Es una historia poco usual la de Dominique Preschez. Este músico y escritor francés ha conocido dos veces la experiencia de una muerte inminente. Su testimonio es una oda a la vida!. La narra con sus propias palabras en la revista católica francesa Il Est Vivant. Lo traducimos y reproducimos a continuación.


Junio de 1992. Yo tenía 38 años, una actividad intensa como músico y escritor. Mientras la música me aportaba mucha satisfacción, los libros me hundían en sombras de introspección.

Como cada año, ese verano había ido a trabajar a la región de Mont Ventoux. Al llegar a la estación de Lyon me desplomé víctima de un AVC (Accidente Vascular Cerebral, ndt) y de la ruptura de un aneurisma. Entré en coma. Me llevaron a urgencias.

Cuando me «desperté» unos días más tarde, no tenía voz, no sentía el contacto con mis miembros, estaba como desposeído de todo. Abrí la boca, quería gritar. Intenté recordar una oración. El "Dios te salve, María" me vino de forma bastante natural.

Durante esos días interminables un profesor [de la Facultad de Medicina, ndt] venía de vez en cuando con algunos internos. Me tocaban y a los pies de mi cama decían que yo no tenía solución…


Necesité mucho tiempo para salir de este estado. Al cabo de dos meses y medio aproximadamente pude salir de hospital. Renqueaba, pero no me importaba: la luz del día era magnífica, yo estaba feliz. Me sentía como un niño que vuelve a descubrir sus sentidos y gozaba de la belleza de la vida. 

Al cabo de un tiempo pude volver a casa, en Normandia. Intenté tocar de nuevo el piano. Cade día tocaba (muy mal) unas sonatas. Volví a aprender mis oraciones. Saboreaba la naturaleza que me rodeaba.

Pero, sobre todo, me sentía totalmente distinto. Escuchaba y comprendía de manera distinta a cada ser humano que había conocido antes. Mi humor ya no era tampoco el mismo. Como si hubiera sufrido un tratamiento de shock.


Un año después, mientras yo me sentía renacido, el médico me anunció que los resultados de mis pruebas eran pésimos y que me quedaban cinco meses de vida. Me prescribió una biopsia de hígado. Y fue durante la misma cuando literalmente morí. Mi corazón dejó de latir durante más de dos minutos.

No vi ni un túnel, ni una luz cegadora, sino que en los límites de mi rostro y de mi cuerpo oí voces, como voces de niños riéndose que me decían: «Has pasado». Yo les respondí: «Me gustaría entrar». Y oí: «Tienes aún mucho por dar». Yo estaba feliz, como flotando, rodeado de esas risas de niños. Después vi como volvía a la vida.


Una mañana me desperté con la sensación de que mi cerebro estaba inundado por un líquido de vida. Fue entonces cuando la vida empezó verdaderamente para mí. Sentía una felicidad que no había sentido desde la infancia. Empecé a escribir mucho y retomé la música. Antes de mi AVC había preparado un festival - para el que había creado unas piezas - en la ciudad de Bernay (en el Eure), invitando a personalidades de todas las disciplinas. Esta ciudad me acogió con entusiasmo. Hice unos cursos en el conservatorio y después me convertí en profesor.

Era extraño. Todos los resultados de las pruebas médicas seguían siendo un desastre. Y yo me sentía cada vez mejor. Reencontraba mi autonomía.

Recé, escribí y viajé mucho; volví a componer.

A partir de esta experiencia en los limites de la muerte entendí con claridad que no hay que dejar de darse nunca a los otros, que éste es el objetivo de nuestra vida.

Hoy intento vivir con este espíritu: enseñando en un conservatorio international, componiendo música, dando conciertos. Amo apasionadamente al Espíritu Santo al que he rendido homenaje en un disco improvisado sobre la oración Veni Creator. La verdadera oración, ¡es el compromiso con la vida!

(Testimonio recogido por Laurence Meurville en Il Est Vivant, traducido del francés por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
 
En el vídeo, Notre Dame de París por la noche