Daniele Maria Piras es un joven franciscano en formación. Tiene 32 años y es originario de Carbonia, en Cerdeña, una de las islas más grandes del Mar Mediterráneo, perteneciente a Italia. Pero antes de sentir su llamado de Dios e ingresar a la Orden de los Frailes Menores, su vida estuvo marcada por el dolor, un profundo sufrimiento y el sinsentido.
“Desde que era pequeño mi familia, sobre todo por problemas económicos, vivía grandes dificultades relacionales, especialmente entre mi madre y mi padre. Al terminar la escuela media comienzo a trabajar con mi padre en su empresa de construcción; en esos años, para huir de la fatiga familiar, comienzo a frecuentar ‘malas compañías’. Para mantener el paso con ellos, comencé a beber, hacer uso de las drogas ligeras, luego más pesadas, también para anestesiar el dolor que llevaba en el corazón”, narra Daniele en entrevista con la ‘Rivista Porziuncola’ de los franciscanos.
Su abuso de las drogas fue tal que con tan sólo 16 años se convierte en un tóxicodependiente. “Por siete años no pude salir de esa esclavitud: sabía que era malo, pero ya estaba dentro de un círculo vicioso, no pude evitarlo; era muy débil, y cuando quise salir me di cuenta que era muy tarde y mi voluntad estaba muy débil. Fui donde los psicólogos, traté de tomar medicamentos para la abstinencia, pero los resultados fueron escasos”, comenta el joven.
En un principio Daniele escondió su situación a su familia, pero al empeorar sus padres se dan cuenta de lo que estaba viviendo. “Mi madre me animó, estuvo cerca de mí y me amó como era”.
Fue justamente por medio de la madre que la paz regresó al hogar de Daniele: “Ella, de joven, luego de recibir los sacramentos, se alejó de la Iglesia, pero tras varios años se acercó de nuevo, precisamente por causa de la dolorosa relación que estaba viviendo con mi padres. Esta relación era su cruz: aquella cruz tenía un nombre, mi padre Carlo, quien se encontraba en una situación muy difícil después de haber perdido su trabajo”.
El joven franciscano cuenta que su madre encontró consolación en un grupo de amigas que rezaban el Rosario: “María la reconduce al Hijo suyo: en la oración, en la Palabra en los sacramentos. Allí encuentra la fuerza para estar en esa situación de dolor, y decide estar al lado de mi padre y amarlo así como era (…) Esto permite a Aquel que ha vencido a la muerte llevar su salvación a nuestra familia y hacer nuevas todas las cosas”.
Un testimonio de fe de la madre que muy pronto sirvió de ejemplo para la hermana de Daniele, Chiara Redenta, quien sintió el llamado de Jesús e ingresó a las Clarisas en el año 2005. “En ese momento mi experiencia de muerte, así como el testimonio de mi madre y mi hermana, me llevó a pedir ayuda y comencé a invocar el nombre del Señor Jesús”, agrega el joven.
Pero su conversión llegó en noviembre del año 2006 cuando su madre lo invitó a participar en un congreso durante la Solemnidad de Cristo rey del Universo. “La Palabra que guiaba el Congreso era un verso del salmo 107, 14: ‘Los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus prisiones’. Me tocó la catequesis de un padre franciscano, parecía como si yo le hubiese contado mi historia (…) explicaba cómo el mal, a través de lo atractivo del mundo, que presenta una felicidad aparente, busca destruir nuestro cuerpo que es el templo del Espíritu Santo, morada de Dios, lugar donde podemos hacer experiencia de Él”.
El joven decide hablar con el sacerdote franciscano, le cuenta que es un adicto y le pide que ore por él. “El fraile me invitó que le pidiera a Jesús que interviniera, me bendice y regreso a mi puesto. Luego un sacerdote pasó con Jesús Eucaristía en medio de 600 personas (…) Jesús pasó a mi lado, luego regresó al altar y yo sentí dentro de mí el deseo de ir y tocarlo (…) Lo toqué y regresé a mi puesto”.
Menos de dos años después de esta experiencia, el 29 de septiembre de 2008, y tras vivir dos convivencias con los Franciscanos en Asís, el joven Daniele entra al postulantado de los Frailes Menores.
“El sufrimiento en nuestra familia se ha revelado pedagógico: acogido en la fe, ha preparado nuestros corazones para acoger el Misterio (…) Solo Él dice: ‘he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, comparte el joven franciscano.