Por eso, Alfa y Omega comienza una nueva sección on-line: Testimonios para el Año de la Vida Consagrada. Cómo no podía ser de otra manera con motivo de la Fiesta de la Inmaculada esta nueva sección se estrena con el padre Ismael, de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Este es su testimonio.
Soy el padre Ismael García Moreno, tengo 38 años y soy el Vicario Provincial de la Provincia Mediterránea de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en España. Una Provincia que comprende los países de España, Italia, Uruguay, Venezuela, Senegal, Guinea Bissau, Sáhara y Rumanía.
Me gusta citar este detalle, porque mi campo de acción no se limita sólo al territorio español, sino que abarca todos estos lugares de misión, pues nuestra Congregación es, esencialmente, misionera: éste es su ser y su sentido en la Iglesia.
Antes de explicar mi vocación, hace falta que se entienda el carisma del que me he enamorado. Mi carisma (nuestro carisma) es el ser misionero para evangelizar a los más pobres, según las urgencias de la Iglesia y del mundo, y en comunidades apostólicas. Es decir, tratar de vivir como la comunidad de los Apóstoles con Jesús: en estado permanente de misión.
Somos «especialistas de las misiones difíciles», como nos definió Pío XI, «con un corazón grande como el mundo», como definieron a nuestro fundador, san Eugenio de Mazenod.
Él instituyó la congregación en 1826 con el deseo de recristianizar Francia a través de Misiones Populares, pero su corazón no pudo limitarse sólo a misionar en el país galo, y sintió la necesidad de enviar misioneros por todo el mundo: Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica-Lesotho, Sri Lanka…
Este es mi sueño y mi ideal, y el sueño e ideal de todo misionero oblato: enseñar a todo el mundo quién es Jesucristo, especialmente a los más necesitados de su salvación, a los que aún no le conocen ni le aman.
«Llevar a las personas a sentimientos humanos, luego cristianos y ayudarles finalmente a hacerse santos», como dicen nuestras Constituciones y Reglas. Por eso, me atrevo a decir que ninguna labor es ajena a mí, ni a ningún misionero, que ha de intentarlo todo para atraer las almas a Cristo.
El origen de mi vocación fue la llamada que experimenté por parte del Señor a dejarlo todo por anunciarle a Él, por darle a conocer a todos aquellos que aún no le conocen, no sólo en mi parroquia, en mi ambiente, entre los míos, sino allá donde el Señor me conduzca, especialmente en tantos lugares de nuestro mundo tan necesitados de tanto amor. Tan necesitados de Su Amor.
Yo era un joven perteneciente a uno de tantos grupos juveniles, que en aquella época había en una parroquia de un barrio de las afueras de Madrid: la parroquia de San Leandro, en Aluche. Gracias a esos grupos, que llamábamos «Grupos de vida», tuve la experiencia de encontrarme con Cristo, y en ellos aprendí a vivir la vida cristiana.
A los 18 años le pedí al Señor que me mostrara su camino en mi vida. Y fue entonces cuando, meditando el texto de 1 Juan 4, 716, experimenté que todo el amor que Dios había derramado sobre mí tenía que darlo, transmitirlo, compartirlo, darlo a conocer a todo el mundo. No podía guardarlo para mí, ni siquiera para los más cercanos a mí. Sentía que debía transmitirlo a todas las personas que no han tenido la misma suerte que yo de encontrarse con el Señor.
Esta parroquia la llevan los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y por eso, al sentir ese deseo profundo de seguir al Señor como misionero y sacerdote, no me planteé otro camino sino el de la Congregación a la que actualmente pertenezco y en la que entré hace ya veinte años.
Desde entonces, el Señor no me ha dejado de su mano y no ha dejado de confirmarme en este hermoso camino. Aunque aún no he tenido la suerte de ser enviado como misionero fuera de España, pero sí he tenido la suerte de conocer y visitar muchas misiones de los Oblatos en muchas partes del mundo (Paraguay, Venezuela, Sáhara, Senegal, Guinea Bissau y Rumanía), sintiéndome orgulloso de la preciosa labor que desempeñan mis hermanos.
Aquí, en España, durante algunos años, también experimenté la alegría de anunciar el Evangelio a través de las Misiones Populares, algo propio de nuestro carisma.
Fueron años especialmente felices al experimentar lo mismo que vivieron los discípulos de Jesús cuando fueron enviados «de dos en dos a todos los pueblos y aldeas por donde iba a pasar Él» (Lc. 10, 1). Íbamos de dos en dos, visitando todas las casas de los pueblos, preparando la venida del Señor, que se hacía presente, siempre de un modo gozoso, en medio de este tiempo de misión.
Por todo esto, nosotros, religiosos cuyo carisma es esencialmente misionero, sentimos muy dentro la llamada del Papa Francisco a vivir como «discípulos misioneros» de una «Iglesia en salida», porque hoy la misión se encarna no sólo en determinados lugares geográficos sino sobre todo, en tantas realidades existenciales que necesitan una palabra de esperanza que sólo el Señor puede dar.
Que María Inmaculada, nuestra Madre y Patrona de la Congregación, con quien compartimos nuestras alegrías y sufrimientos de misioneros, nos ayude a todos (también a quien esto está leyendo), a ser «oblatos», es decir, a ofrecer nuestra vida como ella al servicio del Señor, para que pueda realizar en nosotros las mismas maravillas que obró en ella.
Padre Ismael García, omi
Más sobre los Oblatos Misioneros de María Inmaculada:
www.omiworld.org
nosotrosomi.blogspot.com.es
O contactar con padre David Muñoz Medina, omi; Avenida Juan Pablo II, nº 45, Pozuelo de Alarcón (Madrid). Email: pjvomi@gmail.com. Tfno: 91 352 34 16.
»Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
»Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
»Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
»La señal de que permanecemos en Él y Él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo.
»El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.