Mientras en el Vaticano los cardenales reunidos en consistorio se dedican a reformar la curia [este artículo se publicó originalmente en 2015], a poca distancia de allí, en la otra orilla del Tíber, un cenáculo de cualificados estudiosos se apasiona sobre un tema ciertamente mucho más crítico acerca del hoy y del mañana de la Iglesia y la humanidad: el misterio de la historia.

Daniélou, Ratzinger: hermanados aunque diversos

Y, más concretamente, el misterio de la historia visto por Jean Daniélou y Joseph Ratzinger.

Patrocinadas por la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y acogidas en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, las jornadas de estudio se abrieron este jueves 12 de febrero por la tarde y concluyeron el viernes 13 por la noche.

Es la segunda vez (la primera vez fue en mayo de 2012) que la universidad romana del Opus Dei intentar arrojar nueva luz sobre ese gran teólogo, patrólogo y liturgista que fue Daniélou, jesuita y cardenal, al que se le restó importancia injustamente después de su muerte en 1974, acaecida en la casa de una prostituta parisina a la que él ayudaba en secreto.

Esta vez Daniélou se encuentra al lado de Ratzinger. Y con razón, porque ambos están entre los escasísimos grandes teólogos católicos del siglo XX que han elaborado una visión de la historia auténticamente bíblica y cristiana: una historia no gobernada por el azar, ni por la necesidad, sino repleta de las magnalia Dei, las acciones grandiosas de Dios, una más asombrosa que la otra. Para ser conquistados basta leer esa obra maestra que Daniélou dedicó expresamente a este tema: Ensayo sobre el misterio de la historia.

Tanto Ratzinger como Daniélou tienen sus rasgos originales. El primero lee la historia siguiendo la huella de la Ciudad de Dios de Agustín y, después, de San Buenaventura; el segundo es más sensible a ese genial Padre de la Iglesia que fue Gregorio de Nisa.

Sin embargos, ambos tienen en común un elemento vital: "aun siendo grandes intelectuales y hombres de universidad, se entregaron con devoción, en obediencia a Cristo, por la Iglesia y los hombres", ha dicho a Zenit uno de los promotores del congreso, Giulio Maspero, docente de teología dogmática en la Universidad de la Santa Cruz.

Dos retratos personales

Los Carnets spirituels de Daniélou, sus diarios espirituales, publicados veinte años después de su muerte, han levantado el velo sobre su espíritu y sus obras escondidas, como también lo ha hecho Le chemin du labyrinthe, la autobiografía de su hermano Alain, homosexual, convertido a un hinduismo de impronta erótica y compañero de vida del fotógrafo suizo Raymond Burnier.


Alain Daniélou (izquierda) y Raymond Burnier (derecha), durante un viaje a la India en 1932. Hacían ostentación pública de su relación y teorizaban sobre el erotismo y la homosexualidad.

Jonah Lynch, de la Pontificia Universidad Gregoriana, también promotor y relator del congreso, dice a este respecto: "De los diarios, son conmovedoras las páginas en las que Jean Daniélou ofrece la propia vida por la salvación de su hermano homosexual Alain, mientras éste, a su vez, en el Chemin du labyrinthe, rinde homenaje a Jean y a su amor sincero, si bien no comparte sus posiciones. Se ve resplandecer en la vida del cardenal un enfoque ´pastoral´ y delicado, un genuino amor evangélico, tan de moda ahora, pero junto al elevadísimo precio que dicho amor exige. En Jean Daniélou el amor a los alejados no era un mero adorno, sino una realidad que valía incluso el martirio".


Jean Daniélou pidió a Dios expiar en sí la escandalosa vida de su hermano.

A partir de 1943, junto al gran estudioso del islam Louis Massignon, Daniélou celebró todos los meses, con la mayor discreción, una misa por los homosexuales, "por su salvación". Lo confirma la sobrina nieta Emmanuelle de Boysson en su libro dedicado a los dos hermanos Le Cardinal et l’Hindouiste.

Alain, sobre Jean

Pero también escribe sobre ello su propio hermano Alain en su autobiografía, de la que vale la pena releer esta página:

"Jean tuvo siempre hacia mí una amabilidad perfecta. Durante toda su vida sintió remordimientos por el modo como la familia me había tratado y dejado sin sustento. Se lo decía a menudo a amigos comunes. Cuando mi amigo Raymond murió le confió a Pierre Gaxotte, en los pasillos de la Academia de Francia, que sentía una gran tristeza pensando en lo afectado que debía de estar yo.

