Alejandro se crió en un hogar pobre, con tres hermanos, sin conocer a su padre. Su madre se volcó en criar a los cuatro niños.
“Mi madre nos hablaba mucho de Dios”, recuerda Alejandro. “Mi madre nunca blasfemó, nunca dijo una mala palabra, nunca habló mal de nadie, nunca deseó el mal nadie... Siempre trabajaba y trataba de salir adelante, y nos hablaba de que teníamos que estudiar, de que teníamos que ser buenos. Y, a Dios gracias, salimos honestos los cuatro, estudiamos lo mejor que pudimos. Mi madre siempre hablaba de Dios, y cuando sufría hablaba con Dios, y cuando lloraba hablaba con Dios, y cuando había algo hermoso hablaba de Dios”.
Sin embargo, debido a su necesidad de trabajar siempre para atender en solitario a los cuatro niños, ella no consiguió llevar a los niños a la iglesia o a catequesis. Se criaron así sin una formación religiosa sistemática.
A los 10 años acabaron sus juegos de infancia, cuando empezó a trabajar en un taller de mecánica. “Esa gente del taller eran como parte de mi familia, gente muy buena. Seguramente eran católicos, pero no practicantes. Me mantuvieron lejos de la calle”.
A los 18 años decidió que para ganar dinero y ayudar a su madre se haría actor. Y además, así atraería la atención de las chicas, se ríe.
“Yo no sabía nada de teatro. Subí al escenario con una obra muy seria, con actores profesionales, que después fueron amigos y maestros míos en la Ciudad de la Plata, en Argentina. Debuté sin haber estudiado el libreto, lo miré nada más. Fue Dios el que me hizo hablar, porque era una obra seria y además me fue genial”.
Aún de actor novato le tocó representar El Lazarillo de Tormes. Allí conoció a la actriz Beatriz Tivodel, “una excelente mujer, madre, cristiana, me acercó mucho a Dios”.
Con los años estudió teatro con más seriedad. “Empecé con los discípulos de Lee Strasberg, de EEUU, que estaban en Argentina. De ahí conocí a Robert de Niro”, comenta. “Y terminé siendo uno de los cómicos más queridos en Argentina”.
La fama le llegó en mayo de 1993 cuando en televisión, en un programa de cotilleo, se quedaron sin una invitada y decidieron improvisar haciendo que Alejandro contase historietas divertidas. Así saltó a la televisión y a la fama.
“Como vivíamos en una casa donde había mucha gente: italianos, turcos, judíos, españoles..., hasta gente de la segunda guerra mundial, prisioneros, un amigo italiano que había estado en la segunda guerra mundial y que estaba totalmente loco...; yo saqué de cada uno de ellos un personaje y lo trasformé en humor”.
Ya tenía éxito, ya no había pobreza, por unos años al menos, pero le faltaba algo en su vida. “Yo quería ayudar a mi madre, pero como era un inmaduro me gastaba el dinero en otra cosa, en estupideces. Era una dualidad: yo amaba el bien, admiraba a mi madre, pero era pecador. Esto me hizo ser muy infeliz”.
Ya en España en 2006 decidió cambiar. Había tenido una pareja y dos hijas pero se había tenido que separar de ellas. “Me equivoqué en intentar formar una familia donde no la tenía que formar, es responsabilidad mía”, considera hoy. Además, “estaba rodeado de cierta gente que era mala y que estafaba, que robaba”.
En Marbella, “de un minuto para otro me quedé absolutamente pobre materialmente, durmiendo en la calle”. Recuerda que un hombre cristiano que se llamaba José Manuel le regaló 500 euros: “Dios me los regaló y yo te los regalo a ti”.
“Empecé a sentir que tenía que acercarme a Dios. Me crucé con dos personas que hoy son amigos míos, un médico y otra persona que había sido un concejal. Eran un numerario y un supernumerario del Opus Dei. Yo no sabía lo que era el Opus Dei, ni lo que era el Vaticano. Yo no sabía nada. Ni lo que era la comunión o comulgar. No tenía ni idea de nada”, explica, recordando que de niño no fue nunca a catequesis ni a misa a la parroquia.
