Iván Bravo Calvimontes es un sacerdote boliviano de ascendencia indígena y perteneciente a la Archidiócesis de La Paz. Tiene 37 años y durante diez años ha sido párroco en una iglesia de la periferia de indígenas aymaras.
Influido por la espiritualidad del Opus Dei y la figura de San Josémaría, este sacerdote habla de su vocación, de su trabajo y de cómo ahora se encuentra en Roma estudiando Comunicación en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz gracias a una beca del CARF (Centro Académico Romano Fundación):
Un sacerdote de raíces indígenas
Nací en La Paz, Bolivia, el 26 de junio de 1984 y ahora me encuentro en Roma, en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, cursando el primer año de la Licenciatura en Comunicación Institucional de la Iglesia, gracias a una beca completa del CARF.
De raíces indígenas
Doy gracias a Dios por ser cristiano y por la fe que mi familia me ha transmitido de forma sencilla. Provengo de raíces indígenas. Mis papás son de ascendencia Quechua. Mi madre es de la provincia entre Potosí y Chuquisaca y mi padre de Sucre. Debido a la situación familiar, mis padres tuvieron que migrar del campo a la ciudad y fue allí donde se conocieron.
Se dedicaron a un oficio sencillo porque no pudieron estudiar en la escuela. Mi padre aprendió el oficio de sastre y mi madre trabajaba como personal de servicio de limpieza.
La situación económica no ha sido fácil para mis padres y mis cuatro hermanos. Yo soy el menor. Hasta la fecha mi familia no tiene casa propia, aunque mis hermanos mayores han estudiado y han podido formar sus familias propias. Esto es algo que mi padre ve desde el Cielo, pues murió hace dos años.
Comunión a los 13 años
Cuando cumplí 13 años, tomé la iniciativa de prepararme para primera comunión. El catecismo me ayudó a descubrir más al Señor y fue así como me acerqué más a la parroquia donde íbamos a misa en el centro de la ciudad. Colaboraba en mi tiempo libre con los sacerdotes en un espacio llamado oratorio, que era también una actividad de recreación personal y comunitaria.
Después de dos años dejé esa actividad parroquial por exigencias en casa, pero sentí un gran vacío. Necesitaba estar cerca de la vida comunitaria de la iglesia. Por lo tanto, me organicé y comencé a acudir a la parroquia del barrio. El sacerdote enseguida me hizo catequista de niños de primera comunión y colaborador de monaguillos.
Esta etapa juvenil fue muy linda para mí, aunque tuve que organizar bien mi tiempo libre, con las tareas de la casa. Después, abandoné estas tareas parroquiales por mis deberes en la Escuela secundaria y en el servicio pre militar.
Inquietud por la vocación sacerdotal
Al acabar el colegio pensé en varias carreras universitarias en el ámbito social para poder estar al servicio de la humanidad y sociedad. Mis padres también me animaban a ser profesional en este campo, porque veían en mis capacidades y cualidades y así poder salir de la pobreza.
Pero algo distinto estaba dentro de mí, pues tenía inquietud por conocer la vida en una casa de formación para ser sacerdote. Así que pregunté y me pusieron en camino con la pastoral vocacional de mi parroquia.
«Todos se quedaron mudos»
Cuando planteé en mi casa mi vocación, todos se quedaron mudos. No esperaban que yo entraría en un seminario. Pero mi decisión fue algo libre y consciente, aunque no puedo negar que me afligía dejar a mi familia y mis planes personales.
Sin embargo, algo mayor a mis fuerzas me dio el valor de hacerlo. El día que yo salía de casa fueron conscientes de que era un paso muy maduro por mi parte, decisión que aceptaron porque se dieron cuenta que los hijos debemos ser felices en el discernimiento vocacional para la vida.
En mi formación sacerdotal conocí sacerdotes del Opus Dei que me confesaban, me animaban y me acompañaban. Tras ordenarme diácono, me invitaron a círculos para sacerdotes donde me sentía muy bien y fue así que conocí a San Josemaría, a quien me encomendé en distintas circunstancias de la vida.
A una parroquia de indígenas aymaras y periférica
Fui ordenado sacerdote el 12 de mayo de 2011. En 2017, me destinaron como párroco en una parroquia de indígenas aymaras y periférica.
Continuaba frecuentando los retiros para sacerdotes diocesanos ofrecidos por la Obra y fue así que el año 2021, tras diez años de mi servicio en la parroquia, mi obispo me hizo ver la necesidad de realizar unos estudios superiores.
Desde que se abrió esa posibilidad, todo lo puse bajo la voluntad de Dios. Los gastos económicos eran altos, porque mi diócesis atraviesa momentos difíciles desde mucho antes de la pandemia.
Situación sociopolítica en Bolivia
Por eso, muchos sacerdotes de la jurisdicción no han tenido esta oportunidad, debido no solo a la variación de la moneda nacional con moneda extrajera, sino también la situación socio política en Bolivia donde la Iglesia afronta todavía persecución y se observa una disminución de vocaciones.
Sin embargo, el nuevo arzobispo no se rinde y apuesta por la cualificación del clero. Fue así como aceptamos la posibilidad de estudiar en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, a pesar de la situación compleja que atraviesa nuestra Iglesia local.
«Todo es nuevo para mí»
Nunca antes había salido de mi país y me tocó hacer todo desde cero para poder acceder a estos estudios. Es maravilloso porque todo es nuevo para mí. Por esta razón, agradezco enormemente al Señor el regalo de los estudios en la Pontifica Universidad de la Santa Cruz en Roma.
Solo sé que el P. San Josemaría ha permitido que esté yo acá. Estoy dando lo mejor de mí ante lo que toca vivir en esta hermosa experiencia de fe y de vida. En la Universidad, nos damos cuenta de que el Señor está en medio de nosotros porque la catolicidad se hace palpable: sacerdotes de América, Europa, India, Australia, África.
Hablamos de Dios, vivimos para Él y celebramos en comunión, configurándonos a Jesús en Buen Pastor, para santificar la vida diaria. Gracias a Dios y a quienes hacen posible que podamos formarnos y volver a nuestros países con la alegría del Evangelio, siendo enviados como discípulos y misioneros.
Con gratitud un servidor en Cristo y María