Antes de 2008, Bernie Capulong era rico. Nacido en San Fernando, Filipinas, su vida de hombre de negocios en Estados Unidos le había ido bien. Tenía 5 casas, conducía un Porsche, viajaba por el mundo y comía con ricos y famosos como Donatello Versace o los herederos Nordstrom.
Era católico apenas de nombre. Iba a la iglesia con su familia y su esposa muy de vez en cuando, y de hecho casi siempre llegaban tarde a misa.
“Durante la homilía siempre me dedicaba a cuchichear con mi esposa. ‘¿Qué tenemos para comer?’, le susurraba. Y al acabar la misa salíamos corriendo para evitar el tráfico”, recuerda.
Tenían dinero, pero él y su mujer discutían mucho acerca del dinero, precisamente, y de hecho estaban al borde del divorcio.
Y entonces llegó la crisis económica. En 2008 perdió sus ingresos, salieron mal sus negocios y se encontró en paro. Perdió las casas, el Porsche, los contactos…
Su mujer, que llevaba diez años sin trabajar, logró encontrar una ocupación, pero él no encontraba trabajo. Llevaba los niños al colegio… y el resto del día pensaba en su situación.
“Qué poco vales, qué inútil eres, no sirves para nada…”, se decía a si mismo. Pensamientos similares acudían a su mente una y otra vez. Hoy considera que eran ataques del Maligno.
Un día, después de 18 meses sin empleo, se sentó en un banco de la iglesia y le habló a Dios, y a medida que hablaba, lloraba.
“Señor, me da mucha vergüenza acudir a Ti, porque cuando las cosas me iban bien nunca te reconocí. Y ahora vengo ante ti en mi peor momento. Cuando me saques de este lío, nunca te olvidaré y proclamaré tu nombre”, le dijo.
Bernie cree que ya tenía fe en ese momento, porque le había dicho a Dios “cuando me saques de este lío”, y no “si me sacas de este lío”. Era un momento de confianza y reconocimiento.
Empezó a acudir al grupo de oración carismática de su parroquia de Saint Thomas Aquinas, en Avondale, su población de 76.000 habitantes en la soleada Arizona. Y su fe se avivó con fuerza.
Cambió su vida familiar y matrimonial. Renunció a la anticoncepción y aprendió regulación natural de la fertilidad, junto con su esposa. Su relación de pareja se fortaleció y sus heridas y peleas del pasado se sanaron con perdón y oración.
Bernie va a misa cada día y reza el rosario cada día y da gracias a Dios.
Ya no son ricos en dinero, pero sí en fe, paz, amor y alegría.
Bernie además se ha dado cuenta de que se le da bien animar a los desesperanzados, especialmente a los hombres que como él han estado “en lo más alto” y ahora creen que “no valen nada”.
Cuenta la historia de un vecino que también se había quedado sin trabajo y sin hogar y vivía alquilando un espacio frente a su casa. Lo veía cada día cuando acudía a su misa diaria. Cada día Bernie le decía: “vecino, ya sabes dónde voy, puedes venir conmigo”.
El vecino solía decir que no, que de “eso” (las cosas de Dios) ya se encargaba su mujer. Pero un año después la mujer le abandonó. Entonces el vecino ya acudió a la iglesia, al grupo de oración, y allí lloró y oraron por él. Fue el inicio de su recuperación y hoy es uno de los miembros más activos del grupo.
Bernie ha conocido en estos años muchos hombres que, dice, “están perdidos, no saben qué hacer, pero Dios me pide que los guíe hacia Cristo. No soy yo, es el Espíritu Santo, es Él quien me los trae”, comenta al contar su historia en el Catholic Sun de la diócesis de Phoenix.