Este episodio, confiado por el padre Felipe Ye Yaomin en 2007 a AsiaNews es sólo uno de los muchos de su vida extraordinaria. Fallecido el pasado 21 de enero de 2015 a la edad de 105 años, el padre Ye ha sido uno de los sacerdotes católicos más longevos de toda China y está considerado el último de los "ancianos", es decir, de los sacerdotes ordenados antes de la llegada de Mao Zedong.
Nacido en 1909 en la aldea de Lu Tong, el padre Ye tenía sólo tres años cuando el último emperador chino Pu Yi fue obligado a abdicar a la edad de seis años tras la revolución de Sun Yat-sen, que puso fin a un imperio iniciado antes del nacimiento de Cristo sustituyéndolo con la República de China.
Después de haber asistido a la guerra civil entre los nacionalistas de Chiang Kai-shek y los comunistas de Mao Zedong, con 27 años el padre Ye entró en el seminario mayor de la China meridional, en Hong Kong.
Tras siete años de estudio, volvió a Guangzhou, donde fue ordenado sacerdote en 1948, un año antes de la victoria de los comunistas y del nacimiento, el 1 de octubre de 1949, de la República Popular China de Mao.
La vida se hizo casi inmediatamente imposible para los sacerdotes católicos, que pronto fueron obligados a elegir entre la autoridad de Mao y la de Roma.
El padre Ye se negó siempre a renunciar al Papa y en 1955 fue denunciado por un delator por «posesión ilegal de material extranjero», es decir, un periódico que recibía regularmente de los viejos compañero de seminario que aún vivían en Hong Kong (que en esa época estaba en manos de Gran Bretaña, antes de su vuelta a China en 1997).
Condenado a un campo de trabajo, fue trasladado a la provincia de Qinghai, a 2.600 kilómetros de distancia, donde pasó los siguientes 25 años en un pocilga cuidando de los cerdos y cultivando la tierra, y donde contrajo un enfisema causado por el frío y la falta de alimentos.
En estos años, durante la Revolución Cultural, cuando se prohibieron los “Cuatro antiguos” [o "cuatro viejos": los usos antiguos, las costumbres antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo, ndt], religión incluida, el padre Ye sufrió todo tipo de abusos y, como hemos recordado al principio, fue también sepultado vivo. Pero sobrevivió, al contrario de muchos de sus compañeros de prisión.
Fue liberado en 1980, cuatro años después de la muerte del gran caudillo Mao. Según la Hermana Chen Jianyin, que ha cuidado al sacerdote durante los últimos veinte años de su vida, «una vez alguien le preguntó si odiaba al Partido Comunista por todos los sufrimientos a los que había sido sometido. Él respondió: “No, porque el odio es en sí un pecado”», relató la agencia Ucan.
De vuelta en su ciudad natal, en un momento histórico de desbandada para China, el padre Ye aprovechó el menor control ejercido por el Partido sobre el cristianismo para reconstruir las iglesias destruidas y evangelizar su diócesis de Jiangmen, en Foshan.
Sus amigos sacerdotes le aconsejaron repetidamente abandonar el país, pues su incolumidad no estaba garantizada con Deng Xiaoping y sus sucesores, pero el padre Ye siempre se negó: «China tiene necesidad de sacerdotes», decía.
Habiendo puesto siempre su vida al servicio de Dios, solía dar dinero a quien lo necesitaba, independientemente de su pertenencia religiosa. «Decía siempre – continúa Sor Chen- que “el dinero es de Dios, no mío. Dios sólo usa mis manos para distribuirlo”».
Aún con 105 años el padre Ye Yaomin visitaba y atendía parroquianos
Aunque estaba en silla de ruedas y tenía problemas respiratorios, el padre Ye siguió visitando hasta el final de sus días a sus parroquianos en sus casas o en el hospital. Cuando entendió que su hora se acercaba, se negó a que le llevaran a un hospital, pues deseaba «morir en su casa».
Por “casa”, el sacerdote chino entendía la iglesia de la Inmaculada Concepción de Foshan, adonde sus parroquianos «le llevaron antes de morir».
En Guanghzou, capital de provincia de Guangdong, recuerdan así su vida «épica»: «Ha muerto en paz – relata AsiaNews – invocando para la Iglesia un florecer de vocaciones y rechazando el odio. A pesar de las persecuciones, ha mantenido siempre intactas la fe y la dignidad».
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)