En los últimos meses hemos podido entrevistar en profundidad a Héctor Rubén Aguer, arzobispo emérito de La Plata y uno de los prelados argentinos más relevantes del último cuarto de siglo. Hemos abordado, entre otras cuestiones relevantes, los fundamentos de su formación intelectual, la forma de conducirse ante la confusión en la Iglesia y asimismo la falsa contraposición doctrina-pastoral. Ofrecemos ahora en primicia una selección de algunas respuestas de monseñor Aguer a la última y más amplia conversación mantenida con él, con la cual se completará un material informativo y orientativo de gran importancia que verá la luz próximamente en forma de libro.
-¿Cuál fe su formación como católico antes de entrar en el seminario?
-Le debo la formación de una cabeza y un corazón católicos al presbítero doctor Julio Ramón Meinvielle. Todos los domingos a las 10 de la mañana, el padre Julio reunía en su capellanía de la histórica Casa de Ejercicios, en la esquina de Independencia y Salta, a jóvenes que se animaban a leer la Suma Teológica, explicada admirablemente por él. Recuerdo que, el primer año que concurrí, comentó las cuestiones referentes a la Creación; así me introduje, casi sin darme cuenta, pero entusiasmado, en la metafísica, guiado por las explicaciones que hacía el padre Julio y los libros que me prestaba o regalaba.
Julio Meinvielle (1905-1973).
»Meinvielle fue uno de los más eximios pensadores argentinos; además, un fervoroso pastor popular. El mundo "oficial", tanto eclesiástico como secular, no le hizo justicia. Era lógico, aun antes del Vaticano II, el catolicismo ya estaba afectado de cierto liberalismo o progresismo, que después del Concilio campeó olímpicamente, con daños tremendos para la Iglesia y la sociedad argentina.
-¿Cuál es su recuerdo personal del Concilio Vaticano II?
-Ingresé al seminario durante el desarrollo del Concilio. El momento eclesial –lo veo ahora con toda claridad– no era el mejor para la formación de los jóvenes que nos encaminábamos al sacerdocio. Había buenos superiores y profesores, pero el clima era de confusión: todo se ponía en duda. Lo que los Padres discutían en el aula vaticana era, al día siguiente, más o menos el tema de discusión en el comedor y de los cuchicheos en pasillos y habitaciones. ¡Aun cuando la comunicación no poseía la celeridad que alcanza en nuestros días! Yo leía en L'Osservatore Romano, edición argentina, el resumen de las intervenciones de los protagonistas del Concilio. Certezas seculares del catolicismo eran erosionadas en aquellas controversias entre "progresistas" y "tradicionalistas"; esta división, más allá de los reduccionismos adolescentes, tenía una inocultable vigencia y, en mi opinión, explica la imagen que se ha establecido del Vaticano II. (...)
Recuerdo una expresión del Papa Montini [Pablo VI], por demás elocuente como descripción de lo que se vivía. La cito ad sensum: "Esperábamos una floreciente primavera, pero sobrevino un crudo invierno". (...)
Se ha ido agravando la ausencia de la Iglesia de aquellos centros donde se gestan las vigencias culturales. Estas se imponen en la sociedad, sus usos y costumbres, y dejan desubicadas a las declaraciones episcopales, las cuales se recluyen en la problemática social, a reclamar por la situación de "los pobres", los cuales, a cientos, pasan cada año a integrar la iglesias evangélicas.
-¿Por qué ese resultado a pesar de la preocupación postconciliar por el Tercer Mundo?
-Cuando me inicié en el ejercicio del ministerio presbiteral, arreciaba la derivación tercermundana del progresismo. Medellín [Conferencia del CELAM en 1968] fue una especie de bandera que cubría posiciones arrastradas por la ola de difusión marxista en Latinoamérica que se inició en Cuba en 1959. No juzgo las intenciones de los sacerdotes que protagonizaron el Movimiento llamado "para el tercer mundo" (o del Tercer Mundo). Entre ellos había amigos míos muy queridos. Reunieron a su alrededor a muchos laicos, y su poder de captación se manifestó ya en los últimos años de Seminario. El desconcierto y la confusión de los católicos se manifestó en la guerra interna que causó tanto dolor y tantas muertes, y cuyas secuelas de injusticia todavía padecemos. Creo tener una idea bien ponderada acerca del problema, que no será fácil de resolver en el plano judicial y político. La cuestión de la infiltración marxista en la Iglesia fue denunciada por el mártir Carlos Sacheri en su libro La Iglesia Clandestina, que no fue tomado en cuenta por el Episcopado argentino.
