Cristian Galluccio tiene 29 años y actualmente es novicio de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri y así estar al servicio del prójimo. Gracias a una beca de CARF (Centro Académico Romano Fundación) está estudiando en Roma en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, donde está recibiendo una formación integral que le será muy útil en el futuro.
En esta entrevista con CARF este joven italiano habla del origen de su vocación, de su relación con Dios y de su misión como oratoniano:
- Una vocación, la tuya, que es de toda la vida, desde niño..¿Es así?
- Sí, así es. Empecé a frecuentar mi parroquia cuando era niño, entrando en el grupo de los monaguillos de San Domingo Savio, en el cual puedo decir que he pasado los años más felices de mi niñez y adolescencia. Aquí el Señor me hizo sentir su llamado y me acompañó en las decisiones más importantes de mi vida, como por ejemplo, el trabajo.
Desde la oración, desde la asistencia a los sacramentos y desde las conversaciones espirituales con mi párroco, mi primer director espiritual, en un momento determinado de mi juventud, vi la necesidad de poner en orden mi vida. El Señor lo arregló todo.
Se organizaron dos experiencias: la primera impulsada por una congregación religiosa cerca de mi parroquia y la segunda organizada por un sacerdote que provenía de mi misma parroquia y que vivía desde hacía tiempo en Roma, en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en la Chiesa Nuova.
- Háblanos de esas experiencias que te acercaron a Dios
- Después de hacer una visita a la primera congregación, pude averiguar que no era aquél el carisma más connatural a mis características y a mi sensibilidad. Por lo tanto, decidí realizar la otra experiencia en Roma, en el Oratorio de San Felipe Neri.
Era el año 2013 y fue mi primera estancia en la Ciudad Eterna, duró una semana y en esos pocos días el Señor de verdad actuó, arregló y transformó lo que para mi era tan sólo un proyecto. Él hizo algo que ni siquiera podía yo imaginar.
- ¡Un flechazo! ¿Y qué hiciste?
- Pues, sí… Y di el gran paso: avisé a mi familia y, después de tener el permiso de la Congregación, me mudé a Roma el 9 de agosto 2013. En aquel periodo pude experimentar lo grande que es la Providencia divina, por que, a pesar de que no conocía muy bien a los sacerdotes de San Felipe Neri, guió mis torpes pasos para que no me perdiera, sino que descubriera en la Congregación lo que – así espero – va a ser la alegría de mi corazón: servir a Jesucristo y estar con Él.
Desde entonces, comencé el camino de la formación comunitaria y, aquí en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, mi formación filosófica y luego teológica. El 5 de noviembre 2015 recibí el hábito de la Congregación y posteriormente el ministerio del Lectorado y él de Acolitado. Este año, con el comienzo del nuevo año pastoral, más o menos en el mes de octubre, espero ser ordenado Diácono. Y tan sólo faltará la Ordenación sacerdotal.
- ¿Y qué tal tus estudios en la Santa Cruz?
- Si Dios quiere, terminaré en junio cuando obtenga el bachiller de teología, lo que es necesario para ser ordenado Diácono. A lo largo de los años, me he dado cuenta de que esta formación no solamente es importante, sino que constituye uno entre los actos de caridad que un sacerdote puede cumplir.
Se nos va a encomendar almas: a ellas tenemos que dar razón de la esperanza que nos empujó a dejarlo todo para servir a Cristo en los hermanos a través del Sacerdocio ministerial. Además, creo que, sobre todo en nuestra época marcada por una secularización galopante, es necesario volver a poner a Jesucristo en el primer lugar en la vida de los hombres.
Y no me refiero solamente a la idea de lo Sagrado, sino a Su Persona divina, Camino, Verdad y Vida: sólo siguiéndole a Él ninguna existencia se va a perder. Para lograrlo, y en distintas maneras y diversos ámbitos, se necesita una formación lo más universal posible y que pueda favorecer también una orientación teológica a la realidad presente.
- Cuéntanos algunas vivencias en tu paso por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz
- Aun me acuerdo la primera vez que entré aquí: fue en el septiembre de 2013 y me acompañaba un cofrade de mi Congregación, quien ya estaba estudiando aquí y ahora es sacerdote. Nunca había estado en esta universidad ni había oído hablar de ella, pero me impresionó el ambiente muy familiar, y por dos razones: la primera por la sencillez en la relación que yo veía entre mi cofrade y sus profesores, que se dirigían a él de manera muy paterna y a mi me miraban como a un nuevo hijo.
La segunda, que experimenté posteriormente, con el comienzo de las clases, con respecto a la relación entre todos nosotros – los estudiantes, muy primerizos con las nociones filosóficas – y los profesores, quienes en ningún caso querían crearnos dificultades sino que, con mucha paciencia, tan sólo querían sacar de nosotros – en latín se diría educere – un método sano y concreto para poder amar los estudios.
Claro, y nosotros también, los estudiantes, hablamos mucho de la situación de nuestros propios países, familias, diócesis y de cómo la Iglesia tiene que enfrentarse a las distintas realidades locales. En la Iglesia de Italia, por ejemplo, yo diría – como también lo dije hablando de la formación de los sacerdotes – que es urgente volver a poner en primer lugar a Cristo sobre todo en la vida de quienes están puestos a la cabeza de la Iglesia.
Jesús tiene que ser la única certeza posible, la única y concreta razón de crecimiento, la única meta hacia la cual orientarse. Eso no tiene que ser solamente el fruto de una buena preparación teológica sino que tiene que nacer de una vida cuyas fuerzas tengan que ser empleadas tan sólo para cumplir la voluntad de Dios, en la difusión de Su Reino, a partir de la escucha de Su Palabra de Verdad y alimentándose exclusivamente de Su presencia Eucarística.
- ¡Es mucha ambición!
Puede ser, pero para nosotros que estamos aquí cada día, los estudiantes, parece más fácil pues ya hemos experimentado, por el hecho mismo de estar aquí, que Dios es grande y su Providencia también. Dios nos ha dado ese gran regalo que son nuestros benefactores, quienes son instrumentos de su misma Providencia. Cada día rezo por ellos: es su disponibilidad que hace posible seguir a Cristo.
Y Dios me ha escuchado, a través del ejemplo preciosísimo de mis benefactores, que me empuja aun más a dar todo lo que tengo, incluso mi vida, para las personas que la necesiten. Todos formamos parte del proyecto y de la obra de Dios, para que, como Jesús dijo, a través de nuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los cielos.