Imagínense estar tendidos en una cama, alimentados y respirando gracias a la ayuda de máquinas, mientras a su alrededor les tratan como si ya no fueran personas. ¿Cómo se sentirían?
Esta es exactamente la experiencia que ha vivido en primera persona Kate Allatt, que cuatro años después ha decidido contarla en un libro titulado I Am Still The Same (Sigo siendo la misma, ndt) y en una entrevista a la emisora australiana Sbs.
La vida de esta inglesa, que tenía 39 años cuando ocurrieron los hechos, madre de tres hijos, trabajadora experta en el sector del marketing digital, acostumbrada a correr 100 kilómetros a la semana, cambió de forma radical el 7 de febrero de 2010.
Durante tres semanas la mujer había tenido dolores de cabeza muy fuertes, pero el médico le había diagnosticado una probable migraña y le había prescrito un analgésico. Pero cinco horas más tarde Kate tuvo un ictus causado por un coágulo de sangre que se había formado en el tronco cerebral.
Los médicos se convencieron de que la mujer, una vez en coma, tenía que ser considerada una persona con lesiones cerebrales.
En realidad, tres días después del ictus Kate se despertó plenamente consciente, a pesar de que no fuera capaz de interactuar de ninguna manera con el mundo exterior.
Su estado real era el que se describe comúnmente como “síndrome de Locked In” ["estar encerrado"]: «Puedes pensar, puedes oír, pero no puedes decir absolutamente nada», explica Kate.
En cambio, los médicos estaban convencidos de que estaba en estado vegetativo, por lo que empezaron a tratarla como un pedazo de carne exánime.
Sufriendo aún por la «humillación sufrida», Kate recuerda que «el personal sanitario hablaba delante de mí. Bajaban sus expectativas sobre mí».
Y cuenta que un día, por el solo hecho de que «tal vez ya no estaba consciente», la «dejaron desnuda en la silla de la ducha durante veinte minutos (…). Fue horrible, mortificante».
La descripción de esos días, de cuando «no podía respirar por mí misma pero podía oír todo», es la de un auténtico calvario.
«Me mantenían en vida las máquinas», dice. Y debido al «miedo, la ansiedad y el terror» de que «pudieran apagarlas», Kate empezó a tener alucinaciones.
«Pensaba en lo que habría sucedido si el personal sanitario hubiera apagado las máquinas, me sentía tan vulnerable. Ha sido un trauma, cada noche era una verdadera y propia batalla. Pero obviamente no podía combatir, no podía hacer nada. Cada momento era como si mi corazón fuera a salirse de mi pecho».
Y aunque sus dos hijos más pequeños «han sido maravillosos, se sentaban a mi lado y me daban masajes en las manos y en los pies, nadie me hablaba de verdad a mí. Hablaban entre ellos».
Su familia le trataba bien -no como buena parte del personal- pero sólo su hija hablaba a Kate y le contaba cosas...
Quien devolvió a Kate un poco de esperanza fue la única persona que, aunque convencida de que estaba en estado vegetativo, siguió tratándola como una persona por el solo hecho de estar: «Mi hija India tenía sólo 10 años, pero se sentaba en la cabecera de mi cama y balbuceaba, hablándome de los deberes del colegio y de absolutamente nada más durante 45 minutos, como si nada. Simplemente hablaba con su mamá».
Fue así que viendo a «las personas que amaba entrar en terapia intensiva», Kate empezó a derramar algunas lágrimas. Y las personas que estaban a su alrededor se dieron cuenta de que no era una reacción involuntaria.
Su amiga Jacquie le puso delante de los ojos una ficha con el alfabeto: «Me dijeron que intentara parpadear, ni siquiera conseguía hacerlo, pero era como un ligero movimiento de los párpados. Una vez para decir "sí" y dos para decir "no"». Después de media hora la mujer pudo formar la palabra “sueño”.
«Quería decirles que no conseguía dormir por la noche. Fue el momento más eufórico».
Kate Allatt se recuperó
y es hoy una eficaz oradora motivacional
Actualmente Kate ha recuperado casi del todo sus funciones, pero no les pasa a todos. Por esto ha decidido fundar una asociación (www.kateallatt.com) para ayudar a quien no ha tenido tanta suerte como ella y no puede hablar o caminar. «Se debe partir siempre de la hipótesis de que todos están conscientes hasta prueba contraria, y no viceversa».
En otra entrevista concedida al "Daily Mail", la mujer ha añadido que «las personas me dicen que no piense en ello y siga con mi vida», pero «necesito hablar» de esa dramática experiencia «por las personas que no pueden hacerlo».
Kate subraya lo frustrante que fue para ella que los médicos no consiguieran ver que su cerebro seguía funcionando: «Los médicos deberían hacer el test de la “Escala del coma de Glasgow”, que sirve para controlar el estado de conciencia (…). Necesitamos personal formado en terapia intensiva que pueda, cuando alguien esté en estado de mínima conciencia, sentarse con él dos o tres veces por semana para establecer una comunicación, si es posible. Para intentar calmar al paciente y aliviar sus miedos».
Porque tumbada inmóvil en esa cama «hay una persona emotiva, pero también una persona físicamente presente».
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)