Un chiste gráfico en el que un sacerdote pregunta a un niño si quiere ser cristiano y éste le responde «no, señor, prefiero ser Messi» preside el despacho de Fernando Fueyo (Gijón, Asturias, 1937) y expresa a la perfección la capacidad del sacerdote de compaginar humor, vocación religiosa y pasión futbolística.

Una marea de papeles cubre la mesa, centenares de libros abarrotan las estanterías e imágenes y escudos de su amado Sporting de Gijón conviven con figuras religiosas y arte africano. E

El párroco de El Coto y capellán del equipo gijonés recibe a quien le necesite con una sonrisa que parece no tener fin.


Oriundo de Gijón -cuenta que nació «en la escalera 3, a diez metros del mar»-, Fueyo se crió en una familia profundamente religiosa. «Mi padre era muy creyente, así que le hizo ilusión que sus hijos se dedicasen al sacerdocio», señala, y explica que su hermano mayor entró en el seminario cinco años antes que él y que su única hermana -fueron tres chicos y una chica- también era monja.

«Aún así, poco antes de mi ordenación, mi padre me preguntó si estaba completamente seguro del paso que iba a dar. No quería que lo hiciese presionado por su devoción o por la de mis hermanos», recuerda con cariño el sacerdote, quien llegó al seminario de Comillas (Cantabria), con sólo doce años.

Tras una década de estudio fue destinado a La Felguera como coadjutor. «Los años en Comillas fueron estupendos. Éramos un montón de chavales y siempre había tiempo para la diversión. Todavía estoy en contacto con la mayoría», apunta. Pero lo de La Felguera ya fue otro cantar.




Su bautismo de fuego, como él mismo lo describe, pues le tocó vivir la ´Huelgona del 62´, así como oficiar el funeral de más de un minero. «Salir y hablar ante grandes multitudes nada más ser ordenador sacerdote imponía mucho», reconoce, aunque también destaca que, como sus padres eran naturales de Langreo, siempre se sintió allí muy arropado por su familia.

Tres años después, con la llegada al arzobispado de Vicente Enrique y Tarancón, Fueyo fue trasladado al Seminario Metropolitano de Oviedo, donde permaneció un lustro dando clase de Filosofía.


«Estábamos en el seminario cuando recibimos la visita de un obispo de Burundi que pedía algún voluntario para crear una misión allí», recuerda Fueyo, quien reconoce que ni siquiera sabía dónde situar el país africano.

«Tuvimos que buscarlo en un mapa, pero otro compañero y yo nos animamos a ir».

Una vez en Ntita, una región del Noreste de Burundi, los sacerdotes empezaron de cero a construir la misión.

«Lo más complicado fue aprender el kirindi, pues hay que cambiar el chip, no tiene nada que ver con las lenguas europeas», explica el cura, y sonríe al indicar que «suena como un canto».




Aunque el periodo de estancia debía ser de cinco años, Fueyo permaneció once en Burundi, hasta que reclamaron su presencia en Gijón, para dar vida a una nueva parroquia en El Coto.

«Me fui de allí llorando y me prometí que no moriría sin volver, cosa que hice en un par de ocasiones hasta que comenzaron los conflictos armados, en 1993», señala.

Así, en 1983 Fernando regresó a Gijón para ponerse al timón de la recién nacida parroquia de San Nicolás de Bari, ocupación que alternó primero con la enseñanza en institutos y después con el arciprestazgo de Gijón.


También fue por aquella época cuando entró a formar parte, como segundo capellán, del Sporting de Gijón, ´ascendiendo´ al primer puesto hace dos décadas.

«Es un trabajo con el que disfruto mucho y la relación con jugadores y equipo técnico no podría ser mejor. De hecho tuve al ´Pitu´ como alumno en Roces y ya casé a más de uno». A Villa, por ejemplo, cuya foto dedicada adorna la pared del despacho del sacerdote.



Ahora, gracias a la colaboración de la sidrería Ven i Ven, el sacerdote regresará el 20 de octubre a Burundi.

«A Burundi no puedes ir de vacaciones, ni con las manos vacías», indica. Y explica cómo, con la ayuda de miles de personas, ha conseguido reunir los 50.000 euros necesarios para terminar de construir un centro médico en Bujumbura.

«También llevamos una ambulancia prácticamente nueva que nos donó Transinsa», apunta.

Y advierte, con su eterna sonrisa, que «esto no ha hecho más que empezar».