Cuenta Lisa Maurer, de 46 años, que una de las veces que más lloró en su vida fue cuando decidió seguir su vocación religiosa y hacerse monja.
Se podría pensar que, en un momento de duda en su fe, valoró las cosas materiales y físicas que perdería para siempre y que eso le encogió el alma al punto de hacerla derramar lágrimas.
Pero el motivo era de índole bien poco predecible en una mujer de su edad y condición [entonces tenía 38 años y era profesora], pues resulta que lo que le compungía era pensar que nunca más iba a entrenar a chicos en el instituto.
Pero la vida le tenía reservada una sorpresa: convertirse en entrenadora de fútbol americano.
Maurer es hija de un entrenador de football [fútbol americano]. Desde bien pequeña estuvo en contacto con el mundillo y es buena conocedora de sus interioridades. De los sacrificios familiares que ha de afrontar alguien que forma a los jóvenes, de las relaciones con estos, de las incontables sesiones de vídeo.
Antes del año 2007 era profesora en un instituto y se dedicaba a echar una mano en equipos femeninos de voleibol y otros deportes.
Pero sintió la llamada del Señor y quiso dedicar su vida a la oración y la reflexión. Ingresó en el convento benedictino de Duluth, en Minnesota, y comenzó una nueva etapa de su existencia.
Lo que pasa es que esa congregación benedictina había fundado, a principios del siglo XX, la universidad de St. Scholastica y, como es norma en Estados Unidos, ésta tenía un equipo de football. Modesto, de la tercera división de la NCAA, pero equipo al fin y al cabo.
En el vestuario (masculino) ya no se dicen tacos, al menos no con la hermana Maurer delante
Algo se movió en los sentimientos de la Hermana Lisa cuando escuchó los silbatos de los entrenadores en el campo cercano a su habitación, donde rezaba el rosario. Ese algo, ese gusanillo, ese recordar sus orígenes, a su padre y su pasión, le llevaron a bajar al cesped y rezar allí mismo.
Poco tiempo después, intrigado, el entrenador de la universidad, Kurt Ramler, se interesó por la hermana.
"Me sorprendió poder hablar con ella de football. No tenía un conocimiento superficial. En absoluto. Era una auténtica enamorada del juego y sabía muy bien lo que decía". Ramler no se lo pensó y le ofreció un puesto de entrenadora junto a él, en concreto con los kickers y los punters.
"Lo que busco en mi equipo de asistentes es inteligencia, corazón y ganas de enseñar. Y en todas esas facetas es extraordinaria", concluye Ramler.
Maurer no se lo pensó dos veces, "el Señor ha sido muy bueno conmigo. No podía sospechar el tener esta oportunidad", aclara.
La monja fue parte, el año pasado, de un equipo que acabó la temporada regular 10-0, aunque perdieron el primer partido de playoff. Este año han comenzado 31 la campaña.
Los jugadores, en cualquier caso, están encantados con ella.
Se producen situaciones extrañas en un vestuario de football, como es el hecho de que prácticamente han desaparecido los tacos. Dice Maurer: "a veces se les escapa alguno y me miran y dicen "perdón, hermana", pero por supuesto que no tiene importancia".
El entrenador, Ramler, opina igual: "sí, debo ser el entrenador que menos tacos dice del mundo, pero esa es la única diferencia con otros equipos y grupos técnicos".
Otro asunto que distingue tan especial presencia en la banda, en los entrenamientos, es que la relación humana es más estrecha. "Los chicos vienen y me cuentan sus cosas, que se les ha muerto un abuelo, lo que les pasa en casa, cómo les va con sus novias, rezamos juntos. Supongo que esa es otra diferencia", añade la Hermana Lisa.
Oración rodilla a tierra con los jugadores fortachones
Con Lisa Maurer ya son dos las mujeres que son entrenadoras en el mundo del fútbol americano, al menos en lo que se refiere a la NFL y la NCAA. A la religiosa se unió en esta histórica lista la psicóloga Jen Welter, que Bruce Arians fichó para su grupo en los Arizona Cardinals.
Bajo estas líneas, en un vídeo de YouTube vemos a la hermana entrenando a su equipo
En el vídeo bajo estas líneas, una religiosa de Kentucky demuestra ser buena lanzadora mientras espera en las calles de Nueva York la llegada del Papa Francisco