David Schloss es un judío converso al catolicismo que ha empezado en su blog personal una serie en la que explica de forma sucinta y clara la teología de los sacramentos. Pero ¿cómo llegó él al catolicismo?
Nació en Nueva York en 1970, el menor de tres hermanos, precedido por dos chicas. Sus padres eran inmigrantes, él de origen alemán, ella de origen francés, pero ambos, judíos, marcados por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial: “Para mi padre, eso significaba un odio a los alemanes que se encendía a la mínima, a pesar de su propia historia familiar en Alemania. Para mi madre, supuso una cierta paranoia y sensibilidad hacia el antisemitismo”.
Un problema familiar
David es crítico hacia ellos y no guarda buenos recuerdos de su infancia, con continuos cambios de domicilio que le hacían ser nuevo cada año en el colegio: “Eso puede ser muy difícil para un niño, aunque a mis padres no parecía importarles mi bienestar”. Finalmente se instalaron en Studio City, un distrito de Los Ángeles.
Sus padres no se llevaban bien porque eran muy “dependientes…, egocéntricos y egoístas” y “ambos exigían que se les dedicase mucha atención”, y “en cierto modo, veían a los hijos como una carga”. Él, como “una responsabilidad que no había querido”; ella, como “la prisión que la había atrapado en el matrimonio”.
Este severo juicio lo resume Schloss en las consecuencias que tuvo para él: “Entré en mi adolescencia comprendiendo dos cosas. Una, que mis padres se odiaban mutuamente tanto como odiaban a sus hijos. Dos, que yo era ateo”. Un ateísmo que era más una “respuesta superficial y emocional” a su situación, agravada por la “ira y la insolencia habituales en la juventud”, que un “argumento intelectual contra la existencia de Dios”.
Judaísmo cultural
En el hogar de los Schloss no se hablaba de Dios y solo episódicamente de la religión, como “judíos seculares” que eran sus padres, esto es, mantenían algunas ceremonias y costumbres, como ir de vez en cuando a la sinagoga o ayunar en el Yom Kippur, pero sin ninguna convicción propiamente religiosa. Algo que heredó David, para quien ser judío era solo “lo que los filósofos llaman una propiedad accidental”, como “la nacionalidad o el color de ojos”.
Con una observación que es aplicable también al catolicismo puramente formal al que ha quedado reducida la fe de buena parte de los cristianos en Occidente, David apunta que “un efecto sin una causa discernible suele degenerar en superstición o en una costumbre sin significación alguna”.
“Ese era mi caso”, confiesa.
Buscando a Dios
Pero, aunque en aquellos años vivió un “desierto espiritual” que suele ser frecuente en la juventud, poco interesada en esos aspectos de la vida, siempre conservó una idea: “Que debía haber algo más allá del mundo material, que me parecía tan árido… Algo más profundo, con mayor sentido”.
David, a su paso por las Fuerzas Armadas. Foto: Facebook.
Para buscarlo, empezó por las filosofías orientales. Reconoce en el budismo una tradición con “mucha sabiduría”, pero “el hecho de que se oriente a la autorrealización hasta casi excluir lo trascendente” no le atraía. Llegó a la conclusión de que las religiones orientales no le acercaban a la verdad que buscaba.
Por otro lado, la vida académica de David, que es filósofo, le fue dando a conocer el cristianismo, “ocasionalmente con conversaciones con cristianos, pero la mayor influencia fueron la literatura y el arte”.
De la Biblia cita dos pasajes que le intrigaban: Jn 14, 6 ("Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí") y Jn 6, 51 ("Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo").
'La Crucifixión' (1485), del Maestro de la Leyenda de Santa Catalina (detalle). Museo del Prado.
En cuanto al arte, le atraían las representaciones de la Crucifixión y de la Virgen María, que le producían sentimientos “tanto de tristeza como de asombro”.
Dos caminos para la gracia
“Solo más adelante en mi vida me di cuenta de que la gracia de Dios estaba presente incluso en ese periodo de turbulencia espiritual", afirma.
Una gracia de Dios que se manifestaría de dos formas. Primero, “suscitando curiosidad hacia los ‘primeros principios’, objeto de la ontología. Fue esa curiosidad la que me condujo a cuestionar tanto mi ‘ateísmo’ como mi judaísmo”.
Segundo, despertando en él “una afinidad por Jesucristo”: “Recuerdo una conversación que tuve con mi madre cuando era adolescente. No recuerdo el contexto, pero sí recuerdo a mi madre diciéndome que nosotros (esto es, los judíos) no creíamos que Jesús fuese Dios, solo que era una buena persona. Dejando aparte el cuestionable aspecto teológico de su afirmación, recuerdo haber pensado muy claramente que no me creía eso. Ya sospechaba entonces que Jesús era mucho más que una ‘buena persona’. Fue esa sensación, que no puedo explicar adecuadamente, combinada con una propensión a plantear cuestiones espirituales y filosóficas, la que me condujo a interesarme en la religión y en Dios”.
Aparece San Agustín
Al concluir sus estudios universitarios, la familia Schloss regresó a Nueva York. David incrementó su interés por la religión, cada vez más orientado al cristianismo, y en particular al catolicismo: “Fue leyendo la Biblia como comprendí que Jesús es Dios y acepté la verdad del cristianismo”.
Empezó a sentir que vivía en “dos mundos”.
“El primero”, explica, “era en el que había nacido, el mundo secular. Parecía árido y vacío y su concepción relativista de la moralidad y el nihilismo consiguiente me resultaban repulsivos”.
“El segundo mundo, este nuevo mundo, me intrigaba”, confiesa: “Era algo vivo y misterioso y parecía ser verdad. Ofrecía respuestas a las preguntas que me habían asaltado desde mi juventud”.
Schloss puso voz a esta percepción de “dos mundos” cuando leyó la La Ciudad de Dios de San Agustín y su “dos amores han dado origen a dos ciudades” (XIV, 28).
“La ‘ciudad terrena’ era el mundo secular en el que había crecido. Era un mundo donde los hombres intentaban saciar sus bajos deseos. Era la segunda ciudad, la 'ciudad celestial’, la que me atraía. La afirmación de que el hombre fue hecho por Dios estaba confirmada bíblicamente, pero también explicaba por qué tantos eran desdichados con la vida puramente materialista y sensual de la ‘ciudad terrena’. Si realmente el hombre estaba hecho para Dios, todo lo que fuera menos que Dios sería en última instancia insatisfactorio”.
La persona decisiva
David empezó a estudiar de forma específica las enseñanzas y opiniones de las diversas denominaciones cristianas, comparándolas con la Biblia: “A medida que avanzaba en ese proceso, se me fue haciendo evidente que el catolicismo era el que más claramente representaba las enseñanzas de Cristo”.
Parroquia de los Santos Simón y Judas, en Brooklyn.
Empezó a ir a misa a la parroquia de los Santos Simón y Judas, en Brooklyn, y aunque no entendía completamente el rito, se sentía “en casa”.
Fue entonces cuando conoció a alguien que tuvo “un profundo impacto” en su vida: Sara Nespoli, directora de Formación en la Fe de la parroquia, y “un compendio de lo que un católico debe ser: inteligente, sarcástica y orgullosamente fiel, fue Sara quien, cuando yo tenía 42 años, me guió a través del programa de iniciación de adultos".
"En la Vigilia Pascual de 2012 fui bautizado católico", concluye David: "No creo haber sido nunca más feliz que ese día. El camino que empecé en mi juventud, recorrido entre tribulaciones, se había completado. Estaba en casa”.
Artículo publicado en ReL el 9 de diciembre de 2020 y actualizado.