El relato se realiza a través de una entrevista exclusiva que Katja Giamonna, ex actriz alemana de origen italiano, concedió al periodista con el consentimiento de su padre espiritual.
Para ella, “retirada del mundo con todas sus vanidades”, los contactos con el mundo exterior son extremadamente reducidos, casi inexistentes, aun así ha dado la disponibilidad para ser entrevistada por email y por teléfono porque un testimonio no se niega “si a Dios le gusta, si es buscado y si sirve para la edificación de las almas”.
Katja nació en en una familia de Testigos de Jehová Wolfsburg (Alemania) el 11 de julio de 1975 . Fue educada desde pequeña para leer la Biblia y a acompañar a sus padres en su camino religioso.
Sin embargo, al comienzo de su adolescencia – gracias a una amiga católica y guiada por un pastor protestante – sintió el deseo de “perfeccionar” su bautismo entrando de lleno en la Iglesia Católica (el Bautismo de los Testigos de Jehová, como recuerda Katja, no es válido para la Iglesia Católica).
En los años noventa trabajó en la televisión y en el cine llegando a realizar su sueño: convertirse en una actriz conocida en Alemania y en Italia. Pero su carrera se interrumpió definitivamente porqué, como cuenta la misma Katja, “Cristo me quería para Él, y quería que viviera y trabajara solo para Él y no para tener fama, para la tele y para el infierno”.
En febrero de 2002 mientras se encontraba en Berlín para el Festival Internacional de Cine, sucedió algo que le cambió radicalmente la vida.
Una noche regresando a casa de unos amigos después de acudir a las fiestas y los eventos del Festival, cayó en un sueño profundo, quizás por el cansancio o por un desmayo, y se encontró en una habitación oscura rodeada de llamas que se elevaban mientras ella corría desesperadamente para encontrar una salida.
Fue una verdadera experiencia del infierno, donde se encontró con un misterioso personaje, un joven que se le reía en la cara mientras ella se desesperaba: “¡Corre, corre, que de aquí no sales!” le decía.
Katja sentía el dolor de las quemaduras mientras su cuerpo quedaba intacto, un “sufrimiento enorme”; creyó morir. Delante de sus ojos se mostraron “sus hombres”, (“utilizados por él, para echarme a las llamas”); en ese momento Katja descubrió que sus pecados contra la castidad la habían hecho merecer esa pena.
De repente, a través de una rendija que se “abrió” en la habitación, Katja pudo ver a su madre que, de noche, se levantaba para rezar, como hacía habitualmente, el Rosario de Santa Brígida de Suecia. Eran las tres de la mañana (Katja lo leyó en un reloj del salón de la casa de sus padres), pidió inútilmente ayuda su madre pero ella no podía escucharla.
Desesperada, Katja imploró fuertemente a su madre que rezara por ella (porqué – explica – “yo no podía rezar a Dios por mí en esa situación”): “¡Mamá, reza por mi! Te lo suplico!”.
La madre de Katja no la escuchó pero no obstante rezó por su hija como solía hacer con devoción y amor maternal. Una oración que a menudo la hija había rechazado porqué “para mi eran oraciones de beatos que, en lugar de hacer el bien, traían mala suerte”. Katja comprendió que “este es un verdadero castigo: no tener a nadie que rece por ti”.
Más adelante la madre de Katja confirmó que aquella noche, a las tres de mañana, estaba despierta para interceder por su hija.
De repente Katja despertó y se encontró en la cama, inmóvil, pálida, fría, con los labios “ligeramente azulados”. Sus amigos estaban allí, asustados, mientras ella intentaba hablar sin lograrlo. Una experiencia, comenta Socci, típica de quiénes despiertan del coma. Todo pareció ser una horrible pesadilla, pero desde esa noche la vida de Katja cambió de rumbo.
Katja en la película alemana "Un amor en Cuba", de 2007, cinco años después de la experiencia que la hizo reflexionar
La experiencia del infierno mostró a Katja la contradicción en la cual vivía: mientras se consideraba una persona católica, vivía sumergida en el pecado. Había creído que pecar no era algo grave y vivía sin tener conciencia de ello: “Yo era una pecadora que ni siquiera se daba cuenta de serlo. Porque el mundo te repite que el pecado no existe”.
Katja, declarándose oficialmente católica, convivía con su novio ignorando la gravedad de su pecado y considerando sus sentimientos de culpa como un “fanatismo” propio de los Testigos de Jehová.
Descubrió que “el adulterio es el enemigo del alma” y es “el motivo por el cual muchos se queman en el fuego”.
Desde ese momento sintió la necesidad de darle un giro radical a su vida: dejó a su novio y se fue de peregrinación a Medjugorje junto con su madre, con la sincera determinación de ofrecer su vida, consagrándose al servicio del Señor.
Katja en la misma película de 2007... durante un tiempo exploró distintas formas de servir al Señor, pero al final se sintió llamada a la vida de ermitaña
Entre las distintas formas de vida consagrada, Katja sintió que su vocación particular era el desierto y después de una experiencia en África, en el desierto geográfico, entendió que el verdadero desierto que Dios le había preparado, era el desierto del alma.
Fue en ese momento cuando decidió retirarse, “como María Magdalena a los pies de Jesús”, abrazando la vida eremítica-anacoreta y tomando el nombre de Benedicta.
Katja abandonó entonces definitivamente su vida anterior para ponerse a los pies de Jesús, como lo hicieron san Benito, san Anselmo, san Francisco, san Antonio que “tienen una cosa en común: confían en Cristo y se encomiendan completamente a Él”, sin pretensiones, sin buscar títulos, ganancia o fama, sin hacer muchos proyectos y razonamientos sino viviendo “día tras día la divina voluntad”.
Sobre la vocación, Katja nos explica lo que ha aprendido de su experiencia personal: la primera vocación es “el bautismo, es la conversión, escuchar y obedecer a Dios”. Pero después “hay que estar preparados para dejarlo todo si Cristo llama como llamó al joven rico”.
Ponerse en camino, partir con confianza, dispuestos a “dejar atrás lo viejo para enfrentar lo nuevo”. “Dios nos conoce y conoce nuestra vocación”, por tanto la vocación no es cuestión de razonamiento ni de gusto personal, sino más bien es algo sobrenatural”.
Es el Espíritu Santo que nos guía, no la razón, no el cálculo, por eso “nunca pretendemos tener que entenderlo todo sobre Dios. No tenemos que entender, sino amar”
Hace un llamamiento final: “Aventurarse con Cristo, creedme, vale la pena. Abre las puertas de tu corazón a Cristo y Él se mostrará a ti en todo su esplendor”.