Miguel Ángel Riera Catalá es un mallorquín de 21 años que es en estos momentos seminarista en el Seminario de Toledo. En una entrevista con la web de la archidiócesis da razón de su fe y su testimonio vocacional:
-¿Cómo se fragua tu vocación sacerdotal y qué te ayudó a tomar la decisión de ser sacerdote?
-Desde niño me he sentido atraído por las cosas de Dios. El contacto con la parroquia de mi pueblo, Manacor, ha sido constante. Desde que hice la primera comunión y me confirmé he estado vinculado, ayudando en lo que he podido a la Iglesia. La muerte repentina de mi padre marcó un antes y un después; en un primer momento me sentí vacío y me alejé de Dios. Esta etapa de alejamiento duró poco. Pronto tuve la necesidad de volver a Él y empezó a crecer la llamada de servir a Dios de forma más entregada. Conocí el Oratorio de San Felipe Neri en un pueblo vecino, allí viven dos sacerdotes que me han ayudado y cuidado mucho.
-¿Fue fácil para tu familia aceptar tu decisión de ingresar en el Seminario Mayor?
-Ellos lo aceptaron bastante mal. Era más que previsible; si tardé en darles la noticia fue por el miedo que tenía a la respuesta. En parte era comprensible, hacia justo un año de la muerte de mi padre. En aquellas fechas mi hermano trabajaba en Ibiza de profesor y yo había empezado un grado superior en Palma de Mallorca. Aunque mi vida de fe había vuelto y era bastante raro que un chaval de mi edad frecuentara tanto la Iglesia no esperaban para nada esta decisión y mucho menos la de salir de la isla. No estaba en sus planes y sinceramente tampoco en los míos; pero ya se suele decir que los caminos del Señor no son nuestros caminos.
-¿Y tus amigos, cómo aceptaron tu decisión?
-Hubo un poco de todo. Unos me animaron a empezar esta nueva etapa, respetaron mi opción; otros en cambio dejaron de hablarme, parecían enfadados porque según su criterio yo iba a desperdiciar mi vida. Sinceramente creo que ni unos ni otros comprendían lo que les estaba diciendo; eso no tenía nada de extraño, yo tampoco acababa de comprender lo que estaba viviendo. Para ellos resultaba una cosa muy rara la vocación sacerdotal. Digamos que la vocación no forma parte de las ofertas de vida que se nos hacen.
-¿Cómo resumes la vida cotidiana en el Seminario?
-Es sorprendente el primer año y esa sorpresa se mantiene durante el segundo, ahora ya en mi tercer año me veo inmerso en una rutina santa. Es un tiempo de preparación en el que sobre todo debemos aprender. Como todo lo serio en la vida exige muchas horas, dedicación, disciplina personal. La santa rutina a la que me refiero la forma la división del tiempo, fundamentalmente entre estudio y oración. Aprender a convivir resulta también importante. Si Dios quiere formaremos parte de un presbiterio que supondrá la necesidad de colaboración, trabajo conjunto y fraternidad. Digamos pues que contemplo tres pilares: oración, estudio y convivencia.
-¿Qué supone para ti recibir la ordenación sacerdotal?
-Siento un cierto temor, creo que es una responsabilidad que ningún humano por sus simples fuerzas puede llevar. Quiero satisfacer a Dios con mi entrega y a veces pienso que no sé si podré. Pero a la vez, cuando veo celebrar a un sacerdote la Eucaristía, siento deseos de hacerlo yo también. Quiero anunciar la palabra de Dios, con palabras y obras. Dios vertebra mi vida y recibir la ordenación sería un cimiento definitivo para hacerlo consagrado completamente a Dios. Significa respeto y una atracción y alegría fascinante.
-¿Qué significa para ti la entrega sacerdotal que, si Dios quiere, recibirás en unos años?
-Ganas de darse a sí mismo, sin reservas, con mucho amor a Cristo y no dejar nunca la oración. Estar dispuesto a nadar contra corriente, aunque no sea la moda. La entrega es decir cada día un Sí firme, como el primero que dije al querer seguirle. Alegría y mucha, pero mucha humildad. Humildad sintiéndonos pequeños e imperfectos, sabiendo que el protagonista de todo es Dios.
Lo más importante es anunciar el Evangelio haciéndolo creíble con un estilo de vida que de testimonio de fe. Sólo con palabras no ganaremos almas. Necesitamos mantener una gran coherencia entre nuestra fe y nuestra vida.
-¿Cuáles son los aspectos que más te ilusionan de tu futuro sacerdocio?
-Creo que lo mejor es no hacerse ilusiones y dejar que el Señor te sorprenda. Claramente uno se hace unos esquemas de lo que pudiera suceder: párroco en un pueblo con un grupillo de jóvenes, con actividades pastorales… pero como decía Santa Maravillas de Jesús “Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera” Dejémoslo entonces en que siento ilusión en llevar a cabo los planes de Dios.
-¿Qué les dirías a los jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal?
-Que no piensen que están solos en esto. El Señor sigue llamando y los espera con gran entusiasmo para que sean muy felices. Dios no llama a los más capacitados, sino que capacita a los elegidos. Dios no quita nada y lo da todo. Animarlos a que dediquen momentos ante el sagrario y le pidan de corazón a Jesús ¿Señor qué quieres de mí? La oración nunca es un monólogo, Dios escucha y habla, pero nunca se impone, a los jóvenes les aconsejaría que tengan silencio interior, Dios no grita, si no hay silencio no se le puede escuchar.