Joe D´Ambrosio tenía 26 años cuando en 1988 fue arrestado en Estados Unidos tras ser acusado del asesinato de Tony Klann. Su vida cambió para siempre cuando en el juicio escuchó la palabra “culpable”. Hasta ese momento nunca había tenido problema alguno con la ley y de repente todo se vino abajo cuando el juez le condenó a la pena de muerte.
“Estuve muy cerca de ser ejecutado”, recuerda este hombre, que pasó casi 20 años en el corredor de la muerte siendo inocente. Sólo la providencial visita a su pequeña celda de un sacerdote católico al que otro recluso le había dicho que fuera a verlo logró que se reabriera el caso y se demostrara su inocencia. Ahora Joe está en libertad, y se dedica plenamente junto con el religioso que le salvó la vida a concienciar sobre otras alternativas distintas a la pena de muerte.
Acusado y condenado a muerte
Desde el principio Joe defendió que era imposible que él hubiera matado a la víctima porque en ese momento se encontraba en su apartamento. Sin embargo, fue acusado y pese a la endeblez de las pruebas condenado a muerte.
“Imagina tu peor pesadilla, y multiplícala por mil millones, y ni siquiera estaría cerca de todo esto”, asegura D´Ambrosio en algunas de las charlas que imparte. Él pensaba que su mejor defensa sería su propia inocencia, hasta que vio que no sería así.
Sólo Dios podía contrarrestar la frustración y la desesperación
Por ello, a la condena a muerte se le unía la frustración y desesperación de saber que era inocente. Durante las dos décadas que ha pasado en el corredor de la muerte no sabía si aquel sería el día en el que alguien vendría para llevárselo a la sala en la que recibiría la inyección letal.
En ese tiempo vivió en una diminuta celda, con su uniforme naranja que le recordaba que era un condenado a muerte. Sólo una rendija por la que le pasaban la comida era muchos días su único contacto con otro ser humano.
¿Cómo soportar todo esto? Aferrándose a Dios. De ascendencia italiana, Joe era católico y en esta situación sólo esta fe le ayudó para no desesperar totalmente ante la que era una injusticia incalificable.
“La fe en Dios y en mi inocencia impidieron que me volviera loco”, cuenta este hombre que ahora tiene 56 años. Pero si su fe fue la que le ayudó a seguir vivo en la cárcel fue la providencial visita de un sacerdote la que le sacó de la celda.
El sacerdote que apareció en su celda
Precisamente, D´Ambrosio insiste en que fue la “providencia” el que trajo este sacerdote a su vida, porque cumplía todo aquello que él necesitaba en aquel momento. Este religioso es hoy uno de los mejores amigos de este hombre libre. Además de sacerdote, antes él había ejercido como abogado y enfermero.
Su nombre es Neil Kookoothe. Un día este sacerdote visitaba a otro preso en el corredor de la muerte. El recluso le dijo que visitara al hombre que estaba en la celda de al lado, la de Joe, porque creía que posiblemente era inocente.
El padre Kookoothe decidió ver a Joe a su celda. Una vez allí, el condenado a muerte sólo le pidió una cosa, que revisara su caso porque era inocente. Hasta ese momento, este sacerdote se había negado a mirar individualmente cada caso porque consideraba que superaba su misión como capellán. Pero en esa ocasión aceptó.
La gran pregunta: "¿Lo mataste?"
El sacerdote revisó el expediente judicial y descubrió discrepancias médicas y legales. Pero tenía que estar seguro de que D´Ambrosio le estaba diciendo la verdad, así que fue a visitarlo por segunda vez.
“Lo miré a los ojos y le pregunté: ‘¿Lo mataste?’ Porque si descubro que me estás mintiendo…”. Pero él le aseguró que le estaba diciendo la verdad.
Tardarían nueve años con varios abogados defensores, ayuda divina y vencer la tenacidad de un fiscal que se negaba a facilitar documentos cuando por fin la Corte admitió la inocencia de Joe en 2007. "Todo lo que necesitábamos para demostrar mi inocencia estaba en el archivo de la fiscalía, el informe policial y los archivos del forense. Pero no se nos permitió verlo", dijo este inocente, que podría haber salido de la cárcel unos cuantos años antes de no haber sido por ello.
Toda la parroquia rezaba por Joe
El padre Kookothe se involucró completamente y también la parroquia que dirigía, que rezó para que el caso llegara a buen puerto. Durante años hablaba a sus feligreses sobre su trabajo en el corredor de la muerte. En todo este tiempo ha ayudado personalmente a una docena de hombres a aceptar su ejecución. “Algunos están listos para morir”, asegura.
Pero también mantuvo al tanto a sus feligreses sobre el caso D´Ambrosio. Habían oído tanto sobre él que cuando finalmente pudo salir del corredor de la muerte e ir a misa a esta parroquia la gente hizo fila a la salida del templo para saludarlo. Además, quisieron hacerle un regalo, que consistía en un reloj que ahora Joe no se quita nunca. Tampoco tiene nada más en propiedad tras más de dos décadas en una celda aislada.
Este sacerdote había ayudado a tener una buena muerte a varios presos del corredor de la muerte antes de conocer a Joe
La vuelta a la vida normal no es sencilla. De hecho, todavía tiene reflejos de las costumbres de la cárcel. Una de las cosas que más le ha costado es abrir las puertas, porque durante muchos años eran los guardias de la prisión las que las abrían, nunca él.
El sacerdote, un pastor y un amigo
Todavía recuerda el peor momento que vivió en el corredor de la muerte: “El que vinieron a decirme que mi madre había muerto”. Además ese día la Corte Suprema de Ohio le negaba un nuevo juicio. Fue desesperante, pero también aquí la Iglesia vino en su ayuda.
“Celebré el funeral de la madre de Joe. Dos semanas después, pedí visitar a Joe. Estuve allí para contarle el funeral de su madre, para ser sus ojos y oídos, para decirle cuántas personas estaban allí, qué vestía ella…”, cuenta el sacerdote sobre algo que Joe nunca olvidará.
La "providencia" de Dios
Mirando hacia atrás tras tantos años turbulentos tras las rejas, D'Ambrosio está convencido de que ningún otro sacerdote podría haber hecho por él lo que hizo el padre Kookoothe. Fue la providencia de Dios el que lo trajo hacia mí. Así es como lo veo", dijo D'Ambrosio.
Y el padre Kookoothe ve el suyo: "Puedo ver mi propósito, que Dios me ponga en ese lugar (corredor de la muerte) para ayudar a estos hombres". Y ahora juntos visitan a presos que están en el corredor de la muerte, a los que van a ser ejecutados y también recorren el país concienciando de que es mejor una condena de prisión que de muerte, pues en caso de error con esta última no hay marcha atrás.