Loïc creció en una familia no creyente, incluso anticlerical, aunque fue bautizado por tradición. En su familia había además "un problema de violencia", explica él mismo al ofrecer su testimonio en la cadena católica francesa KTO: "Mi madre me pegaba habitualmente cuando era pequeño". Eso creó en él una "inmensa" inseguridad que se trasladó a la escuela, donde también fue "acosado".
Cuando llegó al instituto, decidió que esa situación no podía continuar: "Comencé a rebelarme. Me atreví a enfrentarme a mi madre, y dejé de ser yo el acosado para empezar a ser el acosador". Ese cambio de actitud supuso también introducirse en un mal camino: el de las adicciones "al alcohol, a la droga, a la pornografía": "Creo que para mí era una forma de olvidar todo aquello".
En cuanto a Dios, afirma que "con todo lo que le había sucedido hasta entonces, no creía que fuese posible creer": "Rechazaba a la Iglesia, y puse en marcha un proceso para des-bautizarme", esto es, figurar como apóstata en el libro de bautizos de su parroquia.
Los amigos católicos
Pero a los 21 años sucedió algo que empezó a cambiar su perspectiva: "Conocí a un amigo que se llamaba Thomas y era católico. Era alegre y feliz, era un tipo como podía ser yo, como cualquiera". Le rompió los estereotipos que se había fabricado sobre los cristianos: "Ver a Thomas y su testimonio de vida hizo que finalmente me diese cuenta de que los católicos eran como todo el mundo y de que podía ir con ellos".
A través de Thomas conoció y empezó a participar en algunos encuentros de amigos católicos, y uno de ellos le propuso formar parte de un pequeño grupo que se reunía en una abadía, en una capilla, para hacer oración: "No recuerdo exactamente cómo fue, pero al final me dije que no arriesgaba nada por ir, fui, y en aquella capilla me entregué a fondo a la meditación, en silencio".
¿Qué pasó en aquel momento? "Me invadió un intenso bienestar, algo que calmaba todas las heridas que tenía. Y, al mismo tiempo, la certeza de que Dios existía. Aquello trastocó completamente mi vida, pero afortunadamente tenía aquellos amigos que tenían fe que me guiaron poco a poco".
Así llegó la misa de Pascua, una misa "muy alegre", y se dijo: "Si todas las misas son así, quiero volver". Y empezó a ir a una misa, "luego a otra, luego a otra"... y fue así como finalmente me integré en la fe y empecé mi propio camino en la fe. Conocí muchos amigos católicos que me hablaron de las etapas que tenía que seguir después del bautismo para incorporarme plenamente en la propuesta de Cristo".
El problema de confesarse
Faltaba un paso: la confesión. Y era difícil de dar. Él mismo lo recuerda: "Para aquella preparación se me proponía el sacramento del perdón. Pero para mí era imposible ir a ver a una persona desconocida para decirle todo lo que había hecho mal. Sobre todo, ese gran pecado que tenía de haber rechazado mi bautismo era para mí una vergüenza imposible de sufrir, ni siquiera de hablar de ello".
Pero al final lo hizo. Fue al sacerdote y habló con él y se lo contó todo. "Me dijo: te perdono en nombre de Dios. Y me sentí completamente liberado de todo aquello. Es como si tuviese unos enormes grilletes que me mantenían todavía atado, y me había librado de ellos, y eso me permitía avanzar plenamente en la fe, y curarme poco a poco de todas mis adicciones".
¿Quién es ahora Jesús para Loïc? "Creo que es, en primer lugar, quien me ha salvado. Parece una tontería decirlo, pero lo siento realmente así. Yo había empezado muy mal y si hubiese seguido por ese camino no sé qué habría sido de mí hoy. Ahora estoy arraigado en la fe, estoy asentado en la roca. Esa roca es Cristo, y aunque a veces doy algún mal paso, estoy bien anclado a esa roca y de ahí no me muevo".
Publicado en ReL el 22 de marzo de 2020.