Andrea nació en Roma hace 28 años, sexto de once hijos. Después de varios años de formación en el Seminario Arquidiocesano Misionero Redemptoris Mater, el pasado 23 de mayo recibió la ordenación sacerdotal junto con otros cuatro diáconos en la Catedral Holy Cross de Boston por manos del Cardenal Sean P. O´Malley.

Andrea creció en la ciudad italiana de Perugia, donde vivían sus padres Giorgio y Lucia, durante muchos años misioneros responsables del Camino Neocatecumenal en la región de Umbria.

En 1997, el jueves después del Miércoles de Cenizas, mientras rezaba los Laudes con su esposa y el sacerdote que les acompañaba en la misión, Giorgio sufrió improvisada e irremediablemente un ictus que le dejó sin vida; fue así que subió al cielo dejando a su mujer y a sus once hijos (el ultimo de los cuales aún en gestación).

Fue el mismo Giorgio - que acompañaba a Kiko Argüello con la guitarra en encuentros y eucaristías - quien compuso el canto "Shemá Israel" poniéndole música a la antigua oración judía. Este canto se ha convertido en uno de los más importantes y emotivos del Camino Neocatecumenal: se canta en las Vigilias Pascuales del Camino en todo el mundo y se entona todos los dias, de manera muy especial, en el Centro Internacional Domus Galilaeae en el Monte de las Bienaventuranzas (Galilea, Israel) escenario de un continuo y fértil diálogo entre el cristianismo y el judaísmo.

Giorgio Filippucci fue a la vez el protagonista de un programa de televisión de la RAI llamado "La Sal de la Tierra"; un programa de los años ochenta en el que, acompañado por músicos y cantores, Giorgio interpretaba los cantos y salmos del Camino Neocatecumenal, presentando al público esa realidad cristiana fruto del Concilo Vaticano II que, en aquellos años, movía sus primeros pasos con envidiable fervor.


La muerte de Giorgio fue para Andrés, que solo tenía once años, motivo de profunda tristeza pero a la vez de un gran escándalo que le llevó a rechazar a Dios y la fe que había recibido de sus padres desde temprana edad. Andrés cuenta haber tocado el fondo cuando, a los diecisiete años, una mañana se despertó en una cama de hospital, completamente solo, después de haber sufrido un colapso por exceso de alcohol.

Desde aquél momento, Andrés emprendió un lento y dificil camino de reacercamiento a la fe, de regreso a Dios y a la Iglesia y de descubrimiento de su vocación sacerdotal. Acompañado por sus catequistas, su comunidad neocatecumenal y, sobretodo, por un sacerdote: el padre Rino Rossi, de la diócesis de Roma, responsable del Centro Domus Galilaeae en Tierra Santa donde Andrés pasó un tiempo de trabajo y oración en el verano de 2005.

Fue en aquella tierra santa donde vivió Jesús, donde Andrés se reconcilió con su historia llegando a aceptar su "cruz", aquella cruz que le causaba dolor, que le escandalizaba y que lo había alejado de Dios.

Después de la experiencia en Israel, Andrés participó al encuentro anual de los aspirantes seminaristas del Camino en el Centro Neocatecumenal de Porto San Giorgio (Marcas, Italia). En aquella convivencia cada año centenares de jóvenes ofrecen su vida al Señor dispuestos a entrar en uno de los seminarios Redemptoris Mater de todo el mundo.

A Andrés le tocó viajar al seminario de Boston donde comenzó sus estudios de filosofía y teología en el St. John´s Seminary hasta concluir su recorrido (después de un tiempo de misión en Colorado, South y Utah) con la imposición de las manos por parte del cardenal franciscano O´Malley.


En ocasión de su ordenación, en la web de la arquidiócesis de Boston, padre Andrés relata su historia en una entrevista en la que, respondiendo a algunas preguntas, comparte la experiencia de su camino hacia el sacerdocio mostrando la belleza de seguir a Jesús, el Buen Pastor.

»La primera vez que pensé en la vocación al sacerdocio fue en 2005, cuando pasé un tiempo de vacaciones en Israel. Fue ahí, visitando los lugares santos y escrutando la Palabra de Dios, donde sentí que el Señor me estaba llamando a ser sacerdote.

»Cuando sentí que Dios me llamaba a entrar en el seminario, yo estaba atravesando una crisis personal, intentando encontrar el sentido de mi vida, y entender lo que Dios quería para mí. Padre Rino Rossi, rector de la Domus Galilaeae, en Israel, me ayudó mucho a entender el motivo de mi crisis y el sentido profundo de mis sufrimientos, como la muerte de mi padre cuando yo tenía once años. Padre Rino me ayudó a ver la cruz que Dios permitió en mi vida y me iluminó el camino hacia el sacerdocio. Me ayudó a encontrar el secreto de la verdadera felicidad en una profunda y sincera relación con el Señor Resucitado.

»Nunca he querido rezar mucho, pero cuando empecé a hacerlo mi vida cambió. Empecé a experimentar una paz que nunca había sentido antes. Hoy pienso que la oración es un aspecto muy importante de mi vida. Entendí, en efecto, que es importante rezar, dialogar con Dios, para discernir la propia vocación, pero aun más para escuchar qué es lo que el Señor quiere decirme.

»A quienes estén pensando en su vocación y piensen que Dios podría llamarlos a ser sacerdotes les diría que no tengan miedo. Yo estaba muy preocupado por la vocación pero es algo muy especial, único. También les aconsejaría rezar cada día delante del Santísimo Sacramento y encontrar una guía espiritual.

»Creo que solamente el hecho de considerar la posibilidad de que Dios escoja a una persona imperfecta como yo para ser “pescador de hombres” es un privilegio. Me entusiasma la posibilidad de ayudar a las personas a superar sus problemas en nombre de Dios.

»Pienso que el desafío más importante para quien entra en el seminario es abandonar la antigua forma de vivir. El seminario, y finalmente el sacerdocio, te cambian la vida radicalmente, creando un hombre nuevo, un hombre que se ofrece a sí mismo para las “ovejas”, siguiendo el ejemplo de Dios Pastor. Para llegar a esto, es necesario alejarse de las mentiras y de los lazos del mundo y aferrarse sólo en Jesucristo.

»Considero que la mejor manera de promover las vocaciones al sacerdocio en la arquidiócesis de Boston es la evangelización, es decir, encontrar la “oveja perdida” y a los católicos que han abandonado la Iglesia. Para acrecentar las vocaciones se necesita ayudar a las familias. La escasez de las vocaciones es, a menudo, causada por la crisis de la familia y de sus valores. Volver a conducir a las familias hacia Dios y a su Iglesia es seguramente el primer paso para aumentar el número de las vocaciones».

(Publicado originariamente en italiano en Aleteia)