Carlos Alberto Sacheri (1933-1974), filósofo católico, divulgador de la doctrina social de la Iglesia y crítico de la penetración marxista en la Iglesia a través de la Teología de la Liberación. Fue asesinado por terroristas del Ejército Revolucionario del Pueblo un domingo, a la salida de misa, en presencia de su mujer y sus hijos.
-¿Qué pasó en la Iglesia en esta porción del planeta descubierta por la España misionera?
-Hubo una sucesión de reuniones generales del Episcopado latinoamericano, a partir de la segunda realizada en Medellín; siguieron Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Durante un tiempo, las declaraciones finales de esas reuniones capturaban la atención general de las diócesis; pero en realidad, cada una de las iglesias locales debía llevar adelante la actividad pastoral según las necesidades propias que, a veces, eran determinadas por situaciones ajenas a la voluntad de la Iglesia. En mi opinión, no se puede decir, sin más, que esas Conferencias Generales, que suscitaban adhesiones febriles y controversias, hayan contribuido a sostener la raigambre católica de estos pueblos evangelizados por España.
»Muchas veces las cuestiones sociales, económicas y políticas ocupaban una preponderancia sobre el estudio serio, de base teológica e histórica, de la situación religiosa de nuestros pueblos. En aquellas Conferencias se prestó particular atención a la pobreza crónica que afecta a Latinoamérica; pero paradojalmente, muchos pobres, bautizados en la Iglesia Católica, pasan cada año a integrar las crecientes comunidades evangélicas, en las que se habla de Dios, de la salvación en Jesucristo y de las realidades eternas. En algunos países esa situación asume proporciones alarmantes; precisamente allí donde han sido más intensos los acentos de una visión secularista y populista de la pastoral.
»Los resultados ponen de manifiesto lo inadecuado de esas orientaciones teológicas y catequísticas. Nunca se combatieron en serio los errores y, en buena medida, la infertilidad de la Iglesia se debió a la contraposición o brecha entre tradicionalistas y progresistas, que ha de ser aclarada. Si los resultados del "espíritu del Concilio", es decir, de los mitos progresistas han sido desastrosos, lo sensato es volver a la gran tradición eclesial, que asegura la auténtica renovación. Además, no debería olvidarse nunca que la misión evangelizadora de la Iglesia consiste en orientar hombres, pueblos e instituciones hacia Jesucristo, con la vista puesta en el Reino, y no resolver los problemas temporales; se ha menospreciado el don de la gracia y el influjo radiante de la santidad.
-Muchos piensan que la Iglesia debería convertirse en una ONG con una misión humanitaria para no más allá de esta tierra...
-Es verdad, así piensan muchos. Pero los hombres de Iglesia hemos dado lugar a ese equívoco fatal, sobre todo una interpretación errada del Concilio Vaticano II y de otros documentos eclesiales. El sentido de lo sobrenatural parece obturado en muchos católicos. Sobre todo, hay que tener en cuenta que en nuestro país la inmensa mayoría de los católicos no va a misa y quienes bautizan a sus hijos no comprenden ni asumen el deber de educarlos en la fe. No pueden hacerlo porque ellos no viven esa fe. La Argentina es un país de paganos bautizados. Es lógico, entonces, que solo vean en la Iglesia su capacidad humanitaria.
-¿Cómo plantearía la recristianización de nuestra querida Patria?
-Habría que plantear como prioridad la formación o educación cristiana integral de los bautizados y, enseguida, cómo salvaguardarla de la extinción o contaminación de la fe y la moral cristiana que impone la agenda global a la que obedecen nuestros gobiernos.
»El actual está haciendo un daño inesperado de destrucción de lo que podía haber de sano en nuestra sociedad. La acción anticatólica de la masonería se ha hecho más intensa y desembozada en los últimos años, el gobierno de Cambiemos es un gobierno confesamente masónico que apunta a la corrupción cultural mientras mucha gente pasa hambre. No podemos profetizar qué éxito podrá tener la vieja secta anticatólica enancada en los partidos políticos formados, en su mayoría, por gente de una ignorancia y una soberbia de terror.
»La Argentina es un país donde, crónicamente, los católicos no va a misa y, sobre todo a causa de este defecto, se ha ido convirtiendo en un país de paganos bautizados. El avance de las iglesias evangélicas continúa año tras año; nosotros hablamos de "los pobres" y estos emigran hacia aquellas. Yo deseo la recatolización de nuestra patria y siempre me he propuesto hacer algo para que este ideal se concrete. ¿Puede ser objeto de esperanza teologal o es simplemente una aspiración deseable e inconcreta? Últimamente se me clavan en el corazón estas palabras del Señor: "En un abrir y cerrar de ojos Dios puede hacer justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc. 18, 8).