El páter al que hace referencia el informe reservado 96345 Rel nº 148411-66 de 16 de noviembre de 1966 de la Primera División de Infantería, desplegada en Vietnam, era el capitán Michael Quaely y murió ese día. Tenía 37 años.
No era su primera acción de guerra. Había participado en la Operación El Paso, en la Operación Shenandoah y en la Operación Attleboro. En todas ellas su arrojo había dejado un recuerdo imborrable, y no sólo en su unidad: "Es el hombre más valiente que he visto nunca", reconoció Jack Whitted, jefe del primer batallón de la 28ª de Infantería.
Ese valor no le venía sólo en cuanto militar. También en cuanto sacerdote. Nacido en Nueva York en 1929, su sueño desde niño fue ser misionero en Asia. Se graduó en la Seton Hall University (institución académica católica de la archidiócesis de Newark) y en el seminario de Maryknoll, especializado en la formación misionera. Y ejerció durante un tiempo en la archidiócesis de Mobile, en el estado de Alabama, donde la segregación racial le disgustaba. En 1965 se alistó en el ejército.
Ésta fue la segunda boda que celebró el padre Quaely, a un oficial de la Armada, quien recuerda que estaba más nervioso que los novios. Fue poco antes de ser destinado a Vietnam.
¿Por qué ese cambio? En el fondo, era la misma voluntad de salvar almas: "Quería servir al soldado que no tenía tiempo de buscar los sacramentos. Sabía que sin un sacerdote que celebrase misa, diese la comunión, escuchase confesiones y administrase la extremaunción, el soldado acudiría a la batalla, y quizás a la eternidad, espiritualmente desarmado. Y el padre Quealy no quería que eso sucediese", explica el parte citado, reproducido por The American Catholic.
Fila de confesiones para el padre Mike previa a una misa de campaña (arriba). Momento de la comunión, mientras un helicóptero aterriza (abajo).
De ahí que desde el primer momento buscase la forma de estar lo más cerca posible de ellos y en el momento donde más podían necesitarse. Y el medio para lograrlo eran los helicópteros sanitarios.
Una vez en tierra, se lanzaba al lugar de la refriega a buscar los heridos y, según las circunstancias, ayudarles a llegar hasta el lugar de evacuación o administrarles la extremaunción, o escuchar alguna última confesión, recomendar un alma o simplemente consolar a quien, no queriendo nada de eso -pues el padre Quealy también atendía a los no católicos-, sí agradecía una mano amiga que le acompañase en los últimos instantes.
Fue cuanto sucedió aquel 8 de noviembre. En cuanto se enteró de que las cosas se habían complicado en Tay Ninh, al noroeste de Saigón, se montó en el primer helicóptero de evacuación disponible. Intentaron disuadirle, porque la situación era demasiado peligrosa. "¡Mi puesto está con ellos!", gritó por encima del hombro, mientras el aparato despegaba.
Un momento de la homilía en una misa de campaña del capitán Quaely.
Y con ellos estuvo hasta el final, según recuerda un teniente: "Habló con los heridos que estaban en las camillas en torno al puesto de mando. Las balas silbaban desde todas partes, pero él iba de un hombre a otro haciendo su trabajo".
Luego, evoca un sargento, "preguntó dónde estaba la acción más virulenta": "Le vi correr hasta allí y empezar a cargar con los heridos para extraerlos. Sé de al menos cinco de aquellos chicos que le deben la vida".
Yendo a por uno más fue como entregó su vida, según cuenta un soldado que estaba cerca de él en ese momento: "Nos disparaban en aquel lugar desde tres nidos de ametralladoras. Una de ellas alcanzó al padre Mike y cayó, justo en el límite del lugar donde se combatía". Intentaba rescatar a un infante más. Recibió la Estrella de Plata y el Corazón Púrpura por esa acción. Otros seis capellanes más murieron en Vietnam.
La madre de Michael Quealey recibe una medalla de manos del padre Francis Sampson, jefe de los capellanes del ejército. Al fondo, un cuadro representa el momento de la muerte del sacerdote, de rodillas administrando la extremaunción a un herido. El padre Sampson es también un capellán célebre: él fue realmente quien buscó y salvó al soldado Ryan de la película de Steven Spielberg protagonizada por Tom Hanks.
"Mi batallón estaba cerca del del padre Quealy el día en que lo mataron en Tay Ninh, el 8 de noviembre de 1966", recuerda el soldado Eugene Tuttle: "La terrible noticia me llegó al día siguiente. Me había confesado con él un mes antes en Lai Khe. Ya era bastante duro ver morir a chicos jóvenes, pero parecía como un sacrilegio que mataran a un sacerdote mientras consolaba a los heridos y agonizantes. Le había conocido meses atrás, en mi bautismo de fuego. Antes de subir a los tanques y carros para salir como cebo hasta que los refuerzos pudieran rescatarnos, el capellán Quaely congregó a quienes éramos católicos. Nos dijo que las patrullas de reconocimiento habían confirmado que los vietcong habían cavado trincheras y nos esperaban entre los arbustos. Entonces se colocó la estola sobre los hombros y nos recordó que un Acto de Contrición podía sustituir a la confesión cuando se está en peligro inminente de muerte. Fue un momento dramáticamente inolvidable, y el capellán era un hombre inolvidablemente amable. ¡Que Dios bendiga su alma!".