se abrió y le contó como aquella pregunta por su familia y por él le había tocado su corazón.
Entonces, este guerrero confesó que en el pasado había matado 4 padres de familia. “Por favor, ayúdame a expiar mi culpa, ayúdame a recibir el perdón de Dios”, le dijo llorando.
La confesión pública de sus crímenes
Había empezado a tener una conciencia cristiana de lo que había hecho e inició un largo camino de penitencia, de dejar estos grupos y abandonar para siempre la violencia. Pero él necesitaba también visualizar el perdón de Dios y de la comunidad.
El domingo antes des de la misa el hombre pidió a su mujer que le esposara y le vendara los ojos. Quería llegar así hasta el Señor en la iglesia. “Fue un ritual de profunda seriedad. La asamblea de los fieles se vio visiblemente afectada por esta confesión pública y por su conmovedora honestidad. Cuando el sacerdote rompió sus ataduras y lo liberó de su culpa interior, la expiación y la paz asociadas con Dios se hicieron palpables”, explica esta religiosa.
Esta celebración de reconciliación fue el comienzo de una nueva etapa en esta zona, pues grupos enteros de hombres encontraron a partir de ese momento el valor para dejar esa vida guerrera y seguir la senda de la paz.