Desde el pasado domingo, el monasterio de Santa Clara del barrio de Capuchinos (Málaga) cuenta con una nueva integrante. Se trata de la keniata Jacinta Mutuku, de 37 años, que tras una travesía de toda una vida ha encontrado finalmente su hogar.

Y es que como cuenta el portal de la diócesis de Málaga, Jacinta ya le decía a su madre que "quería ser sacerdote" cuando veía a los misioneros Padres Blancos siendo una niña.

La joven comenzó a asistir a encuentros vocacionales, si bien con la entrada en la adolescencia comenzó un proceso de huída en el que pensó en casarse o incluso en ser soldado y buscó trabajo con tal de olvidarse de la vida religiosa.

La vocación, sin embargo, parece que le perseguía. En su búsqueda de empleo se formó como secretaria e informática y colaboró con la diócesis atendiendo a varias aldeas.

"Fue entonces cuando volví a tener contacto y a plantearme lo que Dios quería de mí. Hablé con religiosas, vi películas (como "Hermano Sol, Hermana Luna”, sobre la vida de san Francisco y santa Clara) y seguí investigando. Lo que tuve claro desde el inicio fue que me atraía la vida contemplativa, de oración, y las clarisas eran las que más me llamaban la atención", cuenta al portal diocesano.

Sin embargo, una vez accedió, tampoco fue fácil, teniendo que caminar un largo proceso de consultas al obispo, búsqueda de un lugar adecuado y completar el aspirantado, postulantado, noviciado y profesión simple y solemne.

"Lo más grande que he aprendido es que Dios es amor. He pasado por muchas cosas en mi vida, pero me he abandonado a Él y me he dado cuenta de que Dios nos lleva como gallina a sus polluelos. Y tampoco podemos olvidar que quien nos llama es Cristo, el Crucificado, así que para seguirle tenemos que aceptar ser también nosotras crucificadas", comenta la religiosa.

La del Monasterio de Santa Clara, en Capuchinos, es una de las siete comunidades de clarisas repartidas por la Diócesis, entre Málaga, Ronda, Coín, Antequera y Vélez-Málaga. En ella viven ocho religiosas: tres españolas, tres de Kenia y dos de Madagascar.

Llevando a Dios las peticiones de la comunidad

"Aunque cada una es de su madre y de su padre, y surgen problemas porque tenemos distintos modos de ver las cosas, somos hermanas fraternas y tenemos una vocación común. Muchas veces no es fácil, pero el Señor nos ayuda a hacerlo", explica sobre la vida conventual.

La Virgen de la Divina Pastora es, para ella, "como una madre que nos protege y nos cuida. Muchas veces le meto oraciones debajo del manto y sé que las atiende".

La religiosa subraya la necesidad de despertar vocaciones a la vida religiosa: "Sería bueno un movimiento vocacional que acerque a los jóvenes al convento, que les haga ver cómo vivimos, ponernos cara, hablar", sugiere.

Como religiosa profesa, Jacinta comienza a comprobar de forma patente como la vida religiosa no solo revitaliza a las propias monjas, sino también a la sociedad que le rodea a través de la escucha, la ayuda y la oración.

"Las hermanas más mayores nos cuentan que el convento tiene una importancia muy peculiar para los vecinos. Si pasa algo, acuden aprisa a nosotras para que pidamos por ellos. Somos quienes llevamos sus peticiones a Dios", dice.

Ante la imposibilidad de ser acompañada en este paso por su familia, que continúa en Kenia, los vecinos de esta zona de Málaga son para Sor Jacinta su familia malagueña y, junto a sus compañeras de comunidad, la arropan en este momento tan importante, que han vivido como una fiesta para toda la parroquia.

"Mi familia está rezando por mí desde allí y la parroquia de la que vengo está también pendiente de mi vocación, alentándome por medio del párroco para que no abandone esta llamada", concluye.