A los pocos días acertó a entrar en unos grandes almacenes de la ciudad. Pero no pudo dar un paso más. Se quedó en la puerta. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver apiladas hasta el techo cosas y cosas, todo tipo de bienes, de utensilios, de ropas y de comida.
Le entró «como una angustia, una angustia terrible» —acierta a decir—, al comparar automáticamente todo aquello con la miseria que vio y compartió en África, de forma que tuvo que salir a escape.
Manolo Machado, a quien todos en el colegio Don Bosco y fuera de él conocen como ‘Machi’, había regresado con gusanos en el estómago, con disentería, con cuanto pudo atrapar durante su larga estancia misionera en Senegal, «se me juntó todo y ya estaba en las últimas».
Ahora bien, para conocer esas últimas que no lo fueron tanto hay que remontarse a los principios. Y esos principios nos llevan hasta un pueblo zamorano de ovejas y sembradíos, San Cebrián de Castro, a una familia sencilla y labradora. Allí nació en 1940 un crío muy trasto pero siempre deslumbrado por la fe del padre y del abuelo, los dos sacristanes.
Vistos los piadosos mimbres de Manolito, se acordó mandarlo con los salesianos de Allariz, pero, caminos del destino o del azar, en Zamora perdió el tren que lo llevaría a Orense y mientras esperaba el siguiente le enseñaron aquella Laboral de la orden, con sus pulcras aulas y sus ordenados tallercitos.
«Yo era muy mañoso y en cuanto vi aquello dije que quería aprender para carpintero», recuerda, y así fue que allá estudió y trabajó sirviendo las mesas del comedor durante tres años, y accedió al noviciado en Astudillo, aunque era enredador y mal estudiante, y una vez a punto estuvieron de echarlo por romper entera una lámpara de araña con mucha filigrana de cristal.
Hizo votos para llegar a ser lo que hoy es, ‘coadjutor’, o sea, fraile con todas las constituciones del sacerdocio pero sin llegar a tal grado, y de Palencia pasó a La Almunia de Doña Godina, Zaragoza, a sacarse la oficialía en carpintería. Luego estuvo siete años en un colegio de Herrera de Pisuerga y en 1969 formó parte del equipo fundador del Centro Don Bosco de Armunia, donde impartió tecnología y manualidades.
Hasta que en 1980 le ‘propusieron’ irse a Sant Louis, Senegal. ‘Machi’ acababa de salir de una desgracia familiar y no se sentía con fuerzas, pero «como tenemos el voto de obediencia...», no le quedó otra que resignarse.
Encontró un país pobre y también una gente magnífica. En un hogar de acogida de Sant Louis enseñaba mecánica y carpintería a chavales ansiosos por aprender («allí, aunque casi todos eran musulmanes, querían llevar a sus hijos a nuestros colegios») y, sin saber una pizca de francés, lo aprendió nada mal.
Eso sí, atravesó momentos peliagudos. Una vez que salió de noche a pasear solo vio a tres tipos seguirlo y preparar un bote de disolvente para drogarlo y secuestrarlo.
En otra ocasión que fue a ver a un amigo misionero no lo encontró en su choza, pero sí a un enorme mauritano que le preguntó: «¿Tú qué eres, católico o musulmán?». «Católico», respondió él. Y al punto le colocó el machete en la garganta. Menos mal que el amigo llegó en ese momento y pudo tranquilizar al fanático.
Al cabo de 18 años pensó que en aquel país moría —ya había ajustado cuentas— y lo trajeron de regreso. Y aquí, lejos de quedarse parado, se reinventó. Hace ocho años, el educador Alberto García Trapiello, del dúo mágico Fantasía y Comodín, comenzó a iniciarle en las artes del ilusionismo desde el día en que entró en su taller pidiendo que le cortase «medio milímetro» un naipe para poder hacer uno de sus trucos.
De ahí a convertirse en el ‘Mago Machi’ medió un paso... y una primera actuación antes de la cual «fui siete veces al servicio, de lo nervioso que estaba».
Pone pajarita al cuello, imprime billetes de 500 con su cara, recompone nudos, colorea abanicos, adivina cartas... «No te extrañes tanto, ¿no sabías que San Juan Bosco es el patrón de magos y titiriteros?», dice, y antes de cada función coloca, respetuoso... una imagen del fundador.
En el vídeo, Fray Chicken, de la diócesis de Guadalajara, México, muestra como se pueden usar trucos para evangelizar en la calle