En estos momentos España es una gran potencia misionera con más de 10.000 españoles repartidos por el mundo anunciando el Evangelio. Pero la cifra baja cada año a año, y sobre todo si se compara con las varias decenas de miles de misioneros que España tuvo en la segunda mitad del siglo XX.
Uno de estos jóvenes que dejó su tierra natal para partir a África a llevar a Dios fue el carmelita Fray Miguel Gutiérrez, que ha pasado más de medio siglo en este continente experimentando en aquellas tierras los mejores pero también los peores momentos de su vida allí.
En ese tiempo pasó 45 años en el Congo, 3 en Costa de Marfil, uno en Camerún y otro en Ruanda.
Ahora a sus 82 años y ya con los achaques de una vida larga y dura se dedica a la parte más “contemplativa” de su ministerio en el convento de los Carmelitas Descalzos de Las Batuecas. Ahora sigue siendo misionero, pero rezando por África y su gente.
En una entrevista con La Gaceta de Salamanca nos trae su experiencia africana y cómo ha cambiado la vida en este medio siglo pasado en el gran continente.
Pero no todo fue bonito. Allí vio lo mejor del ser humano, pero también de lo que es capaz de hacer y cita concretamente el genocidio de Ruanda. “Ese día teníamos que traer cables de la central eléctrica porque nos lo daba el director pues eran muy gruesos y no se podían comprar en los comercios. A las 11 de la mañana comenzaron los Hutus a matar Tutsis y Hutus moderados. El Congo y Ruanda están separaros por el río Ruzzizzi, que sale del lago Kivu y va al lago Tanganika. A niños, jóvenes, hombres y mujeres, hasta a ancianos les cortaban la cabeza y los tiraban al río. Los de la orilla del Congo gritábamos llamándolos “asesinos”. Hasta yo gritaba en español. Ha sido la experiencia más triste de mi vida”, recuerda todavía horrorizado.
No es fácil ser misionero ahora, pero menos lo era hace décadas. Sobre este asunto, fray Miguel relata que “en la misión carmelitana de Masisi había dos selvas que había que recorrer: Walikale-Mutongo y otra en Ñamaboko. Se visitaban sus poblados y se veían las necesidades espirituales y materiales: hacer carreteras, construir iglesias, escuelas o centros de salud. Allí se estaba por lo menos dos semanas sin ir a la central. Un día se hacían 30 kilómetros, otro 40... Un día dos obispos hablaban de evangelizar una selva de la misión de Butembo a partir de la Diócesis de Goma. No se podía pasar por tantos ríos y tantos leopardos como había. Me presenté como voluntario y fui para allá”.
“Cuando los Carmelitas nos internamos en la selva de Walikale y Ñamaboko encontramos muchos leprosos. La lepra a unos les había comido las manos, a otros los pies... Pensamos hacer un poblado para los leprosos”, agrega.
Ese arrojo de ir a lo desconocido, a lo peligroso sin importar las fieras ni el clima ni las dificultades del terreno ha tenido sus frutos y se ha traducido en algo palpable. Este veterano carmelita cuenta que “en la parroquia que yo dejé al venirme del Congo (Chimpunda) había unos 10.000 alumnos en las escuelas primarias. La Universidad Católica tiene bastantes clases, también la Universidad Oficial y sobre todo la Escuela de Enfermería, con más de 2.000 alumnos. Los Carmelitas llevan más de 30 años siendo capellanes de este centro. Todos los días por la mañana encuentras más de 500 jóvenes estudiantes oyendo misa”.
En aquellas circunstancias vio también otros sucesos difíciles que les costaron muchos sufrimientos a los misioneros. Fray Miguel explica que “en la parroquia de Chimpunda teníamos todo ocupado por la llegada de chicas jóvenes que venían a estudiar desde la selva. No podían estudiar en una escuela ordinaria porque ya tenían 13 o 14 años. Al preguntarles por qué no habían ido a la escuela, nos decían: ‘porque nos violaban. Teníamos que quedarnos en la platanera para que no nos vieran’. Había unas 700 chicas en esa misma situación”.
El anuncio del Evangelio fue también acompañado con la mejora de la calidad de vida de las personas. “Los cristianos decían que Cristo es luz, pero allí ellos estaban en las tinieblas. No tenían luz eléctrica y las turbinas estaban a unos cinco kilómetros. Con la ayuda de Manos Unidas y la colaboración de los habitantes, se pudo poner la electricidad en veinticinco poblados”.
Para acabar habla de su experiencia y de cómo debe ser un misionero. Fray Miguel lo define así: “el carmelita tiene que ser 100 % misionero y 100 % contemplativo, no mitad y mitad, sino completamente misionero y completamente contemplativo. He sido un pobre misionero en África. Ahora un pobre contemplativo. Yo he pedido mucho para hacer iglesias y colegios, pero no para comer. Regresé a España con tres kilos más y 50 euros después de 50 años de misión”.