¿Cómo podía estar ella allí, confesándose durante tres días ante un monje, ella, que detestaba todo cuanto la Iglesia es y significa?
La historia comienza cuando Brigitte Bédard, periodista de la televisión de Montreal (Canadá), tenía once años y empezó a fumar. Era solo el anticipo de lo que vendría al llegar la adolescencia: "Como muchos jóvenes, quería probarlo todo: drogas, sexo, alcohol... ¡Y realmente lo probé todo".
"Nunca encontraba descanso"
De hecho, resume su situación en plena juventud de forma muy expresiva: "Cuando tenía 23 años, al salir de la universidad me encontré con un antiguo novio a la salida del metro y me invitó a una reunión de Cocainómanos Anónimos. Allí comprobé que, efectivamente, tenía un problema de consumo". Apartarse de ese infierno le llevó diez años: "Cuando salí, deshabituada ya a todo tipo de drogas, me encontraba aún más desesperada".
¿Qué faltaba en su vida, que el hecho de verse liberada de las drogas no solo no disminuía, sino que aumentaba su desesperanza? Ella explica que cuando tomó conciencia de su estado y empezó a seguir el programa para desintoxicarse, "el vacío afectivo seguía ahí, como el sentimiento de abandono, la gran herida del rechazo... Y me dediqué a ahondar todo eso cambiando la droga por el sexo. Es fácil, cuando eres joven, consumir personas".
Su confusión iba en aumento: "Un día me di cuenta de que muy probablemente era lesbiana. Durante ocho años llevé una vida bisexual. Cuando estaba con un hombre, estaba segura de estar hecha para una mujer, y cuando estaba con una mujer, estaba segura de estar hecha para un hombre. Todos los días me planteaba esta cuestión existencial".
"Me acostaba para dormir, pero nunca encontraba descanso. Buscaba encontrar sentido a mi vida. No sabía cómo sería mi vida con una mujer, no sabía cómo sería mi vida con un hombre. Quería tener una familia, tener una vida 'normal', en definitiva, quería ser feliz... pero eso no llegaba nunca", confiesa en declaraciones a Famille Chrétienne.
Curiosamente, comenta con humor, fue el día que decidió dejar de fumar cuando realmente tomó conciencia de la "hipersensibilidad" que habitaba en ella, que la había conducido a una "depresión increíble" durante la cual perdió a todos sus amigos. Se iba "muy lejos, a Montreal" -no vivía allí entonces- para estar donde nadie la conociese: "Me encontré sola".
Un día, una de las personas con la que se veía, harta de verla llorar, le escribió el nombre de un monje en un trozo de papel y se lo dio: "Brigitte, deberías ir a la abadía de Saint-Benoît-du-Lac y hacer un inventario de tu vida".
"¿Cómo? ¿Realmente crees que voy a ir a ver a un cura?", respondió, escandalizada: "¡Aborrezco a los curas! ¡No quiero saber nada de religión!".
Pero su amiga acudió a un argumento que la convenció: "Nunca volverás a ver a ese monje, y todo lo que le cuentes no podrá repetirlo jamás a nadie, no tiene derecho a ello".
Así que Brigitte le cogió el papel de las manos con malos modos, y al final, aunque sin decir que iba a ir... fue.
La abadía benedictina de Saint-Benoît-du-Lac, fundada en 1912, se encuentra a orillas del lago Memphrémagog, al este de Montreal, en Québec (Canadá).
Y allí estaba ella allí, por fin ante aquel monje, dispuesta a leer ante él una "lista de cuarenta páginas, solo para las aventuras sexuales". Él le dijo que sí, y empezó a escucharla. "Al cabo de cinco o diez minutos empecé a atacarle sobre el papel de la mujer, sobre la Inquisición, sobre las brujas... todo lo que yo reprochaba a la Iglesia se lo arrojé, le hice personalmente responsable, le dije: 'Si usted lleva ese hábito, es porque usted está de acuerdo con todo lo que hace y ha hecho la Iglesia, con todo lo que dice'. Bueno, yo lo decía educadamente, pero luego se lo dije estando de pie delante de él, y golpeando la mesa, y gritándole a la cara".
"Encarnó a Jesús"
Sin embargo, algo iba pasando en el alma de Brigitte con esas conversaciones: "Por primera vez en mi vida me sentí escuchada. Esa intensidad en la mirada, esa compasión... Él me miraba realmente con la mirada de Jesús. No me habló de Jesús ni una sola vez durante seis horas, pero él fue Jesús, encarnó a Jesús".
El monje y ella charlaron durante tres días, dos horas por día: "Al final del tercer día, de la sexta hora, yo había 'vaciado mi maleta'. Y entonces me eché a llorar, porque yo no sabía qué iba a sacar en limpio de esos tres días, qué me iba a pasar... La vida no era nada para mí. Y entonces él me dijo unas palabras que me traspasaron. Mirándome con unos ojos muy bellos, me dijo: 'Brigitte, si conocieras el don de Dios..." Yo no sabía que son las palabras que le dije Jesús a la samaritana (Jn 4, 10). Esas palabras... ¡era Dios quien me hablaba! ¡Era Jesús quien me hablaba! Ablandó mi corazón, que era duro como la piedra... Se levantó, se me acercó, dijo una oración, me impuso las manos y me absolvió de todos mis pecados".
Brigitte se emociona un poco al recordarlo, pero luego advierte, bromeando: "¡Llevaba tres días confesándome!"
"Creí, creí que todos mis pecados, mi falta de amor, habían sido perdonados", prosigue: "En apenas una fracción de segundo comprendí que Dios había resucitado, que Jesús era Dios, que Dios estaba vivo, que yo era hija de Dios, que Dios era mi padre y que podía recomenzar mi vida completamente, que Dios me amaba. Jesús murió por mí, solo por mí, para que yo pueda vivir".
"Todo estaba cerrado, y en una fracción de segundo todo se abría ante mí", concluye. Desde entonces, hace casi una década, Brigitte ha ofrecido su testimonio en diversas ocasiones, plasmándolo finalmente en el libro Era incapaz de amar. Cristo me liberó, que amplía todo lo que ha sido su vida y los cambios obrados en ella por el Señor.
Publicado en ReL el 17 de octubre de 2019.