Lucía Fonts es una joven barcelonesa de 27 años y que además de enfermera es ya misionera comboniana. Tras haber realizado el postulantado en Ecuador y realizar una experiencia comunitaria entre los indígenas esta enfermera catalana ya ha profesado sus votos y ha sido enviada a su próximo destino, África central, y será en Chad o en Camerún donde esta alegre joven lleve el Evangelio como misionera.
Proveniente de una familia católica Lucía era una chica normal como muchas otras. Le gustaba leer, salir con los amigos, tuvo algún novio y salía a bailar con sus amigas. Pero con apenas 18 años se cruzó por su vida el carisma de un santo que le acabaría tocando para siempre: San Daniel Comboni.
De hecho, en 2013 ReL se hacía eco de las experiencias misioneras de verano que muchos jóvenes hacen cada año y una de ellas era la propia Lucía, que relataba brevemente su experiencia el año anterior durante dos meses en Egipto con las misioneras combonianas, de las que años más tarde acabaría formando parte.
"He vuelto con una gran riqueza"
“Aquel 1 de julio cogí mi avión con las manos vacías, y he vuelto con una gran riqueza", afirmaba Lucía Fonts. En un contexto cultural musulmán, la joven aprendió que el anuncio del Evangelio sólo se puede basar en las obras, fundadas en la oración. "He sido testigo del servicio entregado por amor y dedicación por las misioneras", explica la joven.
Para conocer los motivos que llevan a una chica tan joven y con una carrera profesional por delante a dejarlo todo por Cristo hay que entender que desde que nació Dios fue el centro de su familia. Así lo relataba en Jóvenes en Misión: Para compartiros mi testimonio vocacional empezaré diciendo que los primeros “culpables“, después de Dios, claro, fueron mis padres, que me transmitieron la fe con mucho cariño y empeño desde pequeña. Mi familia pertenece al Camino Neocatecumenal y fue en el seno de este Camino en que fui descubriendo la riqueza de compartir la fe con una comunidad creyente, me fui acercando a la Palabra de Dios y aprendí a ir aplicándola a mi propia vida.
Lucía es la mayor de cuatro hermanos y reconoce que su primera vocación fue la de enfermera. Ella quería servir y ahora lo podrá hacer doblemente puesto que sus estudios serán muy útiles en África.
"Qué quería Dios de mí"
Este encuentro con Dios que vivía desde niña –reconoce- “me fue llevando a preguntarme qué quería Dios de mí, pero no fue hasta que conocí a las Misioneras Combonianas, a la edad de 18 años, que no supe lo que era la vocación misionera. Con ellas comencé a participar de los encuentros de jóvenes con la motivación de realizar una experiencia en misión en África”.
En estos encuentros Lucía fue conociendo más en profundidad lo que es la misión y quedó completamente fascinada con Comboni, que le ayudó a vivir con conciencia y plenitud la experiencia misionera que haría ese verano en Mozambique con estas misioneras.
Lucía, en el aeropuerto preparada para partir a su nueva misión en África
“Esa experiencia fue un antes y un después en mi vida, pues me decidí a volver algún día, pero ya como profesional; descubrí la gratuidad con la que vive la gente sencilla y cómo ven a Dios con ellos en medio de sus dificultades. La fe de estas personas que encontré en Mozambique también me interpeló mucho. Mi vida permaneció sin muchos cambios aparentes, seguí estudiando enfermería, saliendo con chicos y teniendo la vida de cualquier joven de mi edad. Seguí participando de los encuentros de jóvenes en Madrid una vez al mes, no sabía por qué pero me sentía como en casa con ellos y con las combonianas; y volvía de esos fines de semana llena de entusiasmo por la misión y llena del amor de Dios que transmitían tan naturalmente las hermanas”, contaba esta joven barcelonesa.
La intensa llamada de África
Ese encuentro con Dios que experimentó en la misión no se le iba de la cabeza. De hecho, el año siguiente tuvo la oportunidad de disfrutar de una beca Erasmus en Irlanda, “pero África seguía llamándome con fuerza, de manera que renuncié a ese intercambio por ir a visitar a una hermana que recientemente la habían destinado a Egipto. Permanecí dos meses con ella, en el Cairo y alrededores”.
Lucía reconoce que “esa experiencia fue más fuerte, si cabe, que la anterior. Fue mi primer contacto con el mundo árabe. Me costó por la barrera del idioma y cultural pero fui descubriendo la belleza de la misión en un país de mayoría islámica. Allí las hermanas sólo podían hablar de Dios con su testimonio de vida, y eso le exigía vivir con mucha autenticidad su fe… ¡Pero qué belleza el compartir con otras religiones la amistad y la cercanía! No lograba entender por qué había decidido ir a Egipto pues en ese entonces ni siquiera se pasaba por mi cabeza la posibilidad de ser Misionera Comboniana”.
Tuvieron que pasar varios años y otros muchos acontecimientos para finalmente “aceptar el hecho de que la misión ocupaba un lugar privilegiado en mi vida y, que la forma en que sentía que Dios me llamaba a entregarme a ella era… del todo y para siempre”.
"Acoger lo que venga cada día"
Cuando finalmente aceptó que Dios la llamaba de esta forma concreta –cuenta Lucía- “sentí una paz muy grande y esa fue la que me impulsó a dar el paso de entrar al postulantado. Cada día me siento más enamorada de Jesús y de la misión que me encomienda: ser portadora del amor que Él me dio gratuitamente. ¿Puede haber una ocupación mejor en la vida? Para mí no. Así que sigo conociéndole mejor y tratando de acoger lo que venga día a día como lo mejor que Él tiene preparado para mí”.
Y por último lanza este llamamiento: “A ti, joven, te digo que escuches sin miedo tu corazón y sigas tus más nobles sueños, ponlos delante del Señor con confianza. El Señor siempre guía hacia el camino que lleva a una vida en abundancia y supera todo aquello que un día imaginaste era tu felicidad”.