Sor André, la religiosa francesa que, a punto de cumplir los 119 años el 11 de febrero, estaba considerada la persona más anciana del mundo, falleció este martes, a las dos de la madrugada, según informó la residencia Santa Catalina Labouré de Toulon, donde pasó sus últimos años: "Nos invade una gran tristeza", afirmó su portavoz, "pero es lo que ella deseaba, reunirse con su adorado hermano. Para ella, es una liberación".
Conversión joven, vocación adulta
En efecto, así lo manifestó en numerosas ocasiones, desde que acaparó la atención mediática al lograr ese récord de longevidad: "Lo que deseo es morir y encontrarme con mi hermano. No tengo miedo de la muerte. Creo que puedo confiar en Dios, pero... ¡se hace esperar! ¡Tengo la impresión de que me ha olvidado, se lo digo todos los días!", bromeaba. Estaba muy unida a ese hermano, por cuya vida temió intensamente durante la Primera Guerra Mundial, pues siendo pequeña perdió a su hermana gemela y él fue para ella "un padre y una madre". En homenaje a él adoptó como religiosa su nombre, André.
Lucile Randon, pues tal era su nombre en el siglo, nació el 11 de febrero de 1904 en Alès, en el sureste de Francia, en una familia protestante no practicante, pero donde su abuelo era pastor. Se convirtió al catolicismo cuando tenía 26 años y no se unió a las Hijas de la Caridad hasta pasados los cuarenta. Desde entonces se entregó en cuerpo y alma a sus labores de atención a los demás propias de su congregación. Por eso, cuando le preguntaban cómo se sentía cumpliendo tantos años, respondía que mal: "No me gusta ser vieja, porque me gustaba ocuparme de los demás. Me gustaba hacer bailar a los niños, y ya no puedo".
Uno de los muchos reportajes que le hicieron a Sor André cuando en abril falleció la japonesa Kane Tanaka con 119 años, y la religiosa se convirtió en la persona más anciana del mundo.
Sor André empezó cuidando niños en París: "Fue Dios quien me empujó a la vida religiosa, me enredó. No tuve ninguna revelación", confiesa, "pero no conseguía amar a fondo, hasta que en un momento dado me dije: '¡Éste es mi camino! Quiero ser religiosa'. ¡Y salió bien!".
"He amado a Dios por encima de todas las cosas"
En sus últimos años, ciega y en sillas de ruedas, conservó la lucidez y el buen humor. Atribuía su longevidad al vaso de vino que se tomaba todos los días, y ponía su vida como ejemplo de que "el trabajo no mata", pues nunca descansó hasta que sus capacidades físicas le impidieron continuar con su vida activa. Eso no le impedía levantarse a las siete de la mañana, dedicar buena parte del día a la oración, y mantener una dieta con apenas restricciones.
Y, por supuesto, la misa diaria: "Hablo con Dios continuamente. Cuando las cosas no van bien, se lo digo, y a veces le regaño porque me abandona. No me aburro nunca, porque rezo todo el tiempo que tengo libre", le contó al youtuber Tïbo Inshape, quien la visitó recientemente, según recoge Famille Chrétienne: "Rezo, sobre todo, por los que sufren, porque me gusta mimar a las personas. Y en la oración encuentro la forma de hacerlo".
Algo por lo que pedía continuamente era "para que Dios haga que las personas se ayuden y se amen, en vez de odiarse. Hay demasiado odio en la vida y en el mundo. Si lo compartiésemos todo, sería mucho mejor".
"He amado a Dios por encima de todas las cosas. Y Él me lo ha recompensado", afirmaba como resumen de su vida, cumplida al fin para unirse a Él y a los suyos a quienes tanto amó.