“Me opuse con todas mis fuerzas a renunciar a ti, tanto que el médico entendió todo y no añadió nada más. Riccardo, eres un regalo para nosotros. Fue esa noche, en el coche de vuelta del hospital, cuando te moviste por primera vez. Parecía como si estuvieras diciendo "¡gracias mamá por quererme!". ¿Y cómo no te íbamos a querer? Eres precioso, y cuando te miro y te veo tan bello, animado, simpático, pienso que no hay sufrimiento en el mundo que no merezca la pena soportar por un hijo”.
Esta es parte de la carta que la joven de 26 años María Cristina Mocellin escribía en septiembre de 1995, un mes antes de morir de cáncer, a su hijo Riccardo. Una enfermedad que renunció a tratarse durante el embarazo para no poner en peligro la vida del feto. Antepuso la de su pequeño antes que la suya a pesar de los riesgos que entrañaba. Murió amando, murió entregando su vida.
Este lunes la Santa Sede publicaba los decretos aprobados de la Congregación para las Causas de los Santos aprobados por el Papa entre los que se encontraba María Cristina, esta joven madre de tres hijos que murió con apenas 26 años y de la que se le han reconocido sus “virtudes heroicas” siendo ya por ello “venerable”.
Cristina nació en 1969 en Monza, en el norte de Italia, en el seno de una familia obrera pero con una sólida fe cristiana. Desde niña experimentó una fuerte espiritualidad y desde muy pronto fue elaborando un diario espiritual que la acompañó hasta su muerte.
Cristina Mocellin, con Carlo, su marido
Tal y como recoge la web que promueve la causa de canonización de María Cristina, en este cuaderno fue anotando desde antes de la adolescencia todas las meditaciones y sus conversaciones con un Dios que le fascinaba y con el que conversaba de manera intensa.
En 1984, con apenas 15 años dejaba escrito en su diario: “Debo aprender a vivir teniendo en cuenta al mayor maestro de la vida: JESÚS. Con amor y no con discordia, cargando mi cruz con alegría en el sufrimiento, aceptando la voluntad de Dios y de los compañeros como son”.
Un año más tarde, en 1985, escribía en este cuaderno: “me gustaría que tu Palabra fuera mi único apoyo, mi única petición, mi única alegría, mi único impulso, mi único consuelo. Si te busco, todo lo demás me será dado”.
Durante su adolescencia, en los años de Bachillerato, llegó a tener una inquietud vocacional por la vida religiosa debido al ejemplo de las monjas de su colegio por lo que llegó a plantearse ser Hija de la Caridad. Pero un encuentro casual con Carlo Mocellin en Valstagna, al final de unas vacaciones familiares en casa de sus abuelos maternos cambió totalmente su percepción.
Una de las últimas fotos de la familia Mocellin
Pero antes de este encuentro escribía: “Señor, muéstrame el camino: no importa si me quieres como madre o como monja, lo que realmente importa es que yo siempre haga tu voluntad. Déjame sufrir también, porque es en el sufrimiento donde te encuentro, la salvación”.
Del mismo modo, como si adelantara lo que fuera a vivir años después, con 18 años dejaba constancia en su diario espiritual acerca del sufrimiento y de la cruz, algo de lo que aprendería sobremanera en el futuro.
Así, en el Viernes Santo de 1987 decía: “¡Jesús, Dios, quiso morir en la Cruz como el último de los pecadores! ¡Qué gran amor debe haberte empujado, mi Señor, a morir por mí en la Cruz, para salvarme no con un ‘trozo de panettone’, sino dando tu vida, muriendo por mí”.
Esta cruz se manifestaría con sólo 18 años cuando ya saliendo con Carlo le fue diagnosticado un sarcoma en el muslo izquierdo. Sufrió varios ingresos, recibió varios ciclos de quimioterapia y durante varios meses tuvo que estar alejada de los estudios y de su vida normal. Sin embargo, este dolor cimentó su amor a Carlo y también a Dios.
En febrero de 1988 hablaba sobre ello: “’Sufrimiento’: una palabra que a nadie le gustaría experimentar. Sin embargo, Tú, Señor, querías que sintiera mínimamente lo que sentiste cuando los hombres te matamos. Gracias porque finalmente entendí cuánto me amas al tratarme como a un amigo favorito”.
Cristina, con Riccardo, poco antes de morir
Cristina logró curarse por completo y con apenas 21 años quiso casarse con Carlo. Se fue a vivir a la ciudad de su marido en el Véneto y acabó sus estudios universitarios a distancia. Diez meses después de la boda nació su primer hijo, Francesco. Año y medio después llegaría Lucía.
Unos meses después de nacer Lucía esta joven madre se quedó embarazada de Riccardo, pero justo en ese momento apareció un nuevo sarcoma en la misma pierna en la que lo padeció cinco años antes.
Tras esta terrible noticia el matrimonio inició un gran camino de oración, tanto personal como conyugal. Frente al oncólogo que trataba a María Cristina ambos mostraron su determinación en salvaguardar la vida del niño. Se sometió a una operación para extirpar el tumor pero la madre decidió posponer la quimioterapia para no dañar a Riccardo.
Su hijo nació en julio de 1994 sano y alegre. Pero su madre comenzó una dura y dolorosa batalla ante la enfermedad. Sin embargo, los resultados no dieron resultado como unos años antes. La metástasis llegó a los pulmones y ella se abandonó completamente a la voluntad de Dios. El 22 de octubre de 1995 fallecía dando un auténtico testimonio de amor y fe que transformó a todo aquel que la conoció.
Semanas antes de morir en la carta que escribía a su hijo Riccardo también le decía su madre: “Querido Riccardo, debes saber que no estás aquí por casualidad. El Señor quería que nacieras a pesar de todos los problemas que había. Papá y mamá, como puedes comprender, no estaban muy contentos con la idea de tener otro bebé, ya que Francesco y Lucía eran muy pequeños. Pero cuando supimos que estabas allí, te amamos y deseamos con todas nuestras fuerzas. Recuerdo el día en que el médico me dijo que todavía estaba diagnosticando cáncer de ingle. Mi reacción fue repetir varias veces: ¡Estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! ¡Pero estoy embarazada, doctor! Para enfrentar los miedos de ese momento se nos dio una fuerza de voluntad inconmensurable para tenerte”.