Kery Jankowski es una joven estadounidense que desde que nació ha tenido una vida muy difícil. Su madre murió cuando ella apenas tenía un mes, su padre era alcohólico y se crió con su abuela materna, cuya familia era judía pero no practicante. Pero cuando tenía siete años su abuela enfermó y fue acogida por la exmujer de su padre. Y ante esta falta de referentes, heridas internas y la ausencia de Dios en cuanto llegó a la adolescencia cayó en una brutal espiral de drogadicción: marihuana, pastillas, metanfetamina, cocaína e incluso heroína inyectada.
Sólo tras haber intentado suicidarse en varias ocasiones y estar a punto de ir a la cárcel su cuerpo y su alma pudieron sanarse en una Comunidad del Cenáculo. Allí conoció a Dios, supo lo que era el amor y su vida se transformó por completo dejando atrás todas las adicciones y pidiendo el Bautismo. “He experimentado una alegría que nunca tuve antes. Y sé que es de Dios y por Dios”, afirma convencida.
Un gran dolor en su interior desde su infancia
En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de la Fundación EUK Mamie, esta joven debe remontarse hasta literalmente el inicio de sus días para poder explicar la obra que Dios ha hecho en su vida. “Siempre quise conocer a mi madre y que mi padre estuviera más en mi vida. Había mucho dolor dentro de mí, era algo que llevaba conmigo desde una edad muy temprana”, confiesa.
Kery, antes de su conversión y en plena adicción a la droga
Esta ausencia de sus padres iba marcando su vida y asegura que pese al gran amor que recibía de su abuela “crecí con tristeza”. Y no ayudó el hecho de que cuando tenía siete años su abuela enfermara y Kery tuviera que trasladarse a vivir con la familia de la exmujer de su padre.
Con 15 años llega el consumo de drogas
En un principio se refugió en el colegio y en los estudios como un mecanismo de defensa, pero ya en el instituto su vida explotó. Apenas tenía 15 años cuando ella misma señala que tenía ya “una atracción muy fuerte a lo malo”. Y así empezó a tomar pastillas. Al cabo de una semana consumía drogas todos los días. Para ello, utilizaba medicamentos destinados a la hiperactividad u otros estimulantes. “Me hacían sentir muy bien, podía estar despierta más tiempo, perdí peso, me sentía más guapa…”, relata.
Sin embargo, poco después la pendiente resbaladiza le llevó a la marihuana, los opioides y a esnifar directamente analgésicos. En su familia no se percataron hasta que la pillaron un día fumando. Pero no podían ni imaginar la dimensión del problema.
Kery todavía no había tocado fondo y durante su último año de instituto empezó a escaparse de cama, a fumar metanfetamina y a tomar cocaína. Además, se acostaba con chicos.
Una espiral que iba a peor
“Todo empeoró muy rápido, y mi familia llegando a este punto supo que necesitaba ayuda”, afirma ella. Comenzaron así los ingresos en centros de rehabilitación, que lejos de ayudar a que dejara la droga la introdujeron en nuevas sustancias. Tenía tan sólo 17 años en ese momento y “todavía me parecía como guay. Conocí a más gente y empecé a pincharme heroína”.
En otra de los centros en los que fue internada conoció a un chico, y tras escaparse se fueron a vivir juntos. Kery reconoce que “fueron los peores seis meses de mi vida. Fue terrible. Drogas todos los días, heroína, crack y cocaína… Tuve sobredosis, convulsiones y también me detuvieron”.
El intento de suicidio
Esa fue la primera vez que clamó a Dios. Desesperada, se preguntaba: “¿qué estoy haciendo? No quiero esto pero no puedo parar, no sé cómo hacerlo…”.
Pero sin Dios en su vida la única solución que vio pasaba por el suicidio. Pesaba 38 kilos y todo su cuerpo estaba repleto de las marcas de los pinchazos. Aunque en aquel momento su madrastra apareció y se la llevó al centro su idea de suicidarse seguía presente, hasta tal punto que volvió a escaparse e intentó morir por sobredosis.
Kery, al ingresar en la Comunidad del Cenáculo
La Comunidad del Cenáculo
En el hospital, su familia ya harta, le dio un ultimátum, y una tía suya le dijo que existía una Comunidad del Cenáculo donde podía ir. Además, en ese momento se celebraba el juicio contra ella y el juez dispuso que no iría a prisión si acudía con esta comunidad católica.
Kery era bastante escéptica con este centro y más siendo católico. Todavía recuerda el momento en el que entró: “’Yo no rezo’, le dije al director. ‘No te preocupes, nosotros rezaremos por ti’”, le contestó él tranquilamente.
“Mi primera impresión es que era muy raro. Había muchas chicas con faldas largas y sonriendo, y yo pensaba: ‘no creo que ninguna de estas haya podido ser adicta’. Pero las chicas compartían sus historias y sabía que eran sinceras, que habían estado en las mismas situaciones que yo”, afirma Kery.
La primera cosa que le impactó en la Comunidad del Cenáculo era la “luz” que tenían sus ojos, pues además eran “felices” y esta joven veía que ella no tenía esa luz.
El día de su Bautismo y Primera Comunión fue el más especial de su vida
El encuentro con Dios que transforma su vida
Cuando llevaba ocho meses ingresada fue la primera vez en la que rezó sinceramente a Dios. Ella misma evoca aquel momento: “Sentí de verdad que había un Dios, que estaba conmigo, que me amaba. Experimenté todo en ese momento. Lloré, lloré y lloré de alegría, por todo, por sentirme amada. Creo que después de aquel momento conocí a Jesús. Me encontré con alguien que existe, que es real”.
A los dos años, y todavía en la comunidad, esta joven deseaba ser católica y lo pidió a la Iglesia. Fue bautizada, confirmada y recibió la Primera Comunión en la fiesta del Corpus Christi de hace tres años. “En la misa lloré todo el tiempo. Dios sabía que yo necesitaba el bautismo en aquel momento de mi vida. Había muchas cosas de mi pasado que yo no podía perdonarme. Fue un momento muy especial”, confiesa.
En toda esta historia, Kery cree que lo más importante “ha sido saber que Dios me conoce, sabe todo de mí, todo lo que he hecho, y ha caminado conmigo. Siento que ha dado sentido a todo”. Y por ello afirma convencida haber experimentado “una alegría que nunca tuve antes. Y sé que es Dios y por Dios”.