Más de cuatro años ha permanecido secuestrada la hermana Gloria Cecilia Narváez a manos de grupos yihadistas. Era un 7 de febrero de 2017 cuando un grupo de hombres armados irrumpió en la casa de las Hermanas de María Inmaculada en Karangasso, y tomaron como rehén a esta monja colombiana.
En octubre de 2021 fue finalmente liberada y esta semana ha podido por fin regresar a Colombia para descansar junto a su familia. Antes, en un encuentro con el cardenal Tagle, explicaba para la Agencia Fides sus experiencias en este tiempo de cautiverio.
-Hermana Gloria, bienvenida. Hemos rezado mucho por usted y nos sentimos honorados de que esté aquí. ¿Puede contarnos cómo era su vida antes de ser secuestrada?
-Antes de ser secuestrada, llevaba a cabo mi misión en África con mis hermanas de comunidad, donde nos dedicábamos a la promoción de la mujer. Les enseñábamos a bordar, a coser a máquina, a leer, además de ofrecerles herramientas para iniciar actividades de microcrédito. Una de nuestras prioridades siempre han sido los niños, los recién nacidos que a menudo son abandonados por sus madres el día del parto porque no tienen nada para alimentarlos. Nos ocupábamos del centro de salud y asistíamos a los enfermos visitando también a sus familias. Mi vida y mis pensamientos como persona y como consagrada se centraban en el encuentro y la cercanía.
-Cuatro años y ocho meses es mucho tiempo. ¿Cómo pasó sus largos días de prisionera?
-Por las mañanas rezaba mientras contemplaba el amanecer en el desierto, algo maravilloso, sentía el viento, a veces violento y a veces suave, que se levanta de la arena. Solía escribir cartas a Dios, con trozos de carbón, expresando mi total e ilimitada confianza en Él. Recogía leña para calentar la poca agua que me daban cada día para preparar el té. Rezaba por la libertad de los numerosos rehenes en todo el mundo y pensaba en el sufrimiento de tantas personas que mueren de hambre. Volvieron a pasar por mi mente, todos los momentos de mi vida, desde el camino recorrido con las hermanas de mi Congregación, mi familia, mi vida como religiosa y la respuesta que estaba dando a la voluntad de Dios. Mi oración era también por los grupos que me tenían secuestrada, por cada uno de ellos. Cuando era el momento de trasladarnos a otro lugar me dedicaba a limpiar el campo.
-¿Qué idea se hizo del motivo por el que se prolongaba su cautiverio? ¿Sus captores le explicaron las razones de ello?
-Todos los grupos en los que estuve hacían referencia a la religión. Querían poner a prueba mi fe. Para ellos, en Malí, sólo debe existir el Islam. También creo que había problemas entre ellos que retrasaban mi liberación.
-Con el paso del tiempo, ¿consiguió dar sentido a esta dura experiencia que estaba viviendo?
-Ha sido una experiencia de fe profunda, de reafirmarme en Dios, de aumentar mi confianza en Él aceptando todo tipo de humillaciones y vejaciones para crecer y vivir lo que decía nuestra Fundadora, la Beata Madre Caridad Brader Zahner: 'callar para que Dios nos defienda'. Al mismo tiempo, ha sido una oportunidad para vivir el respeto a otras religiones, en este caso la suya, y me acordé de la encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus Caritas est, que habla del respeto a la libertad religiosa y de cómo los cristianos debemos ser mensajeros de paz y reconciliación con nuestras actitudes.
-¿Sus carceleros estaban siempre con usted? ¿Cómo se comportaban, la maltrataron?
-En general los grupos me humillaban mucho, me insultaban de forma ofensiva y dura por mi religión o por ser mujer. Pero entre ellos también vi que había gente buena que quería liberarme para que no corriera tanto peligro.
-¿Recuerda algún gesto especial de humanidad -o de maldad- por parte de los secuestradores hacia usted?
-Sobre todo por la noche podía ver que los grupos estaban muy agitados, gritaban entre ellos, se acercaban a la tienda donde yo estaba. Alrededor de la medianoche, el jefe se acercaba a mí y me decía: ‘¡Gloria! ¿Estás bien?’.
-Su madre murió esperando su regreso. ¿No es demasiado este dolor añadido a la dolorosa historia del secuestro?
-Rezaba mucho y pensaba en el hecho de que mi madre ya tenía una edad avanzada. Me acordaba de las palabras que me había dicho cuando fui de vacaciones a casa y luego regresé a Mali: ‘No te vayas tan lejos, porque Mali es la religión del Islam y puede pasarte algo o puede que no nos veamos más’. Y yo le contesté: ‘Mamá, que sea lo que Dios quiera. Podría ocurrirte algo a ti o a mí. No estamos seguras de cuál es la voluntad de Dios’.
-¿Qué frase o gesto que el Papa Francisco le ha dirigido le ha impactado más y no olvidará?
-Nunca olvidaré su gesto de acogida y su bendición como padre y pastor de nuestra Iglesia. Ni su petición: ‘reza por mí’.
-¿Piensa volver a África y continuar donde lo dejó? ¿Cómo ve su futuro? ¿Qué le espera? ¿Y cómo ha cambiado su experiencia su visión de la vida y del mundo?
-Si Dios me concede la salud, seguiré siendo misionera, cerca de los más pobres y necesitados, seguiré elevando a Dios mi oración de eterna gratitud, pero más encarnada en el sufrimiento de las personas privadas de libertad, de los que tienen hambre y sed. Seguiré rezando por la paz en tantos países en guerra. Por el Santo Padre Francisco, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas de todo el mundo, para que tengamos el valor de dar la vida por los que sufren. Esta experiencia me lleva a ver la vida como una tarea para crear una hermandad universal. No para encerrarnos en nosotros mismos, sino para ser portadores de esperanza y testigos de nuestra vida de fe.
No es necesario hacer muchas cosas, sino dar un testimonio de fe, de escucha, valorar a todos los que nos necesitan, a los mayores por toda su sabiduría y por lo que han aportado, a los jóvenes por su valor y profecía. Debemos seguir pidiendo a Dios que suscite vocaciones buenas y santas para la Iglesia que puedan llegar a lugares lejanos donde casi nadie va. Como decía nuestra Fundadora: Dios no se deja superar en generosidad y no debemos olvidar las buenas obras que la Congregación tiene en sus manos; los pobres y mucha caridad y fraternidad con todos. Lo que significa dar la vida por otro.