«Sí, esta vez ha ido bien. He ganado», se limita a decir Franco Torresani.
Mejor: don Franco Torresani, porque el nuevo campeón mundial de la especialidad para los master over50 es un sacerdote.
Nacido en 1962, ordenado en 1987, párroco desde 1994. De hecho, es un "cuadri-párroco", porque él solo se ocupa de las tres mil almas de las parroquias de Coredo, Tavon, Smarano y Sfruz, engastadas entre los manzanares de la Val di Non.
Ha ganado – conseguimos que nos lo diga después de otro cuarto de hora pasado examinando el mecanismo del reloj del campanario – con un tiempo de 1 hora, 4 minutos y unos segundos la competición en Telfess, Austria: 11,5 kilómetros de subida, con un desnivel de 1.100 metros.
«Este vez ha ganado al Inglés (Martin Cox), no como el año pasado cuando él me adelantó con una volada y me dio 4 segundos», añade.
Por lo tanto, no es la primera vez que participa en un mundial, le preguntamos.
«No, en realidad - finalmente el "don" se abandona, mientras nos lleva a ver la radio parroquial - esta es la decimoprimera vez que participo en un mundial: he ganado tres oros, cuatro platas y tres bronces».
Tres más cuatro, siete; más tres, diez...
«Sí, una vez me quedé sin subir al podio».
De hecho, el «párroco volador», como ha sido rebautizado en el ambiente, ha coleccionado más medallas que estampitas una beata.
«Este año ha ido bastante bien», dice después de otra hora de recorrido turístico-religioso. "Bastante bien" significa: victoria del título italiano, del título europeo y del título mundial de carrera en montaña (con victoria también, gracias a él, de la medalla de oro por equipos, siempre en over50), título europeo de la especialidad "Vertical" (3 kilómetros de subida con 1.000 metros de desnivel) y un título regional absoluto sobre 10.000 en pista, venciendo también a los veinteañeros.
Y además victorias de categoría en competiciones con raquetas de nieve, mountain bike, esquí alpino, esquí de fondo,...
Don Franco Torresani habla poquísimo y es reacio a la publicidad (¡hacerle una foto es toda una empresa!), pero es un atleta de Dios. No lo adivinarías en ese físico grácil, casi de adolescente: más huesos que piel, más nervios que músculos, mientras corre delante de ti bajo la lluvia («está muy bien lo de la entrevista, pero corramos también un poco»). Pasos pequeños, casi saltas en el lugar, una especie de danza… y mientras intentas hacerle alguna pregunta, casi sin aliento, él sube, sube, sube.
Es un atleta increíble, pero ante todo y siempre es un "atleta de Dios".
¿Es posible conciliar fe y competición, actividad deportiva y pastoral? A juzgar por el afecto de los parroquianos, se diría que sí. Para los entrenamientos, el "don" elige la mañana temprano, antes de la misa, una especie de Laudes itinerantes, o la tarde después de Vísperas.
No falta nunca la subida al santuario de San Romedio, el del oso domesticado (según una leyenda, San Romedio - siglo IV - amansó a un oso que había atacado el caballo con el que iba a visitar a Vigilio, obispo de Trento, ndt).
Y después, siempre corriendo, de una parroquia a la otra. Respecto a las competiciones: nunca (o casi) el domingo por la mañana, para no privar a sus parroquianos de las funciones. Mejor por la tarde o el sábado, como la vuelta de las tres cumbres de Lavaredo de esta semana (21 kilómetros con 1 kilómetro de desnivel).
Respecto al resto: ninguna tabla, ningún integrador, ninguna alimentación especial a no ser la que ofrece la hospitalidad de las religiosas o de los parroquianos (¿tal vez el segreto está en las tagliatelle con setas de haya de su abuela Ancilla?).
Y el deporte como ocasión de evangelización. «Cuando compartes el cansancio de una competición, a muchos les parece natural confiarse. Y así, sin muchas predicaciones, puedo estar cerca de las personas, comprender sus problemas - explica don Franco -. Me ha sucedido también confesar después de una carrera e intento celebrar siempre la misa para los atletas».
Será su larga experiencia como consultor eclesiástico para el Csi (Centro Sportivo Italiano, ndt) – «debemos prestar atención a los jóvenes, porque a veces ganan un título junior, se les "infla" y se creen que ya son campeones. Después llegan a los campeonatos nacionales, no ganan y se desmoralizan totalmente», dice de golpe – pero te da la sensación que las carreras y la fe sean para él algo connatural.
«Competir correctamente, sin prevaricar, siempre dispuestos, a pesar de todo, a tender una mano al adversario, hace bien – dice don Franco cuando durante la carrera la (su) lengua finalmente se suelta –. Libera la cabeza, predispone a la amistad, anima a sacar lo mejor de ti mismo y a tomar lo mejor de los otros compitiendo para superarlos, para ser verdaderamente "mejores"».
Y sigue: «Correr te marca y el cansancio enseña. Tiene rasgos comunes con la fe: exige fidelidad, coherencia, compromiso hasta el final, dar todo de ti mismo hasta el último recurso. Que está también cuando piensas que ya no tienes más...».
Acaba la carrera y también nuestra entrevista al sacerdote-campeón, que en los años Noventa estuvo en el equipo nacional de atletismo, único caso de atleta «consagrado» en el verdadero sentido de la palabra.
Don Franco nos saluda, pero sólo después de haber insistido para que nos llevemos dos repollos y unas peras del huerto de la casa parroquial de Smarano. Antes de la competición hay que compartir. Y además, nos asegura, son perfectos para las piernas.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)