Emilio Francisco Amo Urbano es un militar español de la Infantería Mecanizada, enfermo de esclerosis múltiple, que ha acudido dos veces al santuario de la Virgen de Lourdes, en Francia. Cada experiencia fue distinta, y así lo cuenta a CariFilii.
“En casa somos todos cofrades de la Virgen de las Angustias de mi pueblo, Nueva Carteya (Córdoba). He nacido y crecido muy vinculado a esta advocación de la Virgen. Mirar a la Virgen de las Angustias era como mirar a una parte de mí mismo muy importante. Y tengo el inmenso honor de tener la llave del Oratorio donde está el Santísimo Sacramento y esa venerada imagen. Antes de la enfermedad, mi relación con Ella era medio confidente, medio protocolaria. Rezaba el Rosario, a veces más, a veces menos”.
Sin embargo, pese al ambiente cofrade y mariano de su familia, “la Virgen era una figura casi lejana, con la cual nunca había tenido una experiencia existencial. Quiero decir importante, de las que marcan en la vida. Nunca esperaba nada de Ella. Aunque algo en mi interior me empujaba a considerarla como una madre, como muy cercana, mi relación giraba en formalismos devotos“.
Enfado con la Virgen… pero con una enseñanza
La primera vez que Emilio Francisco peregrinó a Lourdes con compañeros militares iba “psicológicamente muy destrozado”. “Me sentía muy solo y desamparado a causa de la enfermedad. Me sentía diferente a los demás. Aquella primera vez, en Lourdes, la pierna izquierda se me paralizó por la esclerosis múltiple y me enfadé mucho con la Virgen, que se suponía que curaba a los enfermos. La fraternidad y solidaridad de mis compañeros hizo que ellos tuvieran que ayudarme en todo. Fue una experiencia muy fuerte para todos. Allí yo comprendí el primer milagro: no estaba ni estoy solo“.
El poder del sacramento de la Penitencia
Lo que impulsó a Emilio Francisco a relatar su segunda peregrinación a Lourdes fue “otra experiencia fuerte en la Gruta. Descubrí mi pecado oculto, ese del que habla el Salmo. Vi mi vida, mi relación con Dios y conmigo mismo. Recibí el Sacramento de la Penitencia como una auténtica gracia. Los que estaban más cerca de mí, los alumnos del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro (Madrid) creo que también fueron, en cierta manera, marcados. Puedo afirmar que llegué a gustar a qué sabe el Cielo. Y que ahora no quiero formalismos con la Virgen ni es un ser lejano para mí al que hay que acudir porque te lo dicen. La sentí como una Madre, una educadora, alguien muy real y muy especial”.
Fruto de esa experiencia, escribió el siguiente testimonio:
Peregrinar a Lourdes es un bálsamo, un milagro
En medio de un mundo herido por las discordias y los intereses partidistas, peregrinar a Lourdes es un milagro. En medio de tanto sufrimiento y dolor, de tanta desesperación y frustración, peregrinar a Lourdes es el bálsamo que mitiga las heridas más profundas del corazón del hombre. En Lourdes acontece el milagro, el más grande y sublime, el más hermoso: el de la paz.
Que 15.000 militares del mundo se reúnan como una sola familia durante 61 años después de aquella desastrosa y fatídica guerra mundial, es, si cabe aún más, el milagro por excelencia que tambalea las conciencias de quienes se alimentan a base de odio y divisiones. En Lourdes sucede la gesta más heroica y valiosa, la más meritoria: no se ven extraños, sino hermanos; no enemigos, sino amigos; no mejores o peores, sino compañeros.
A eso hemos ido el grupo de militares y guardias civiles: a buscar la Paz y correr tras ella. A trabajarla, a construirla, a hacerla posible, a olvidar lo pasado para construir un futuro donde los individualismos sean sustituidos por el interés y el bienestar general de aquellos a quienes servimos y prometimos defender aún con nuestra propia vida.
Lourdes es un santuario especial. No tanto por las aguas que manan de la Gruta y sanan las enfermedades corporales, como queriendo dar veracidad a las mismas, sino porque cambian la existencia ontológica del ser humano y lo transforma. He ahí lo verdaderamente sorprendente. Hay un antes y un después, un canto primaveral de pájaros que refresca y renueva lo más oculto.
El que firma este artículo es un soldado de Infantería enfermo de una patología incurable y degenerativa pero para nada inútil ni ineficaz. Ciertamente, lo reconozco en mi debilidad, dañado por el estigma de unas limitaciones. Pero nada más. Y en Lourdes me sentí arropado, querido, respetado por mis mismos compañeros de los Ejércitos y de la Guardia Civil que este año celebra su 175 aniversario. Esto es extensivo para todos aquellos componentes de los otros Ejércitos del mundo que no veían en mí a un soldado de desecho al que hay que conservar por caridad. Me sentí uno más de ellos como realmente lo soy, tal vez, un poco más necesitado, pero nada más.
En Lourdes, como cuando el compañero cae y el binomio le sostiene, los peregrinos españoles no me hicieron sentir diferente, ni vasija de barro frágil y rompediza. Fui uno más. Y eso no es un milagro, es la autentificación de unos valores de los que somos portadores quienes pertenecemos a esta “religión de hombres honrados” como escribía Calderón de la Barca.
Por supuesto que también hemos ido a rezar. No nos avergonzamos de ello. La confraternización auténtica no es sino fruto de una relación estrecha que emana de lo más Alto y supera el altruismo de los voluntarios. Más que otra cosa, se ha hecho el bien, con mayúsculas, subrayado y remarcado. Se ha enarbolado con grandeza el nombre de España.
Emilio Francisco con el arzobispo castrense español, Juan del Río Martín
Y como yo he sido parte y receptor de ello no me queda sino el dar las gracias. Se ha derrochado mucho amor para con este soldado que ahora escribe. Impresas con letras de oro quedará el bendito nombre de la Guardia Civil, del Ejército, ¡de los Ejércitos del mundo! y, sobre todo, el de María, que bien sabe a miel que destilan las abejas.
Más sobre el santuario en:
https://www.lourdes-france.org/es/
(Publicado originariamente en el portal de noticias marianas www.carifilii.es)