Daniel J. Roberts llegó a Los Ángeles como otros muchos miles de jóvenes, con la ilusión de hacerse un hueco como actor y triunfar en Hollywood. Era 2007, cruzó EEUU con su coche empeñado en cumplir su sueño, pero lo que sí que no hubiera imaginado es que diez años después había hecho el camino de vuelta para ingresar en el seminario para ser sacerdote. Ahora ya en tercer curso como seminarista en Pittsburgh relata este camino de ida y vuelta primero hasta la fama y luego hacia la llamada de Dios.
“Llegué a Los Ángeles el 4 de octubre de 2007, fiesta de San Francisco (mi patrón de confirmación, un detalle que se me escapó en ese momento). Estaba cansado después de mi viaje de cinco días por el país en mi Chevy Cavalier, lleno hasta los topes con todo lo que necesitaba para comenzar este nuevo capítulo en mi vida”, cuenta este seminarista en Catholic News Service.
Desde niño le encantaba actuar y pasaba horas y horas haciendo teatro. Pero no fue hasta los 20 años cuando decidió que debía mudarse a Los Ángeles a cumplir este sueño. Acababa de completar sus estudios de interpretación y asegura que en aquel momento “tuve la fuerte sensación de que Dios me estaba llamando a perseguir mis sueños a una escala mayor. Así que di el salto y comencé el capítulo de casi once años de mi vida en Los Ángeles”.
Daniel, durante una de sus interpretaciones
“Nunca hubiera imaginado que al final de esos 11 años estaría conduciendo de regreso al este, esta vez para ingresar al programa de formación sacerdotal de la Diócesis de Pittsburgh”, afirma Daniel.
Proviene de una familia católica y la fe había sido algo fundamental en su vida. De hecho, consideraba que la actuación era su misión para evangelizar a otros a través de las historias tanto en la pantalla como en el escenario.
En Los Ángeles, hizo cientos de audiciones buscando papeles y no le iba mal en su carrera. Una de las grandes ayudas de ese momento fue su participación en una compañía de teatro cristiana que le impulsó tanto en la creatividad como en espiritualidad.
Iba participando en pequeños proyectos cinematográficos, así como en anuncios y series de televisión como Sleepy Hollow. En esos años también trabajó primero en una cafetería y luego dando clases de interpretación en una universidad.
Pero pese a todo no se involucró al principio a la vida católica de Los Ángeles sino que durante varios años asistió a una iglesia cristiana sin denominación y participaba en pequeños grupos de oración. Al menos esto le dio unos cimientos para aguantar en un ambiente tan complejo como el del espectáculo.
“Otra cosa que me ayudó durante ese tiempo fue la adversidad: largos períodos de sequía entre las audiciones y la creciente conciencia de que si quería tener la oportunidad de perseverar, mi identidad tenía que estar arraigada en algo más profundo que de dónde o cuándo vendría mi próxima oportunidad. Entonces, a lo largo de mis años en Los Ángeles, mi vida espiritual profundizó y asistiera o no a las audiciones, rezaba”, cuenta
Una de esas oraciones que rezaba decía lo siguiente: “Dios, creo que me llamaste a Los Ángeles y creo que me llamaste para dedicarme a la actuación. Pero si me estás llamando para hacer otra cosa… lo haré. Solo tienes que mostrarme lo qué es".
Pero aunque era feliz con la vida que llevaba, Daniel confiesa que le faltaba algo. Y entonces empezó a volver a sus raíces católicas. “Mientras visitaba a mi familia en Pensilvania, asistí a misa y recordé la belleza de la liturgia católica. Luego, de regreso en Los Ángeles, un amigo me invitó a una parroquia católica, Santo Domingo”, explica.
En su primer domingo en misa sintió que estaba de vuelta en casa. De hecho, recuerda que “la Misa, la predicación de los sacerdotes dominicos y el calor de los feligreses conmovieron mi corazón y me hicieron volver por más”.
En esta iglesia de Los Ángeles Daniel fue profundizando en la fe y en la llamada al sacerdocio
En esta parroquia dominica, el ahora seminarista llegó a una “nueva comprensión de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la confesión, y me involucré en la comunidad, mucho más rápido de lo que esperaba”.
Al final su involucración era tal que ayudaba en una pastoral para jóvenes adultos y en un grupo de debate sobre películas. Además, profundizó en la lectura espiritual y en la Adoración Eucarística.
Fue entonces cuando en su mente empezó a resonar algo nuevo: ¿y si había nacido para ser sacerdote?. “Este pensamiento me sorprendió y asustó al principio”, confiesa. Le costó un tiempo discernir y asimilar todo esto, pero con la ayuda de algunos sacerdotes aquel mensaje en su mete se volvió imposible de ignorar.
“En 2007, sentí que Dios me estaba llamando a Los Ángeles. Desde que discerní el sacerdocio, he experimentado un a llamada más profunda, una llama interior que ha traído un nuevo enfoque a mis años en Los Ángeles y más allá. Tuve mi sueño, y fue lo suficientemente grandioso, pero no se podía comparar con la visión de Dios para mi vida”, afirma Daniel.
Finalmente, cogió sus cosas y volvió a cruzar Estados Unidos en el sentido contrario a cuando lo hizo años antes. Esta vez lo hacía para servir al Señor y ofrecerle su vida. Daniel está ya en el tercer año de seminario. “He recibido muchas más gracias a lo largo del camino. No ha estado exento de desafíos, pero lo que una vez me pareció una locura se parece cada vez más a la aventura que Dios pretendía desde el principio”, concluye.