Esos amigos del Opus Dei le enseñaron a orar, a pedir por la gente que encuentra en la calle, le ayudaron a prepararse para la comunión…
Durante años había tenido prejuicios contra la Iglesia. “Antes de convertirme era el tonto más grande, prejuicioso, tonto y cerrado de mente. Aunque ningún cura me había hecho nada malo, yo pensaba que los curas eran malísimos. El Vaticano era lo peor que había. Cuando murió Juan Pablo II, yo odiaba al Vaticano. Hoy me pongo a llorar cuando pienso que yo no quise a Juan Pablo II hasta hace muy poco. ¿Cómo no pude querer a ese hombre? ¿Cómo pude hablar mal de toda esta gente, si a mí no me hicieron ningún mal?”
Hoy en cambio le gusta abrazar a los curas, incluso a los desconocidos, y como les saluda con su acento argentino ellos, desconcertados y divertidos, suelen decirle: "vaya, hablas como el Papa".
Alejandro Vega en Cope Marbella con el popular cantante King Africa
Fue en ese periodo de 2006 y 2007 que decidió “romper con el mal”. “Dios es Dios y el diablo es el diablo. No hay término medio, no hay grises en esto, y en la vida se es bueno o se es malo”.
“Lo primero que aprendí fue el respeto a los demás, a mí mismo y la fidelidad". Para él, su gran proyecto cristiano fue y sigue siendo su esposa, con la que se casó por la Iglesia. "Mi esposa, lo único que le pido a Dios, es morir al lado de ella, aunque sea un día o mil años, morir al lado de ella y amarla a ella solamente, como hago”, considera hoy.
Frente a la ira o la frustración, siempre recurre a la oración y el perdón: “Cuando mi mujer tiene un problema en el trabajo, le digo: “Reza por esa persona, aunque sea mala”. Y si tiene un problema porque esa persona no entiende, “Reza para que entienda”. Y si es mala, “Reza para que cambie. No te enojes, reza por esa gente”. Y yo me doy cuenta de que lo digo por mí mismo, para no criticar, para no juzgar. Y ella me aconseja lo mismo. Y aprendes a no discutir con tu mujer, y si discutes, le pides perdón enseguida”.
En cierta ocasión rechazó un trabajo de TV que le habría venido muy bien porque sintió que le alejaba de sus propósitos de mejora con Dios. Después trabajó en TeleCinco en “Hospital Central”, y en un programa de cocina y humor en Canal Plus. “Ahora, en Cope Marbella, me dedico a hacer un humor muy político, para que la gente vea, a través de la risa, todo el mal que están haciendo”, apunta.
También da charlas a adolescentes en colegios, les habla de su infancia pobre, de su vida complicada y les dice: “¿Y saben que descubrí? Que la única manera de vivir es con Dios. Y que si yo amo a mi madre y a mis hijas, tengo que amar a todas las mujeres y tratar de no mancharlas. Yo a la mujer la tengo que querer, y no voy a ser mejor hombre por salir con muchas mujeres, soy un tonto, tengo que respetar a esa mujer y respetarme a mí mismo. Y tú que eres mejor tienes un templo en tu cuerpo, un templo divino, y nadie lo tiene que tocar. Los chicos me van escuchando... Y no necesito ni piercing, ni tatuajes, ni meterme fierros en la cara”.
Alejandro explica que ahora lee mucho, sobre todo a Chesterton, y la Biblia, y la suele mostrar en sus charlas a jóvenes. Los adolescentes al acabar estas charlas a menudo se acercan a contarle lo que viven: padres separados, padres que no son buenos…
Hoy recuerda “cuando estaba en Miami trabajando con chicas con poca ropa” y ve más belleza en trabajar con los jóvenes, en ser catequista, ir a misa con ellos…
Lamenta que muchos usen la televisión o los diarios para asustar: “Que si no me votas a mí, el otro te va a hacer mal; nadie te dice: “Yo voy a ayudarte a ti”.”
Su mensaje hoy es: “Si no creen en Dios, ¡es gratis, háganlo, vale la pena! Yo me demoré más de cincuenta años, fui un tonto 50 años. Y no tienes que tirarte al piso y romperte las rodillas, y matarte a rezar. Creer en Dios y ser bueno es facilísimo, después, si tienes ganas, rezas o no rezas. Es tan fácil…”