Cuando era adolescente, en el centro de la ciudad donde creció, Rodrigue, con su banda, le tomó el gusto a ganar dinero fácil, a las mujeres, al alcohol y a las drogas. En más de una ocasión evitó la prisión por los pelos. Esto le hizo reflexionar. Este es su testimonio en primera persona.

He crecido en una ciudad y en el seno de una familia de tradición católica, pero en la que mi abuela era la única practicante. Fue ella la que vigilaba que fuera a la catequesis. Cuando llegó el momento de la confirmación, pude elegir entre ir a la preparación para recibir este sacramento o ir a los entrenamientos de fútbol y claro, elegí el fútbol. Fue entonces cuando empecé a alejarme de la Iglesia.


Con la llegada de la adolescencia poco a poco fui desviándome hacia la delincuencia. No era un buen estudiante y en casa no había nadie que me pudiera ayudar con los estudios. Empecé a frecuentar a unos jóvenes que estaban en mi misma situación.

Creamos un pequeño grupo y empezamos a cometer actos de vandalismo, agresiones, robos con allanamiento. Sabíamos que actuábamos mal pero, al mismo tiempo, empezamos a fumar hachís y a beber alcohol, por lo que entramos en un ciclo de violencia.

Luchábamos con otras bandas. Yo era uno de los líderes. Supe lo que era ganar dinero fácilmente y era consciente de que tenía un cierto poder sobre los otros. Además, les gustaba a las chicas. Después, con otros, empecé a vender droga.

Viví así hasta los 22 años. Pero poco a poco me calmé al ver que varios amigos míos habían acabado en la cárcel. Estuve a punto de acabar también yo en ella, pero nunca me cogieron.


Tres laicas consagradas -Eliane, Claire y Arlette- vinieron a vivir a Bondy, en la ciudad. Vinieron a vernos al lugar donde traficábamos. Primero pensamos que eran policías. Pero al cabo de un tiempo comprendí que realmente eran religiosas. Entonces, les dije: "Soy católico, rezad por mí, pero ¡no volváis!"

De hecho, quería que nos dejaran tranquilos y, de paso, no quería tener problemas con mi abuela que tal vez las conocía… Me cruzaba con ellas regularmente y cada vez ellas me decían: "¿Sabes, Rodrigue?, rezamos por ti!". Y yo les respondía: "¡Sí, sí, rezad, rezad!".

No creía para nada en la eficacia de la oración, sólo quería que me dejaran en paz. Un día me invitaron a ir a Paray-le-Monial, pequeña ciudad donde miles de cristianos se reúnen cada verano. "¡No, no, rezad por mí!". Pero a medida que pasaba el tiempo, me gustaban cada vez más.


Un día, mi banda tuvo una pelea con otros jóvenes; fue una batalla dura, muy violenta. Muchas personas acabaron inconscientes. Pensamos incluso que estaban muertos…

Tuve miedo y sentí la necesidad de ir a rezar a la iglesia.

Extraordinariamente, estaba abierta. Recé y sentí una gran paz.


Vi allí a Claire, una de las religiosas, y le dije: "¡Iré a Paray-le-Monial con vosotras!".

Fui y llevé la droga conmigo… Pero no fue fácil. Le dije a Dios: "Si existes, hazme una señal".

En un determinado momento hubo una Adoración del Santísimo y me puse a chillar y a pedir perdón. No tenía ni idea de porqué lo hacia. Entonces cogí el hachís que llevaba encima, lo tiré y desde entonces no he vuelto a fumar.

Cuando volví, mis amigos no me reconocían. Sentía un fuego dentro de mí. Iba a misa y rezaba con las hermanas.


Empecé a buscar una profesión. Tenía ganas de construir mi vida. Entendí que Dios me llamaba a estar en la calle y sentía el deseo de ser educador. Me formé en los Apprentis d’Auteuil [fundación católica de formación e integración de niños y jóvenes en situaciones marginales], donde aprendí mucho, sobre todo la paciencia y a no responder a la violencia con violencia.

Hoy soy educador en Mureaux, en una filial de la asociación Le Rocher-Oasis des Cités. Adoro este trabajo porque me brinda la oportunidad de estar cerca de jóvenes que están en la misma situación en la que estuve yo. Pero yo puedo decir con certeza, por haberlo vivido en primera persona, que su recorrido vital puede cambiar, que otra vida, más feliz, es posible para ellos.

(Testimonio recogido por Laurence Meurville. Publicado en Il est vivant. Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)