“Una fiesta de gozo y fraternidad” destacó en su homilía el Cardenal Amato que recordó la vida del nuevo beato y cómo “su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica”.
Durante su exposición, el prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos explicó que monseñor Romero “amó a su pueblo con el afecto y con el martirio, dando su vida por la paz" y mostró cómo aún hoy la Memoria de Romero continúa estando viva dando consuelo a los pobres y marginados.
En una sentida homilía interrumpida en varias ocasiones por los presentes, el cardenal Amato fue mostrando la figura del beato que nunca se separó de Cristo, e incluso “su sangre se mezcló con la sangre redentora de Cristo” a la hora de su martirio, un martirio que no fue una improvisación.
El prefecto de la Congregación terminó su intervención haciendo un alegato a la comunión y a la unidad de todos los hombres: “Romero no es un símbolo de división, sino de paz y concordia” y, si bien reconoció que “Romero pertenece a la Iglesia”, también “enriquece también a toda la humanidad”. “Romero es nuestro y de todos, es el profeta del amor de Dios y del prójimo”, concluyó.
El Papa Francisco envió una Carta, este 23 de mayo, a Monseñor José Luis Escobar Alas Arzobispo de San Salvador y Presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Dirigiéndose a este querido hermano, el Obispo de Roma se une a la alegría, en este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, dando gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana.
El Santo Padre recuerda que “en ese hermoso país centroamericano el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor: quien en tiempos de difícil convivencia, supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia”.
El Papa Bergoglio también escribe que el ministerio del nuevo Beato “se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas”.
Francisco destaca asimismo que la voz del nuevo Beato “sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia (…) es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división”. Porque la fe en Jesucristo, “cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad”. De ahí que agregue que “a esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad”.
“Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia – escribe el Santo Padre –. Y añade que “es necesario renunciar a la violencia de la espada, a la del odio, y vivir la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”.
Antes de concluir su carta en la que pide al Presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador que rece y haga rezar por él, el Papa destaca que el nuevo Beato “supo ver y experimentó en su propia carne el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás”.
Y recuerda que es un “momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan”. Por esta razón el Papa participa de sus esperanzas, se une a sus oraciones para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa nación, que se precia de llevar el nombre del divino Salvador del mundo”.
Excmo. Mons. José Luis Escobar Alas
Arzobispo de San Salvador
Presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador
Querido Hermano: La beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, que fue Pastor de esa querida Arquidiócesis, es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia. Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo.
El Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades. Él ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que “mana leche y miel” (cf. Ex 3, 7-8). Igual que un día eligió a Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño (cf. Jer 3, 15).
En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.
En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana.
La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.
Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a “la violencia de la espada, la del odio”, y vivir “la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”.
Él supo ver y experimentó en su propia carne “el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás”. Y, con corazón de padre, se preocupó de “las mayorías pobres”, pidiendo a los poderosos que convirtiesen “las armas en hoces para el trabajo”.
Quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno.
Es momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan. El Papa participa de sus esperanzas, se une a sus oraciones para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre del divino Salvador del mundo.
Querido hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí, a la vez que imparto la Bendición Apostólica a todos los que se unen de diversas maneras a la celebración del nuevo Beato.
Fraternamente, Francisco - Vaticano, 23 de mayo de 2015