El testimonio de Karla Jacinto conmovió a los más de 300 asistentes del encuentro mundial de alcaldes contra la trata de personas y el cambio climático, organizado por la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales en el Aula Nueva del Sínodo, la semana pasada en Roma.
Karla Jacinto, mexicana, contó su historia. Con valentía reconoció haber sido esclava sexual desde los 12 a los 16 años. Hace siete llegó a la Fundación Camino a Casa con el odio y el miedo en los ojos. Hoy tiene dos hijas, y está dispuesta a dar su vida para que no pasen lo que ella debió atravesar.
“Las personas veían mi cara de niña, pero no veían la cara de sus hijos. Nadie, ni las mujeres ni los hombres, vieron mis lágrimas. Tenía sólo 12 años cuando un hombre me enamoró y me prostituyó, después de tres meses de decirme que me amaba y que quería formar una familia conmigo. Yo venía de una familia muy disfuncional, donde mi madre me pegaba, donde mis hermanos abusaban de mi. Me prostituía con más de 30 hombres diarios”,contó.
Y agregó: “Antes yo era víctima de trata de personas, pensaba que no valía nada y creía que sólo era un objeto, que se usaba y que se desechaba. Todas las niñas y los niños que están ahí sólo sirven para una cosa, son un objeto sexual, que los hombres usan por un ratito, 15 minutos y los dejan ahí”.
Señaló que muchas veces quiso escapar, pero le amenazaban con asesinar a sus familiares. Por eso aceptó el infierno, incluso cuando estaba embarazada. Aunque “trabajó” hasta los ocho meses de gestación, nadie se dio cuenta de su pancita. Al mes del nacimiento, le quitaron a su hija y durante un año no supo nada de ella.
“Antes era otra persona, antes tenía odio, esos ojos de los cuales sale enojo contra la gente, algunos me querían ayudar y yo no sabía si eran buenos o no. No es bonito contarte cuando me prostituía, pero si es bonito contarte cuando te contamos que la vida sigue. Tenemos muchos sueños que cumplir y hoy somos libres”, estableció.
Fue un “cliente” de nombre José Víctor quien se apiadó de ella y la liberó de las cadenas de la esclavitud. Para entonces unas 42 mil 300 personas habían usado su cuerpo. Hoy agradece por su nueva vida. Como lo hizo al final de su presentación, cuando elevó una oración: “Gracias a Dios porque nos ha dado la oportunidad de ser mejores personas”.