Simona Atzori, 40 años, es una mujer de mirada luminosa que rebosa femineidad en la danza y en los cuadros que pinta, y que siente un amor sin límites por la vida. Nacida sin brazos, desde pequeñita ha tenido que aprender a hacer todo con los pies: coger flores, cocinar, conducir, maquillarse, peinarse.
“Para mi cada cumpleaños significa festejar la vida, que yo he elegido sumergiéndome completamente en el amor y en el don de vivirla cada día – ha dicho a la revista “Credere” (3 de agosto) –. La vida, como también el amor, se elige precisamente cuando no se da por descontado que la tengas”.
“Doy gracias al Señor no por la vida en general, sino por haberme diseñado exactamente así. Mi acción de gracias cotidiana es intentar hacer de mi vida una obra de arte, como Él ha querido que fuera”, escribió en 2011 en su autobiografía ¿Qué te falta para ser feliz? (Cosa ti manca per essere felice? Ed. Mondadori).
"No pedir sino dar gracias"
En septiembre publicará con el mismo editor el libro Dopo di te (Después de ti, ndt.), en el que recorre la relación con su madre. “He sido acogida por una familia extraordinaria – recuerda –, que me inculcó que el hecho de no tener brazos era también una oportunidad: la diversidad es lo único que nos une a todos. Me agarro a lo que tengo: ante todo a creer fuertemente que la vida es un valor grande, y no son solo palabras. A menudo no nos damos cuenta de lo que tenemos, desde la naturaleza a una sonrisa. Hay que volver a los valores auténticos, a la esencia”.
"No pedir sino dar gracias"
En septiembre publicará con el mismo editor el libro Dopo di te (Después de ti, ndt.), en el que recorre la relación con su madre. “He sido acogida por una familia extraordinaria – recuerda –, que me inculcó que el hecho de no tener brazos era también una oportunidad: la diversidad es lo único que nos une a todos. Me agarro a lo que tengo: ante todo a creer fuertemente que la vida es un valor grande, y no son solo palabras. A menudo no nos damos cuenta de lo que tenemos, desde la naturaleza a una sonrisa. Hay que volver a los valores auténticos, a la esencia”.
Por esto anima a “no pedir, sino a dar gracias: yo lo hago a través de la danza, la pintura, los encuentros, la escritura. Me expreso así y digo gracias por la vida, por cómo se me ha dado: el Señor me ha diseñado así; no me pregunto por qué no me ha dado brazos, sino que soy feliz por todo lo que me ha dado”.