El pasado verano las carmelitas recibieron a una nueva postulante. Se trataba de una joven que decidió dejar estudios, carrera profesional y toda su vida para entregársela totalmente a Cristo.
Antes de ingresar en el Carmelo en clausura esta chica quiso explicar a sus amigos y a su generación por qué ha decidido convertirse en religiosa, dejando atrás la vida que llevaba hasta ahora.
Cuenta que una monja no es un bicho raro sino “una persona como tú y como yo” que ha vivido en el mundo buscando la felicidad. Sin embargo, estas religiosas han visto que esta felicidad no está en nada material sino en Dios y en dar su vida por Cristo.
Responder con la radicalidad de Cristo
“Quiero ser monja de clausura, y no de otro tipo, porque es donde Dios me ha llamado. Hacen falta todo tipo de vocaciones, también de clausura”, explica. Pero ella considera que es una llamada “que Dios hace porque quiere, y para mí es una forma de responder con la misma radicalidad con la que Cristo murió y se entregó por nosotros”.
También afirma no tener miedo ni a que se pueda equivocar, pues está convencida de estar cumpliendo la voluntad de Dios. “Me importa el aquí y el ahora”, afirma.
La paz que le servía de guía
Tampoco teme dejar su vida anterior. “Tengo claro que me llama al Carmelo, sé que al principio me costará, pero estoy convencida de que Dios me hará feliz en el convento, así que no me da miedo”, aclara.
En la entrevista habla también de cómo fue descubriendo su vocación. Ella lo tiene claro: “me di cuenta por la paz tan profunda que Dios pone en tu corazón cuando aceptas su voluntad”.
La JMJ de Cracovia, un momento clave
Concretando más, esta joven habla de que antes de la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia en 2016 “pensar en la vocación me daba pánico, no me hacía gracia que me pudiese llamar, y no me atraía para nada esa vida”.
Fue durante aquella peregrinación cuando hablando con un sacerdote su vida dio un vuelco. Confiesa que por primera vez aceptó que Dios podría estar llamándola para el convento. “Con miedo, pero acepté y le dije a Jesús: ‘Si quieres que entre en algún convento, o lo que sea que quieras, dímelo claro y quítame el miedo’”.
No fue pasar de tener miedo a no tenerlo en sólo una noche. “Cada día iba diciendo sí, pequeños síes, y el miedo iba desapareciendo y la paz iba entrando en mi corazón”, cuenta.
La atracción por la vida religiosa
La vida de clausura ya no aparecía para ella como alto tan imposible, sino más bien al contrario, pues añade, “ese deseo y atracción por conocer la vida consagrada me iban llenando”.
Esta chica tiene muy claro que ha sido así como ha sabido que Dios la llamaba a este camino de vida. Tampoco ha sido un camino sin tropiezos. Lucía explica que “ha habido momentos de alejarme un poco de Dios, de no querer esta vida, y entonces es cuando vuelve el nerviosismo y la inquietud. Pero cuando vuelves a abrazar esta voluntad de Dios es cuando te entra una paz tan profunda, una paz de verdad”.
Una vez convencida de que quería ingresar en el Carmelo tocaba decírselo a sus padres, y decidió hacerlo por separado. Primero a su madre, mientras rezaban juntas delante del Santísimo, y unos días más tarde a su padre, al que le costó más comunicarle esta decisión tan importante.
"Veo lo que voy a ganar"
También ha querido eliminar prejuicios sobre la vida religiosa, y siendo una joven de su tiempo explica que “mucha gente cree que la clausura son sólo renuncias y sacrificios, cuando en realidad Dios te está dando el ciento por uno. Veo más todo lo que voy a ganar y la alegría que voy a vivir, que a lo que voy a renunciar”.
Así, por ejemplo, asegura que no le cuesta “dejar la ropa, el maquillaje o internet, porque la llamada y el amor que Dios te transmite es mucho más grande”.
La verdadera libertad
Tampoco se siente una presa. “No me limita la libertad el estar encerrada porque la libertad no se acaba por estar entre cuatro paredes”. Es más, considera que “la libertad no es tener un montón de opciones o actividades, sino hacer lo que tienes que hacer en cada momento”.
Por eso, cree que todos aquellos que piensan que está tirando su juventud por la borda se equivocan. Esta joven se lo explica así: “a día de hoy se piensa que la juventud es salir de fiesta, fumar, beber, tener 3.000 novios y viajar mínimo a 8 países cada año. Pero no es así. Al entrar en una clausura lo que manifiesto es un amor súper grande por el mundo y a Dios”.