De pequeña, Lucetta Scaraffia rezaba, sí: pero le pedía a Jesús no terminar siendo monja. Creció con una madre católica y un padre masón. Si por parte de él no recibió formación religiosa, por parte de ella la que recibió fue muy rigorista: "Mi madre no me dejaba ir al cine, porque lo consideraba un lugar de perdición, ni pantalones vaqueros. ¡Hice el 68 en traje de chaqueta!", recuerda con humor.
Porque la historiadora de la Universidad de La Sapienza de Roma, turinesa de 1948, que hoy escribe en L´Osservatore Romano, forma parte del Pontificio Consejo de Nueva Evangelización, defiende a la Iglesia y se opone al aborto y a la eutanasia, dejó de ir a misa en aquellos años sesenta, perdió la fe y se convirtió en una "herética", como ella misma dice, y militante feminista radical.
En 1971 contrajo matrimonio canónico, pero reconoce que sólo para contentar a su madre, por lo que fue anulado años después, cuando ya se había divorciado de ese primer marido, había tenido un hijo fuera del matrimonio, y vivía con una nueva pareja.
La porquería de las comunas
¿Qué cambio se produjo en su vida? Ella misma lo contó hace dos años en una entrevista concedida a Panorama, donde cuenta que las primeras dudas sobre su feminismo le surgieron por dos razones.
Primero, cuando en "reuniones de autoconciencia" escuchaba los relatos íntimos de sus conmilitonas. Segundo, cuando en un viaje a Londres para entrar en relación con las feministas inglesas le desagradaron "la porquería y el desorden que reinaba en sus comunas".
Por aquel entonces estaba de moda estudiar la vida de algunas santas de la Iglesia para reinterpretarlas haciendo "historia social, nada más". Ella se consagró entonces a leer a Santa Rita de Casia y a Santa Teresa de Jesús. "Y sus textos comenzaron a hablarme más allá de mi intención inicial. Comprendí que había algo más. Me había seducido el objeto de mi estudio".
Estas dudas y estas lecturas, sin embargo, estaban sólo preparando el terreno para su verdadera conversión, que no llegó hasta veinte años después.
En presencia de Andreotti
A finales de los años ochenta pasaba una tarde por delante de la basílica de Santa María en Trastévere, en Roma, cuando vio allí congregada bastante gente. Preguntó, y es que estaba el primer ministro Giulio Andreotti en la recepción de un icono de la Virgen del siglo VI.
"No sé cómo", explica, "me encontré en el primer banco del templo. El icono hizo su entrada, precedido por una larga procesión. El coro entonó el Akathistos bizantino, el más antiguo himno litúrgico dedicado a la Madre de Dios. Y entonces me sentí mal. Me invadió un fortísimo sentimiento de luz, de calor, de presencia. Comprendí que ella estaba allí. Existía y me hablaba. Se me revelaba. Las palabras no permiten explicar la gratuidad de la gracia divina. Desde entonces quedé completamente cambiada".
Se puso en contacto con las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús de Santa Francesca Cabrini (18501917), monja italiana que vivió y murió en Estados Unidos y fue canonizada por Pío XII, quien la proclamó patrona de los emigrantes. Se empapó de su espiritualidad.
El buen combate
Y desde entonces no ha dudado en meterse en batallas arduas. Se ha opuesto públicamente al aborto y ha hecho sin miedo afirmaciones muy políticamente incorrectas.
Por ejemplo, defiende que la Iglesia no es sexófoba. "Hasta la Revolución Industrial, la Iglesia y la sociedad promovían un mismo objetivo: tener hijos. Una necesidad impuesta por la necesidad de brazos y por la alta mortalidad infantil. A partir del siglo XIX, sus caminos se separan. La sociedad acusa a los sacerdotes de prescribir obligaciones que no son naturales. Pero no es que el mundo de hoy sea permisivo y la Iglesia represiva: simplemente tienen dos visiones distintas del cuerpo".
También se opone a que los homosexuales puedan casarse entre sí, encargar hijos o adoptarlos: "La Iglesia se pone de parte de los más débiles, en este caso los niños, que tienen todo el derecho a tener un padre y una madre y a crecer con ellos".
Y teme que la eutanasia acabe siendo aprobada: "La edad media aumenta, y mantener a los enfermos es costoso. Habrá una competición para expulsar a los más indefensos".
Una de las razones del éxito de Scaraffia es precisamente su contundencia. Como suele ocurrir entre quienes se han alejado de Dios y lo han redescubierto, carecen de respetos humanos. Es lo que hace falta para la Nueva Evangelización, y por eso en mayo Lucetta fue nombrada por el Papa como consultora del Consejo Pontificio que preside el arzobispo Rino Fisichella.
Una nueva andadura con gente dispuesta a dar la cara. Justo lo que hace falta.