»Ser nombrado cardenal fue para Jean una liberación. Era finalmente libre de la constricción jesuítica de la que, estoy seguro, había sufrido. Los últimos años de su vida fueron los más felices.

»Su muerte y el escándalo que ésta provocó, pues él ya era una de las mayores figuras de la Iglesia, ha sido una especie de venganza póstuma, uno de los favores hechos por los dioses a los que aman. Si hubiera muerto unos instantes antes o después, o si hubiera estado visitando a una señora del distrito dieciséis [distrito residencial muy caro de París, ndt] con el pretexto de obras de beneficencia, en lugar de llevar las ganancias de sus escritos teológicos a una pobre mujer necesitada, no habría habido ningún escándalo.

»Desde siempre, Jean se había dedicado a las personas mal vistas. Durante un cierto periodo había celebrado una misa por los homosexuales. Intentaba ayudar a los detenidos, a los delincuentes, a los jóvenes con dificultades, a las prostitutas. He admirado profundamente este final de vida, similar al de los mártires, cuyo aroma sube al cielo entre la abominación y el sarcasmo de la multitud.

»Ha muerto como mueren los verdaderos santos, en la ignominia, entre risas burlonas, con el desprecio de una sociedad resentida y vil. En los últimos años de la vida de mi hermano yo vivía cerca de Roma y era, según la opinión del clero, un apóstata de cierto relieve. Había quien nos confundía y algunos críticos habían incluso atribuido a mi hermano mi libro L´Érotisme divinisé, diciendo: ´Ya sabemos la libertad de espíritu que tienen los jesuitas, pero…´. Mi hermano tuvo que demostrar que el escándalo no lo ocasionan nuestras creencias o nuestro actos, sino la ironía de los dioses, que se ríen de este tropel de reglas de vida y de las denominadas ´verdades que hay que creer´, de las cuales los hombres se atribuyen la paternidad".

A la búsqueda de la expiación fraterna

También en los diarios espirituales del teólogo y cardenal Jean Daniélou aflora el ansia por la salvación del alma de su amadísimo hermano homosexual. Como cuando recuerda, por ejemplo, su propio deseo de ir como misionero a China:

"Los motivos de mi deseo de ir a China hay que buscarlos en el celo por la salvación de las almas, objeto de mi vocación. La vida de un jesuita está completa sólo si participa en la pasión de Nuestro Señor, y también en su vida pública. Sé que en ninguna parte Nuestro Señor rechaza dicha participación a quien se la pide; pero temo relajarme en este deseo. En las misiones hay una dosis casi segura de privaciones, de desilusiones, de peligros, tal vez la muerte, tal vez el martirio. Además de estos motivos, sé que tengo una capacidad de adaptación que me ayudaría a hacerme chino con los chinos; que la vida de misionero ofrece más ocasiones para actuar las obras de misericordia corporal que en Francia; que consideraré mi vida como no inútil si con motivo de ella el alma de Alain será salvada y que no conozco la medida de la inmolación que Dios desea para mí por esto".



En otra página de los Carnets spirituels, meditando sobre la pasión de Jesús en el Huerto de los Olivos, llega a desear poder asumir sobre sí el peso de los "pecados" de Alain y de cualquier otra persona:

"Jesús, he entendido que no quieres que yo distinga mis pecados de los otros pecados del mundo, sino que yo entre más profundamente en tu corazón y me considere responsable de los pecados de las personas que tú desees: los de Alain, los de cualquier otro que tú quieras. Me haces sentir, Jesús, que debo bajar aún más y tomar sobre mí los pecados de los otros, aceptando en consecuencia todos los castigos que ellos atraerán sobre mí a causa de tu justicia y, de manera particular, el desprecio de las personas por las cuales me ofreceré a mí mismo. Aceptar, incluso desear, ser deshonrado, también a los ojos de quien amo. Aceptar las grandes infamias, de las que no soy digno, para estar preparado y aceptar, por lo menos, las pequeñas. Entonces, Jesús, mi caridad se asemejará a aquella con la que me has amado".

Y siempre en perfecta alegría: "Vivir de la fe, de lo cual lo que tengo más claro es que es incomprensible. Tener un humor franciscano, mortificado y alegre, travieso y místico, totalmente pobre. Admirar el humorismo con el que el cura de Ars se trataba a sí mismo para huir de cualquier vanidad. Revertir a lo cómico todo el lado vanidoso de mi vida".

Publicado en el blog del autor en L'Espresso.

Traducción de Helena Faccia Serrano.