Entre los santos que se han visto favorecidos con los ángeles la guarda está san Pío de Pietrelcina (18871968). Dotado de muchos dones místicos, incluso el de los estigmas, esto es, las llagas de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, era un gran incentivador de la devoción a los ángeles de la guarda.
En diversas ocasiones recibió recados de los ángeles de la guarda de personas que, a distancia, necesitaban de algún auxilio de él.
Un señor de nombre Franco Rissone, sabiendo del constante empeño de san Pío para una mayor devoción a los celestes custodios, todas las noches, del hotel donde estaba hospedado, enviaba su ángel de la guarda al padre Pío para que le transmitiese los mensajes deseados.
Franco dudaba que el santo oyese sus recados. Cierto día, al confesarse con san Pío, preguntó: “¿Vuestra Reverendísima oye realmente lo que le mando decir por el ángel de la guarda?”. A lo que el religioso respondió: “¿Pero entonces juzgas que estoy sordo?”.
Las incertezas de muchos con relación a la convivencia de san Pío de Pietrelcina con los santos ángeles, a pesar de no indicar confianza, servían, entretanto, para resaltar aún más esta su familiaridad con los ángeles.
Cierta señora, de nombre Franca Dolce, resolvió preguntar a san Pío lo siguiente: “Padre, una de estas noches mandé al ángel de la guarda tratar con Vuestra Reverendísima unos asuntos delicados. ¿Vino o no vino?”. Respondió el confesor: “¿Juzgas, por ventura, que tu ángel de la guarda es tan desobediente como tú?”.
La señora, queriendo saber más, agregó: “Bueno, entonces, vino; ¿y qué es que él le dijo?”. San Pío respondió: “Pues, me dijo lo que tú le dijiste que me dijese”. No contenta con la respuesta, la señora volvió a preguntar: “¿Pero qué fue?”. San Pío respondió: “Me dijo…”, y entonces repitió con exactitud todas las palabras que la señora dictara al santo ángel, para sorpresa de ella misma.
Todavía más elocuente es el hecho ocurrido con otra señora, llamada Banetti, campesina residente a algunos kilómetros de Turín, en Italia. El día 20 de septiembre, fecha en que se conmemoraba la recepción de los estigmas del padre Pío, era costumbre que las personas más devotadas del santo confesor le enviaran cartas de las más variadas partes de Italia y hasta de otros países.
La señora Banetti no encontró quien fuera a la ciudad para poner su carta en el correo. Se encontraba afligida por no poder enviar sus saludos a san Pío. Se acordó, entretanto, de la recomendación que le hiciera el santo, en la última vez que con él estuvo: “Cuando sea preciso, manda tu ángel de la guarda conmigo”.
En el mismo instante dirigió una oración a su celeste guardador: “Oh mi buen ángel, llevad vos mismo mis saludos al padre, pues no tengo otra forma de mandarlos”.
Pocos días después, la señora Banetti recibe una carta venida de San Giovanni Rotondo, lugar donde vivía San Pío, enviada por la señora Rosine Placentino, con las siguientes palabras: “El padre me pide que le agradezca en su nombre los votos espirituales que le enviaste”.
(Libros del Padre Pío)