El músico australiano Nick Cave (Warracknabeal, 1957) se abre en canal para hablar de la vida, la religión y, especialmente, de la muerte de su hijo, en su último libro Fe, esperanza y carnicería (Sexto Piso), que acaba de publicarse en España traducido por Eduardo Rabas.
Como recoge el diario ABC, Fe, carnicería y esperanza "no es una autobiografía sino una conversación". Es el resultado de más de cuarenta horas charlando por teléfono con Sean O'Hagan, periodista de 'The Observer' y 'The Guardian', que durante más de un año, entre el verano de 2020 y el de 2021, mantuvo contacto con el cabecilla de los Bad Seeds.
No hay canción que no pida perdón
El periodista y el músico hablaron de temas que acababan siempre desembocando en el mismo lugar: la muerte en 2015 y con tan solo 15 años de su hijo Arthur tras precipitarse por un acantilado de Brighton. "Arthur murió y eso me cambió. La sensación de trastorno, de llevar una vida trastornada, lo permeaba todo. Es importante hablar de ello, porque la pérdida de mi hijo me define", confiesa Cave.
Unos capítulos más tarde, Cave recuerda aquel fatídico 14 de julio de 2015:
"Recuerdo que estaba viendo la televisión, me llama Arthur y contesto. Pero no es Arthur, es un desconocido que encontró su teléfono y su mochila y sus zapatos en un campo cerca del molino negro a las afuera de Brighton. El desconocido también dice que hay actividad policial en el acantilado cerca del molino. Después viene un súbito pánico espantoso y estamos llamando al número de emergencias, ¡preguntando a la operadora qué sucede en el acantilado! [...]. Los policías están en la cocina y nos dan la noticia: nuestro hijo de se ha caído por el acantilado, su cuerpo está en el hospital, está muerto, y en mi cabeza empieza a rugir el sonido más fuerte del mundo, y las piernas de Earl se doblan y Susie lo atrapa. La confusión en escalada, el horror repentino. Después viene todo ese caos ensordecedor y el ruido en nuestros oídos", relata.
Un hecho que cambiaría para siempre su forma de crear. "El arte tiene la capacidad de reajustar el equilibrio de las cosas, de nuestras equivocaciones, de nuestros pecados. Pido que me perdonen, que me liberen de mi propia culpa personal. No hay una sola canción o palabra que no pida perdón, que no diga que lo sentimos mucho", explica.
'Fe, esperanza y carnicería', publicado en inglés el año pasado, es un libro sobre la vida interior de Cave. "La música es una moneda espiritual como ninguna otra en lo que se refiere a su capacidad para sacar a las personas de su sufrimiento, así que no me tomo a la ligera mi labor", asegura.
Lector compulsivo de la Biblia y exheroínomano con media docena de rehabilitaciones, Cave reconoce que su vida tiene ahora otras inquietudes. "Mi vida tiene una intensidad distinta. No es la ardiente intensidad de la juventud, sino otra cosa: una especie de audacia espiritual", relata.
"La muerte de Arthur lo cambió todo. Absolutamente todo. Me volvió alguien religioso. No hablo de ser cristiano tradicional ni nada por el estilo. Ni siquiera hablo necesariamente de creer en Dios. Me volví religioso en el sentido de que comencé a sentir a un nivel profundo una especie de inclusión en el dilema humano", reflexiona Cave.
"Un rechazo explícito de lo divino necesariamente es malo para escribir canciones. El ateísmo es malo para hacer música. Creo que te pone en desventaja, porque es una especie de reducción de opciones y una negación de la dimensión sagrada fundamental de la música", añade.
Una de las canciones de Cave del álbum 'Ghosteen'.
De hecho, 'Ghosteen', el primer disco que escribió tras la muerte de su hijo, lleva impreso "un lugar inventado en el que el espíritu de Arthur pueda encontrar alguna especie de refugio o descanso. Todas mis canciones se escribieron desde un lugar de anhelo espiritual, porque es donde vivo de manera permanente", dice.
"Las canciones que escribo se comportan como si Dios existiera. Básicamente argumentan la propia creencia, aunque en ocasiones son ambiguas e inconsistentes sobre la existencia de Dios. Creo que en última instancia lo que intento hacer es proponer la idea de que estar vivos tiene alguna importancia. Que tenemos valor espiritual", concluye.